Cnel. P. Chateau-Jobert
233. Podría parecer suficiente que se haya comentado el principio de unidad que siempre debe guiar la acción, que además se haya insistido, a propósito de la maniobra contrarrevolucionaria, acerca de la necesidad de "sacar del medio revolucionario a los Contrarrevolucionarios que se encuentran en él", de "formar un bloque" y de "descartar a los revolucionarios y a los neutros", para no tener que repetir que ninguna conciliación ni colaboración es posible con los revolucionarios o con los casi-revolucionarios.
Pero hay hombres que, en la práctica, creen que pueden respetar el principio de unidad, preservar la coherencia de sus acciones y la intransigencia doctrinal "ensayando" acciones en el límite de lo que les parece permitido.
Cometen un error: con el enemigo no hay nada que hacer; no existe, pues, un límite de lo posible que deba buscarse de ese lado.
Resulta indispensable que ésto quede bien determinado y que esa conducta a mantener sea definida como una defensa sin la cual se extravía la acción.
Las tentaciones pueden provenir tanto del fuero interno de cada uno como ser propuestas por el adversario o por los "neutros". Los siguientes ejemplos mostrarán formas múltiples y pondrán en guardia contra aquellos que hacen una especialidad del estar "al margen" de toda acción sana.
Para determinar quién merece propiamente ser designado como enemigo, es preciso referirse a su definición en sentido ideológico: Enemigo es aquél que obstaculiza la tesis y aquél que propaga el error. Así, además de los organismos y de los hombres que son abiertamente revolucionarios (por ejemplo, los liberales y los progresistas), deben considerarse enemigos los periódicos o las radios, las sociedades con fachada filantrópica, los medios culturales o los órganos políticos, etc., desde el momento que contribuyen a la expansión de las ideas revolucionarias: la libertad de opinión no es un derecho al error.
No es un enemigo "a título personal" y, aunque se manifestara como tal, aún tendría derecho a la caridad cristiana (el amor al prójimo). En ese enemigo no se encuentra el hombre atacado como persona sino como vehículo del error. "Es propio de la justicia distinguir siempre entre el error y aquellos que lo cometen (...). El hombre sumergido en el error sigue siendo siempre un ser humano y conserva su dignidad como persona que siempre será preciso tener en cuenta. Nunca el ser humano pierde el poder de liberarse del error (...)".
El revolucionario, enemigo en el sentido ideológico del término, se convierte en un malhechor y con frecuencia en un criminal cuando lleva a la práctica teorías contra la justicia y contra el hombre. Se coloca, por ello, fuera de esa ley natural y moral que debería respetar para los otros y que, normalmente debería protegerlo a él mismo.
Finalmente, para situar mejor a l enemigo, conviene recordar que en el plano ideológico no hay neutros. El enemigo, pues, tiene un pie en todo lo que no está en pro de la Contrarrevolución.
235. Pretender apoyar la acción contrarrevolucionaria en la colaboración con el enemigo constituye una falta con respecto a la doctrina y un grosero error en el plano humano. Una de las más simples razones se asienta en el hecho de que siempre el enemigo obtiene las mayores ventajas.
Algunos imaginan frecuentemente que, conociendo al adversario, les bastará estar en guardia para no dejarse engañar. Eso ocurre con quienes entran en combinaciones políticas de las que saben muy bien que los hombres no son aceptables. Esos ingenuos piensan neutralizar en tiempo útil a esos hombres con los que colaboran. Pero éstos piensan exactamente lo mismo y, consecuentemente, han tomado sus prevenciones y, como no tienen moral estricta ni escrúpulos en el empleo de los medios, es inevitable que ganen.
La imagen de los dos equipos adversarios que un día colaboraron, ilustra las culpables ilusiones de algunos:
El equipo de los obreros "blancos" no era lo suficientemente numeroso como para comprar y transportar las maderas necesarias para el sostén del maderamen de una catedral. Los "rojos", por su parte, no tenían la posibilidad de ubicar en su lugar toda la madera necesaria para incendiar la iglesia. Asociaron sus esfuerzos, sin dudar sin embargo que podían tener ideas diferentes.
¿Quién podría extrañarse de que forzosamente ganaran los rojos?
Hay gente honesta que muchas veces orienta su espíritu hacia planes complicados que se inspiran en Maquiavelo o en una novela policial. El ejemplo más benigno consiste en querer deslizar a los Contrarrevolucionarios en ciertos organismos "con el fin de saber que pasa en ellos". Efectivamente, es importante estar bien informados, pero a veces se descubren extraños proyectos en los que uno ya no sabe quién monta la maniobra y menos aún quién será el verdadero beneficiario.
El cálculo frecuentemente va demasiado lejos y frecuentemente se pretende hacer trabajar en su beneficio a adversarios que no se darán cuenta... ¡Como si, luchando con argucias y combinaciones, se pudiera esperar sorprender a un enemigo que, en la materia, ignora los límites de la moral!
Querer, en particular, jugar con ciertos hombres que pertenecen al clan adverso para poner en su cuenta el eventual fracaso de operaciones moralmente permitidas pero delicadas es, desde todo punto de vista, un extravío. Además, o bien la acción que se desea puede triunfar y entonces no hay razón para que ella no sea efectuada por auténticos Contrarrevolucionarios técnicamente preparados para cumplirla, o bien la acción puede fracasar y los ejecutantes sabrán hacer caer la responsabilidad sobre la acción contrarrevolucionaria, aún si al mismo tiempo la fracción revolucionaria tenía igualmente interés en esa acción.
Ya se ha dicho: en cuanto más delicada es una acción, con más razón debe reservarse solamente a Contrarrevolucionarios particularmente formados.
Habitualmente también se esconde una trampa en esas combinaciones de las que se ignora exactamente por quiénes, cómo y hasta que punto han sido llevadas pero que, desde el vamos otorgan el futuro beneficio a cambio del cual (queda sobreentendido) usted se encuentra con la responsabilidad de llevarlas a término. Hay que reflexionar muy bien para saber si no es una donación "bajo condición" y una insidiosa tentación a una colaboración no confesada.
Si algo proponen que lo traigan. Y si no existe la posibilidad muy probablemente será porque el asunto no es claro.
Es preciso llegar a huir de las vinculaciones riesgosa y, especialmente, de esa gente ligada a cualquiera. Nadie -ni ella misma- sabe para quién trabaja en realidad, ni cómo tiene dinero ¡pero lo tiene! Celosamente esconde el secreto de las direcciones y de los contactos que hubiera debido transmitir; se convierte, así, en intermediaria obligada que pretende imponer su presencia y sus servicios. Está al corriente de todo. Nada parece posible sin esos intermediarios forzosos.
Sólo florecen en un ambiente de "chapoteo" y exultarían si se les pidiera un enlace con el enemigo. Son misteriosos en razón de que el hábito de la intermediación los ha hecho codearse con lo incierto, con lo dudoso, cuando no con algo peor. Son agentes múltiples que desdibujan la nitidez de todo lo que tocan.
Y uno escucha un día -un ejemplo entre los más anodinos- que uno de esos parásitos de la acción ha llevado nuestro saludo a una persona de la que ni queremos oír hablar ¡y que ésta se felicita de poder, de ahí en más, decir que está relacionada con nosotros!
Es el mismo género de individuos de opiniones equívocas que insiste de una manera incomprensible para que se lo reciba. Aún está uno preguntándose cuál es la razón de esa conversación que se desenvuelve en banalidades sin interés, cuando lo escucha exclamar: "¿Fulano? ¡Pero si estamos muy vinculados! Acabo de tener una larga conversación con él y comparte totalmente mi manera de ver.."
Nunca se les repetirá demasiado a aquellos que se asombran de la cantidad de hombres con los que no se puede ni colaborar ni aún vincularse, que todos esos seres dudosos no deben evitarse simplemente, sino que se debe huir de ellos porque su sola vecindad es nociva. Por otra parte, descartados éstos, existe un número mucho mayor de hombres que son absolutamente claros y que, justamente, sólo pueden aportar su ayuda con la condición de que los primeros sean eliminados.
Ninguna colaboración imprudente con aquellos que pueden estar muy bien del lado del enemigo. Así como es preciso dedicarse a ganar hombres para la Contrarrevolución, también es preciso no hacer nada con aquellos a los que todavía no se los ha ganado, es decir, que no han comprometido su responsabilidad con respecto a la doctrina (es el caso de los simples simpatizantes).
¡No efectuar la acción contrarrevolucionaria sino con Contrarrevolucionarios!
236. La sola política de conciliación con las ideas revolucionarias es condenable:
"Para practicarla cueste lo que costare con los adversarios y a veces con los peores enemigos, los conciliadores recurren a métodos muy amplios, a exposiciones complacientes. Es conocida su terminología: tregua a las divisiones (...), amplitud de miras, comprensiva flexibilidad, silencio acerca de los puntos discutibles; expresiones éstas corrientes en la prensa (...). Y nada corrige sus ingenuas ilusiones, ni las mofas ni los chascos, ni los fracasos. Casi han perdido el sentido de la afirmación y del hablar francamente, y el miedo de chocar y de desagradar (...) al adversario les impide al respecto decir un no categórico" (Monseñor Harscouet).
No debe intentarse ninguna conciliación, ninguna colaboración está permitida con aquellos que están del lado revolucionario. Y cuando se habla de mínimos provisorios, de fórmulas temporarias que deben padecerse para conciliar las obligaciones doctrinales con las imposibilidades del momento, de ninguna manera se trata de una conciliación con el enemigo y, menos aún, de una colaboración. Si no se abandona ninguna reivindicación y no se reduce ninguna exigencia, no se hace ninguna concesión. Sobre el pie en el terreno conquistado se prepara la conquista del paso siguiente.
Debe buscarse cualquier acuerdo que conduzca a medidas prácticas que contribuyan al bien común de los hombres. Pero esto no implica ninguna "conciliación" en el plano ideológico ya que cada uno contribuye así a ese bien común.
Por el contrario, cualquier disminución de la Verdad que minimice las dimensiones de ese bien común, constituiría un abandono cuya primera víctima sería el hombre.
"Promover, sostener, fomentar las iniciativas y los acuerdos que favorecen la paz entre los pueblos es un deber, pero la oposición vigilante, constante e indómita a la ideología marxista para cerrarle cualquier vía de penetración, es también un deber igualmente imperioso. No existe situación internacional, ni existe "détente", ni existe ningún pretexto histórico que pueda justificar la indulgencia o la actitud conciliadora con respecto al marxismo o al comunismo".
Al responder en éstos términos el 2 de agosto de 1963 a la escandalosa explotación que particularmente intentaban ciertos "Cristianos" progresistas contra la Encíclica Pacem im terris, la radio del Vaticano subrayaba que las actitudes "complacientes" del comunismo sólo son una "adaptación táctica" y concluía que es preciso ser tanto más intransigentes cuánto más insidiosa sea esa táctica.
Esa intransigencia doctrinal, vista únicamente del plano humano, es la expresión de un agudo realismo y de un conocimiento perfecto del enemigo: no es masticando las ideas de los revolucionarios o de los casi-revolucionarios como puede esperarse y descubrirse un terreno de conciliación.
Juan Jacobo Rousseau, precursor de las ideas de la Revolución Francesa escribió, él mismo, con respecto a aquellos que a su alrededor tenían como profesión pensar y escribir: "¿Cuándo estarán en condiciones de descubrir la verdad y cuáles de éstos se interesarán por ella? Cada uno sabe que su sistema no está mejor fundamentado que el de los otros, pero lo sostiene porque es de él. No hay uno solo que, llegando a conocer lo verdadero y lo falso, no prefiera la mentira que él ha encontrado a la verdad encontrada por otro. ¿Dónde está el filósofo que, por su gloria, no engañaría voluntariamente al género humano? Siempre que él se eleve por encima de lo vulgar, siempre que logre eclipsar el esplendor de sus contrincantes ¿qué más pide? Lo esencial es pensar distinto a los demás".
Un Contrarrevolucionario ¿qué podría esperar de las vinculaciones con semejantes personajes?
No hay nada que hacer con el enemigo ni con quienes pueden estar de su lado.
Deben ser rechazados todos aquellos que se obstinan en intentar una política de conciliación, una eventual cooperación benéfica o compromisos ventajosos en combinaciones sometidas a la influencia de revolucionarios.
Que no se objeta que, no obstante, hay hombres honestos extraviados por la Revolución y que la caridad obliga a no desinteresarse por ellos. Una acción intensa, efectivamente, debe ejercerse con respecto a ellos. Pero se trata de una acción personal sobre individuos a los que se debe convencer acerca de sus errores personales, y esto de ninguna manera exige una colaboración con los organismos de los que forman parte.
Por el contrario, una ruptura abrupta -y explicada- con aquellos que trabajan del lado enemigo, puede forzar a la reflexión a aquellos que quedan por convencer. Porque a mucha gente se la ha tratado con miramientos cuando lo que hacía falta era meterle la nariz en el error, hacérselo evidente y provocarle vergüenza.
Si, con respecto a ellos, es preciso predicar, corregir y suplicar, también es preciso saber amenazar porque, cuando los hombres dejan de preocuparse por lo que es el bien o el mal, voluntariamente ignoran los posibles rigores de la justicia, no de la que deriva de las leyes humanas convencionales, sino de la que impone la ley moral. Están seguros de la impunidad porque sirven al poder establecido. Saben lo que hacen pero se declaran legalmente irresponsables. Siempre están preparados para colocarse en el sitio propicio para tener viento en popa; más tarde gemirán -pero demasiado tarde- que "de corazón" estaban con la Contrarrevolución; hasta pretenderán que la ayudaban secretamente, ¡como si la Contrarrevolución, que exige el compromiso de los hombres, pudiera admitir que alguno de ellos permaneciera -aunque no fuera sino aparentemente y con el pretexto de ayudarla- del lado de los revolucionarios!
La acción contrarrevolucionaria no se satisfará con los espectaculares cambios de rumbo que se producirán cuando el viento de la historia sople contra la Revolución. Ella deberá hacer sentir el peso de la verdadera injusticia que exige sancionar a los responsables.
Si los hombres ya no respetan la verdadera justicia, muy útil será que conserven el temor a ella.
FIN