Contra la virtud de la estudiosidad se puede pecar por defecto o por exceso. El pecado por defecto es la negligencia, y el pecado por exceso es la curiosidad.
La negligencia es la voluntaria omisión de estudiar lo que corresponde, según la condición y el estado de cada uno. Es una ignorancia culpable. Santo Tomás la trata cuando habla de los pecados contra la virtud de la prudencia, porque cualquier persona, para obrar prudentemente, necesita tener los conocimientos previos para obrar. Por esto se opone a la solicitud, por la que debemos obrar rápidamente, una vez tomada la determinación.
Esta indocta cultura debe ser distinguida de la docta ignorancia, que era la certeza que tenían los místicos de que eran más cosas las que ignoraban que las que conocían. Aquí, por el contrario, nos referimos al conocimiento superficial, y al pensamiento único que busca imponerse detrás de todo ello. Esta ignorancia culpable está unida a la soberbia, y puede estar unida al escándalo, cuando es proclamada desde las escuelas y los medios de comunicación social. Este es el triste espectáculo al cual hoy asistimos: la ignorancia es enseñada.
La curiosidad es el anhelo de conocer desorbitado por las circunstancias o por los fines. Es un saber sin orden, ni mesura, ni preocupación por la verdad. Como dice santo Tomás, dicha curiosidad puede darse en el conocimiento intelectual o en el sensible.
En el conocimiento intelectual, hay pecado de curiosidad cuando:
- Hay un fin malo, como cuando quiere conocerse algo para engañar al prójimo, del mismo modo que Adán y Eva, cuando cometieron el pecado original, usaron para el mal su conocimiento. Este mal uso de las cosas en sí buenas o indiferentes puede llegar a ser tan grave que puede llegar hasta el tratar de impugnar la verdad conocida, para pecar con mayor libertad, que, como dice santo Tomás, es uno de los pecados contra el Espíritu Santo, por atentar directamente contra la virtud teologal de la fe. Esta actitud, en el ámbito natural, es la de aquellos que creen que nunca nadie posee la verdad, y siempre se declaran en camino de conocerla, cayendo de este modo en un relativismo; y, en el ámbito sobrenatural, es la actitud de los pseudo teólogos modernos.
- Se da un desvío de los estudios necesarios hacia otros menos útiles, como sucede actualmente en las escuelas, como táctica impuesta desde la hegemonía dominante para idiotizar a las masas, sobresaliendo como denominador común en la educación actual la frivolidad.
- Aprender de maestros inadecuados, como aceptar acríticamente lo que dicen desde los medios de comunicación, o los astrólogos, o cualquier pseudo intelectual de turno.
- Cuando no hay orden del conocimiento de las criaturas al del Creador, como sucede en la filosofía inmanentista, que cree tener todas las explicaciones de las cosas, o en el existencialismo ateo, que creen tener las pruebas para demostrar la inexistencia de Dios, etc. En un grado menos elevado, se da cuando se subestima la contemplación en aras de la acción.
- Puede darse cuando se pretende conocer lo que no se puede, como cuando se invoca a los demonios para saber cosas ocultas; o como el gnosticismo, que cree que el conocimiento está reservado para algunos pocos iniciados; etc. Es un acto de presunción, por creerse uno más de lo que en verdad es.
Puede darse también la curiosidad en el ámbito sensible. Los sentidos, en sí mismos, han sido dados por Dios para mantener la vida natural, y para que el hombre pueda aplicarse a conocer la verdad. Cuando no se cumplen estas finalidades, estamos frente a un desorden en su recto uso. Por lo tanto, hay curiosidad en el conocimiento sensible cuando no está ordenado el conocimiento a algo bueno, o tiene en sí mismo un fin malo.
El desorden del recto uso del conocimiento sensible hoy abunda, tristemente. Siempre ha existido: san Juan lo llama “concupiscencia de los ojos”, y lo enumera junto con la “concupiscencia de la carne” y la “soberbia de la vida” (cf. 1 Jn. 2, 16). Pero hoy la civilización que nos rodea es la de la imagen, ya sea por la voluptuosidad o por la violencia, que está al alcance de todos, corrompiendo las conciencias de almas de los niños y de los jóvenes. ¡Cuánta pornografía al alcance de todos, hasta en computadoras y celulares! ¡Y los padres brillan por su ausencia, sin poner freno a la perversidad que reciben sus hijos, con el pretexto de no invadir su privacidad! Esta verdadera corrupción de menores no puede quedar impune frente al Dios justo, que impide que los niños vayan hacia Él (cf. Mc. 10, 14).