(6/6)La virtud de la estudiosidad (Padre Jorge Luis Hidalgo)


6. Conclusión

Luego del “siglo de las luces”, que pensaba darle a la inteligencia del hombre una altura inigualable, estamos asistiendo al embrutecimiento del hombre, consecuencia del oscurecimiento de su razón. Estas tinieblas en la inteligencia comenzaron al dar la espalda el hombre al don de la fe, creyendo que todo podría conocerlo con sus solas fuerzas.
Pero ha perdido incluso lo que creía tener (cf. Mt. 25, 29): su inteligencia. Lo único que proclama definitivo es la ausencia de verdades absolutas, para que cada uno realice a su antojo lo que quiera. De este modo, impera la ideología. Esto anticipa el reinado del anticristo, reino de mentira, de muerte y del mal, bajo apariencia de verdad, de vida y de bien.
“La verdad engendra el odio”, dijo Terencio, maestro de San Agustín. También frente a las mentiras oficiales actuales debemos levantarnos, en todos los campos posibles: en la filosofía, enseñando la filosofía perenne de santo Tomás; en el derecho, recordando la existencia del derecho natural, que debe estar arraigado en el divino; en las ciencias, pues debemos elevarnos desde lo creado al Creador; en la política, donde deben buscarse las bases naturales que lleven al bien común trascendente, condenando el actual demoliberalismo; en la educación, investigando y actuando en colegios, revistas y grupos de formación; en el arte, pues el camino de la belleza es una vía hacia el Artista divino; en la historia, para evitar falsificaciones e imposiciones ideológicas, teniendo una buena filosofía y sobre todo una mejor teología de la historia, para entender los sucesos desde Dios.
“La verdad engendra el odio”. Pero nada podrá contra la ella. “Yo os daré boca y sabiduría a la cual ninguno de vuestros adversarios podrá resistir o contradecir” (Lc. 21, 15), dijo el Señor. “Su castigo [el de los malos], sigue diciendo san Agustín, consiste en que él no puede ocultarse a la verdad, mientras que la verdad sí se le oculta a él… Y sólo llegará a ser feliz cuando sin estorbos ni interferencias sea capaz de gozarse en aquella Verdad por la cual son verdaderas todas las cosas.”
Del mismo modo que no es el discípulo más que su Maestro (cf. Mt. 10, 24), así también puede ser que debamos dar el supremo testimonio por Él, que es el de la sangre, a ejemplo suyo. Así lo hicieron en nuestra patria Jordán Bruno Genta y Carlos Alberto Sacheri. Los comunistas sí sabían a quiénes mataban: no atacaron a quienes ponían: “Viva Cristo Rey” en los muros de las ciudades, sino a aquellos que llamaban a combatir “el buen combate de la fe” (1 Tim. 6, 12) tomando sus estandartes, despertando a sus compatriotas de su letargo; asesinaron a aquellos que más ponían de manifiesto su conciencia adormilada en la práctica del bien.
Nuestra Argentina hoy, en ciertos aspectos, está peor que hace 40 años. La sociedad está más idiotizada, por la ausencia de la fe católica, la falta de la verdadera ciencia y por abundar el hedonismo en todos los ámbitos de la vida. Ahora, más que nunca, debemos aplicarnos a conocer la verdad, a manifestarla sin temor a quienes tenemos cerca, y a dar por ella, si es preciso, la propia vida.

Padre Jorge Luis Hidalgo