EL MESÍAS SOCIAL
No se trata de una alegoría: en la propia Cámara de Diputados de la Nación fue llamado, con mayúsculas, el Mesías:
"Perón el Mesías, enviado del destino".
Curiosamente, este rasgo mesiánico no sería privativo de un período histórico sino que informa toda su vida hasta su muerte:
"Perón logró al fin su rehabilitación, y regresó triunfante como el Mesías".
La exaltación y el culto del mesías lleva implícita la egolatría. Esta es inconciliable con el principio de la limitación del poder político, aberrante, absolutista y totalitaria, y tiende a concentrar el poder en manos de ese "yo" que ocupa el centro del sistema político.
Dicha divinización ayuda a explicar esa obediencia irrestricta que funciona de un modo automático, sin un análisis sobre la naturaleza del pedido que se formula. La razón es que se entiende responder a un mandato divino.
- Ningún peronista entra a analizar las situaciones: basta que el General Perón quiera una cosa para que todos estemos dispuestos a cumplirla de inmediato"
Cada militante se concebía a sí mismo como el apóstol de una idea redentora. Incluso el mismo Perón llegó a emplear la palabra "apóstol" para señalar que en la escuela de conducción peronista debían formarse apóstoles más que eruditos doctrinarios. Sugestivamente, los compañeros del Führer también fueron llamados apóstoles.
El mesianismo político necesita, para configurarse como tal, la existencia de dos socios: un líder carismático egolátrico y un grupos social que otorgue a esa figura meramente humana condiciones sobrenaturales hasta reconocerle aptitudes casi divinas. A su tiempo se ha subrayado la función claramente política que cumplía el cultivo del sentido sacro en su personalidad pública:
"La intensificación del culto a su persona cumplía la función de ersatz. Se atribuyeron a la persona de Perón fuerzas sobrenaturales; se la elevó al rango de ser todopoderoso, capaz de hacer desaparecer las antinomias, de lograr que sucediera lo que no había ocurrido, en una palabra, de resolver los problemas o de hacerlos desaparecer".
En determinadas oportunidades el liderazgo de Perón asumía un sentido verdaderamente mediúmnico, como lo certifica una conspicua figura del peronismo:
"Perón parecía estar en trance ante la multitud. El podía adivinar lo que la gente sentía y quería".
Donde estas conductas adquieren un valor paradigmático es en la figura de Evita, quien expresa esa perfección sobrehumana del líder al insinuar su identificación con la misma persona divina de Cristo:
"Perón es un genio que no tiene defectos, y si tuviera uno sería sólo tener demasiado corazón, que sería el más sublime de todos los defectos, ya que Cristo perdonó por su gran corazón a quienes lo crucificaron".
Más aún, Perón es el que traza la diferencia entre el bien y el mal, entre el error y la verdad, y algo es verdad. Perón es el que dice lo que es verdad, y algo es verdad no porque en sí sea verdadero, sino en primer lugar porque Perón lo dice:
"El General Perón ha dicho que no sería posible el justicialismo sin el sindicalismo. Y esto es verdad, primero porque lo ha dicho el General Perón y segundo, porque efectivamente es verdad".
En el discurso de Evita, Perón supera la talla meramente humana para constituirse en un arquetipo:
"A veces pienso que Perón ha dejado de ser un hombre como los demás; que Perón es un ideal encarnado".
En un pasaje de su autobiografía política ella define todo sus ser y el sentido de su vida en función de la persona sagrada de su cónyuge:
"Por eso ni mi vida ni mi corazón me pertenecen y nada de todo lo que soy o tengo es mío. Todo lo que soy, todo lo que tengo, todo lo que pienso y todo lo que siento es de Perón".
Un artículo de una revista oficial del movimiento compara (no sería ciertamente el único caso) a Perón con la misma figura de Jesucrsito:
"Claman para que el Hijo de Dios vuelva a la Tierra. No hace falta. No precisa herederos, porque dejó en marcha la más clara y terminante de las políticas".