Los elementos religiosos del peronismo
(parte 19)
La liturgia de un ritual político
En más de una ocasión se ha caracterizado a los años de consolidación del peronismo en el poder como una fiesta. Una gran parte del pueblo, particularmente en sus estratos más bajos, vivía de manera festiva su incorporación con personería propia a la escena nacional, luego de muchos años de marginación y de desamparo.
Celebrar una fiesta significa festejar un motivo especial y de un modo ajeno a lo cotidiano la afirmación del mundo hecha ya una vez y repetida todos los días. La fiesta es un momento que se sale de lo normal, es decir, es también una salida del tiempo histórico.
Los motivos de la celebración pueden ser variados, entre ellos poner de relieve algo muy importante e inédito que ha sucedido: ganar una batalla en el mundo antiguo o la firma de un convenio con otra nación en la edad moderna. Los contenidos míticos no han estado completamente ausentes de las festividades patrióticas, como sucede por ejemplo en las llamadas "Fiestas Mayas". Durante la revolución francesa fueroni nventadas fiestas de creación y naturaleza secular-religiosa, que desplazaron y sustituyeron a las antiguas y tradicionales celebaciones cristianas por otras que respondían a la nueva religión nacional, configurando un verdaero ritual civil. Durante un banquete de celebración del primer aniversario del hecho revolucionario, servido por "ninfas de la paria", el presidente leyó como bendición de la mesa los dos primeros artículos de los "Derechos del Hombre", y al concluir los comensales respondieron: ainsi soit-il ("Que así sea").
Por encima de las motivaciones particulares de la festividad, lo que verdaderamente se celebra es una felicidad ya realizada o aún sin concretar, por parte del poder político, mediante la modificación de las condiciones sociales. La vida política se expresa en sentido ritual, no solamente en los sistemas totalitarios, aunque se evidencie con más vivacidad en ellos. Pudo verse ya cómo durante los rituales nazis una perspectiva escenográfica se desplegaba en marchas y desfiles con una parafernalia de antorchas, banderas al viento, himnos y cánticos patrióticos y estandartes en alto, todo lo cual configuraba un desbordante clima épico saturado de resonancias irracionales. El elemento central lo constituían los mensajes del Führer, cuidadosamente concebidos con un estudiado efecto dramático, pero que en un momento dado y por la fuerza de la tensión emocional adquirían, sin embargo, unas formas independientes de cualquier programación, como sucedía también con Juan Domingo Perón. Se realizaba en esas ocasiones una comunión fuertemente emotiva hasta límites paroxísticos, en las cuales el Führer adquiría una apariencia de poseído. Con el marxismo, ocurría algo parecido, e incluso se ha vinculado el colapso de su versión soviética con el fracaso de creación de rituales que estuvieran relacionados con la fe oficial.