Los obreros estarían en su derecho al formular esas exigencias, porque el trabajo asalariado ofrece un doble aspecto: el individual y el social. Tiene un carácter individual porque fulano trabaja y está cansado al cabo de la jornada. Pero también tiene un aspecto social, porque fulano ha contribuído a crear la riqueza social junto con los demás obreros. Fulano forma parte de una combinación de finanzas, trabajo y dirección. Por su aporte individual, debería percibir un salario suficiente para mantener a una familia; y por su cooperación social, su creciente aporte al bien común, debería recibir una participación en la ganancia que ayuda a crear. El salario le compensa el aporte de su tiempo; pero no es resarcido por su cooperación con el capital y la dirección en la producción de nuevas riquezas, ni por su aporte al bien común.
Esto, podría remediarse dándoles a los obreros alguna participación en las ganancias, en la dirección o propiedad de la industria.
La participación en las ganancias no debe adoptar la forma de un aguinaldo de Navidad, lo cual es un gesto paternal; pero
un acuerdo por el cual los empleados se conviertan en accionistas participantes
sería una forma legítima y normal del contrato de empleo, que haría del obrero un socio más bien que un servidor. Esta dignificación del obrero ha sido inhibida generalmente en dos formas: por la lentitud de los capitalistas en notar su mérito antes que el gobierno empezara a apoderarse de las ganancias excesivas para verterlas en las burocracias, donde no las comparten ni el capital ni el trabajo, y por una falta de sentido político en los dirigentes obreros que sin cesar piden más y más, lo cual puede matar a la gallina que puso el huevo capitalista, en vez de buscar el principio más flexible, realista y sólido de la participación en las ganancias.
La ventaja de este sistema son numerosas. Haría superflua la lucha de clases que trata de provocar el comunismo.
Un hombre está dispuesto a cruzarse de brazos cuando trabaja con herramientas ajenas, pero no lo estará cuando sean propias. Los obreros se interesarán por el capital cuando cada uno tenga capital que defender. En segundo lugar, abundarán más los frutos de la tierra. Los hombres trabajan con más tesón y buena voluntad cuando lo hacen en cosa propia. En tercer lugar, eso haría a los hombres menos susceptibles a las ideologías extranjeras y a las descabelladas promesas de los revolucionarios, ya que ningún hombre cambiará a su patria por un país extranjero si su patria le ofrece el medio de vivir una vida tolerable y feliz. En cuarto lugar, se trata de la réplica inteligente a los comunistas que quieren volar el capitalismo: esta solución prefiere defenderlo.
En vez de concentrar la riqueza en manos de un estado administrado administrado por unos cuantos burócratas, la forma humanitaria es repartirla entre quienes la crean.