Los elementos religiosos del peronismo
(20° parte)
"Las fiestas religiosas como la Navidad resultaban incluidas en los mecanismos de peronización del régimen. La Navidad también quedaba transformada en una fiesta peronista".
La fiesta peronista
Se ha considerado que el ritual de la fiesta descamisada es una mera duplicación del original diseñado por el fascismo -al que el propio Perón había tenido ocasión de conocer de primera mano durante su estadía europea-, aunque con características propias y distintivas de las regimentadas movilizaciones de Piazza Venezia.
Las fiestas religiosas como la Navidad resultaban incluidas en los mecanismos de peronización del régimen. La Navidad también quedaba transformada en una fiesta peronista.
Lo mismo que ocurría, salvadas las distancias, con otros totalitarismos. Pero, como se ha observado, existe un clima diferente en el fascismo y en el peronismo. En este último predominaba un tono más bien optimista que se expresaba en sus cánticos y lemas, claramente distintos del simbolismo agresivo y amenazador propio del ritual de los "camisas negras" y "camisas pardas".
En los actos peronistas, en cambio, resultaba relativamente frecuente percibir un clima de alegría bulliciosa y desordenada, muy característica de este movimiento popular y expresión del cual son cánticos a menudo humorísticos. En los participantes se advierte de ordinario una mirada optimista hacia el futuro, por encima de su humilde condición. Los protagonistas, en efecto, han sido llamados despectivamente por la oposición al peronismo como "descamisados", que posteriormente fue adoptado por Perón y Evita como un timbre de honor para denominar a sus adherentes. El término -que hace referencia a quienes no poseen saco o gabardian, considerada una prenda caracterizante de la "clase media" y por lo tanto que expresaría un cierto aburguesamiento del proletariado -ha sido relacionado con los sans-culottes revolucionarios franceses.
Los actos peronistas expresaban la indudable frescura de las cosas auténticas y reflejan también la riqueza y el sentido común de las gentes sencillas del pueblo, donde semuestra sin formalismos la creación espontánea del ingenio popular traducida en un folclore campechano y jocoso. Aun muchos años después de los años de gloria del peronismo, en la década del ciencuenta, con el retorno al poder vuelve a caracterizarse la significación de sus manisfestaciones políticas como una verdadera fiesta.
Las festividades populares constituyen una importante tradición en el interior argentino, de donde provenía la casi totalidad de los despectivamente llamados entonces cabecitas negras. Muchas de estas fiestas poseen un verdadero ritual social constituído por elementos religiosos, folclóricos y supersticiosos. El estilo peronista se exhibía entonces en toda su plenitud durante las manifestaciones organizadas por el régimen, alcanzando un estado de exaltación colectiva que recuerda por momentos a las ceremonias dionisíacas de la antigua Grecia y que -como ya se viera- es propio también del ritual nacional-socialista.
Estas se realizaban en determinados días, que por ese motivo eran declarados feriados, a raíz de algún suceso fuera de lo común, como por ejemplo antes de las elecciones o después de agitaciones políticas, cuando Perón quería impresionar a sus opositores con una muestra pública de solidaridad ejemplar.
El rito se sitúa en un punto de convergencia de la naturaleza, la sociedad, la cultura y la religión que lleva a la persona a sentirse integrada a un sistema e inmersa al mismo tiempo en la fuente de una fuerza capaz de establecer nuevos vínculos y un orden nuevo. Cada peronista sentía profundamente que cada vez que Plaza de Mayo hervía de gente y estallaba en demostraciones de euforia colectiva, algo inédito se estaba escribiendo en la historia argentina, y un nuevo sentido de la vida se dibujaba en quienes hasta entonces no habían existido para la sociedad política, como no sea para funciones serviles y para reverenciar y asentir las trampas y las hipocresías de un sistema social y político que aparecía cada vez más arcaico.
Las expresiones festivas de elementos orgiásticos-dionisíacos se delineaban nítidamente entonces en esas ocasiones, alcanzando su climax con la aparición de Perón y Evita en el balcón
, que tenía el sentido de un juego, puesto que ambos lo hacían como simulando responder a los insistentes reclamos de la multitud.
Ésta los recibía con clamoroso júbilo, en el cual se mezclaban gritos, bocinazos y música. El aplauso y el griterío de aprobación se repetían y se intensificaban después de pasajes particularmente vibrantes o provocatorios de los discursos pronunciados por ambos. De tanto en tanto, esos discursos llevaban al delirio a los manifestantes, que al terminar el acto dejaban arrastrar a acciones espontáneas contra los opositores del régimen.
Este clima de festividad desordenada, y si se quiere hasta grosera en ocasiones, fue descrito desde el antiperonismo sin que se percibiera en él otro elemento que su naturaleza de panem et circenses:
El dictador está allá arriba, en su balcón de la Casa Rosada. Hay banderines, cortinados altos, carteles y estandartes, como en las jornadas de Berlín o Roma. Las grandes líneas son verticales, ascendentes, apenas cortadas por los letreros de repugnante obsecuencia hacia el dictador. Las banderas flamean, como si hubieran sido arrancadas a mil trincheras enemigas. Hay música de bronces (…)
Se intercambian gritos, risotadas, exclamaciones, juramentos. Los altavoces atronan el espacio, caldeando, con música popular, los locutores rápidos y nerviosos matizan con frases retumbantes: ¡Cien mil personas! ¡Doscientas mil personas llenan la histórica Plaza de Mayo! ¡Siguen llegando las multitudes! ¡Se aprietan trescientas mil personas que van a decir, emocionadas, al líder: "Presente"!
"Los muchachos peronistas", imitación infeliz de la "Giovinezza" de Benito Mussolini, excita, en su monótono repetir, las masas en la que se aprietan y entremezclan hombres y mujeres sudorosos, gesticulantes, móviles como un caldo de cultivo. Hasta que el líder se asoma al balcón.
Es la irrupción contemporánea de una aproximación a las condiciones de comunión mítica y de actitud ritual que ya pueden encontrarse en las grandes fiestas de la antigüedad, expresadas ahora en un recital de música de rock o en un acto político:
El estallido con frecuencia sincrónico del aplauso, el crecimiento fragoroso e incitante de gritos y silbidos que llegan a convertirse en aullidos y lamentos; los arranques del cuerpo, el vaivén de marea amenazante...Todo ello hace pensar que el hombre, una vez devenido en partícipe de estos grandes espectáculos de masa -o mejor, de estos grandes "ritos colectivos"-, pierde casi por completamente su autonomía individual y se convierte en una suerte de ser colectivo animado por un "espíritu o alma de grupo", sujeto a todas aquellas fluctuaciones, a esa irrupción de elementos irracionales que son propios de una actividad o de un estadio que aún no se ha hecho consciente.
Existe evidentemente una "conexión sacra" en el rock que se exhibe en toda su intensidad en la función litúrgica por excelencia: el recital. La fiesta por antonomasia será el concierto del famosos, en el que está también presente un sentido ritual. La asamblea musical expresa el deseo de identificación con el cantante que se despoja de la ropa y cae purificado por un torrente de agua, en la que todos quieren ser bañados. Durante la visita que en el verano de 1995 realizó a nuestro país, el mundialmente famoso conjunto de rock Rolling Stones, la sensibilidad periodística recogió esa identidad de condiciones de comunión extática que es común al ambiente rockero y a la praxis peronista:
Nos encontramos en ese momento frente a un formidable contacto eléctrico entre una persona y la masa, tal como alguna vez lo simbolizó Perón desde la Plaza de Mayo o tantos otros líderes carismáticos desde otros balcones.
En el rito político se encuentran presentes las mismas expresiones típicas de los complejos mágico-religiosos de las ritualizaciones simbólicas o de las ceremonias consagratorias, donde gestos y ademanes instintivos comienzan a instrumentarse en forma irrefrenable hasta alcanzar la organización plástica de un ritual. Los rituales patrióticos en la escuela pública adquirieron también durante el gobierno justicialista una formulación arquetípica donde se integraron y consagraron las festividades propias de su sistema político junto con las clásicas del ritual normalista tradicional.
En los regímenes fascistas se produce una fuerte crítica al racionalismo iluminista, denunciado como fuente de todos los males políticos, y el correlativo crecimiento de un clima irracionalista que se difunde progresivamente en toda la sociedad. Lo racional entra en un verdadero cono de sombra. Por el contrario, la veneración del jefe carismático conduce a una especie de histeria colectiva.
Es sabido que cuando hacia buen tiempo durante el régimen nacional-socialista, se decía que hacía un "tiempo de Hitler". Del mismo modo, según algunas versiones, el periodista Luis María Albamonte (Américo Barrios), y según otras el periodista deportivo Luis Elías Sojit, bautizaría con la expresión día peronista cualquier jornada radiante de sol, que pronto adquirió una gran popularidad. Este ejemplo ilustra esa visión optimista de la vida, ya señalada como propia de la sensibilidad peronista.
Una interpretación sociológica explica el rito como creación del conjunto social. Lo que el hombre experimentaría en el fondo de su conducta ritual es la presencia totalizadora de la sociedad. Los actos peronistas representan una expresión de fuerza política y un instrumento de identidad e integración de sus participantes, donde puede percibirse también un folclore propio que constituye una verdadera liturgia.
El régimen creó un verdadero imaginario político, centrado en la glorificación de las personalidades de Perón y Eva, que fue esencial para la generación y mantenimiento del carisma de ambos.
La fiesta tuvo su fundación el 17 de octubre de 1945. El Día de la Lealtad pasó a constituirse entonces en el paradigma de la festividad justicialista, y fue asimilado al panteón simbólico de la nacionalidad donde se encuentran las fiestas mayas. Ese día fundacional se conformaron los elementos que hasta hoy han dado y siguen dando a los actos peronistas un propio sello que es inconfundible.
El 18, el calor y la humedad eran inaguantables en Buenos Aires. No era día para trabajar; ya se había instituido una jornada de holganza en el santoral de los argentinos: "San Perón". Durante nueve años más, los ritos multitudinarios de cada 17 de octubre concluirían invariablemente con el estribillo que nació en 1945:
¡Mañana es San Perón!
que trabaje el patrón.
Aunque parezca increíble, no faltaría un iniciativa en el propio seno del gobierno para formalizar administrativamente el hecho:
Tal decreto no sólo hacía tabla rasa con los feriados religiosos. Suprimía, además el feriado del 20 de junio destinado a honrar la Bandera Nacional, pero en cambio incluía el 17 de octubre, el 18 del mismo mes con la designación de "San Perón".
Ésta los recibía con clamoroso júbilo, en el cual se mezclaban gritos, bocinazos y música. El aplauso y el griterío de aprobación se repetían y se intensificaban después de pasajes particularmente vibrantes o provocatorios de los discursos pronunciados por ambos. De tanto en tanto, esos discursos llevaban al delirio a los manifestantes, que al terminar el acto dejaban arrastrar a acciones espontáneas contra los opositores del régimen.
Este clima de festividad desordenada, y si se quiere hasta grosera en ocasiones, fue descrito desde el antiperonismo sin que se percibiera en él otro elemento que su naturaleza de panem et circenses:
El dictador está allá arriba, en su balcón de la Casa Rosada. Hay banderines, cortinados altos, carteles y estandartes, como en las jornadas de Berlín o Roma. Las grandes líneas son verticales, ascendentes, apenas cortadas por los letreros de repugnante obsecuencia hacia el dictador. Las banderas flamean, como si hubieran sido arrancadas a mil trincheras enemigas. Hay música de bronces (…)
Se intercambian gritos, risotadas, exclamaciones, juramentos. Los altavoces atronan el espacio, caldeando, con música popular, los locutores rápidos y nerviosos matizan con frases retumbantes: ¡Cien mil personas! ¡Doscientas mil personas llenan la histórica Plaza de Mayo! ¡Siguen llegando las multitudes! ¡Se aprietan trescientas mil personas que van a decir, emocionadas, al líder: "Presente"!
"Los muchachos peronistas", imitación infeliz de la "Giovinezza" de Benito Mussolini, excita, en su monótono repetir, las masas en la que se aprietan y entremezclan hombres y mujeres sudorosos, gesticulantes, móviles como un caldo de cultivo. Hasta que el líder se asoma al balcón.
Es la irrupción contemporánea de una aproximación a las condiciones de comunión mítica y de actitud ritual que ya pueden encontrarse en las grandes fiestas de la antigüedad, expresadas ahora en un recital de música de rock o en un acto político:
El estallido con frecuencia sincrónico del aplauso, el crecimiento fragoroso e incitante de gritos y silbidos que llegan a convertirse en aullidos y lamentos; los arranques del cuerpo, el vaivén de marea amenazante...Todo ello hace pensar que el hombre, una vez devenido en partícipe de estos grandes espectáculos de masa -o mejor, de estos grandes "ritos colectivos"-, pierde casi por completamente su autonomía individual y se convierte en una suerte de ser colectivo animado por un "espíritu o alma de grupo", sujeto a todas aquellas fluctuaciones, a esa irrupción de elementos irracionales que son propios de una actividad o de un estadio que aún no se ha hecho consciente.
Existe evidentemente una "conexión sacra" en el rock que se exhibe en toda su intensidad en la función litúrgica por excelencia: el recital. La fiesta por antonomasia será el concierto del famosos, en el que está también presente un sentido ritual. La asamblea musical expresa el deseo de identificación con el cantante que se despoja de la ropa y cae purificado por un torrente de agua, en la que todos quieren ser bañados. Durante la visita que en el verano de 1995 realizó a nuestro país, el mundialmente famoso conjunto de rock Rolling Stones, la sensibilidad periodística recogió esa identidad de condiciones de comunión extática que es común al ambiente rockero y a la praxis peronista:
Nos encontramos en ese momento frente a un formidable contacto eléctrico entre una persona y la masa, tal como alguna vez lo simbolizó Perón desde la Plaza de Mayo o tantos otros líderes carismáticos desde otros balcones.
En el rito político se encuentran presentes las mismas expresiones típicas de los complejos mágico-religiosos de las ritualizaciones simbólicas o de las ceremonias consagratorias, donde gestos y ademanes instintivos comienzan a instrumentarse en forma irrefrenable hasta alcanzar la organización plástica de un ritual. Los rituales patrióticos en la escuela pública adquirieron también durante el gobierno justicialista una formulación arquetípica donde se integraron y consagraron las festividades propias de su sistema político junto con las clásicas del ritual normalista tradicional.
En los regímenes fascistas se produce una fuerte crítica al racionalismo iluminista, denunciado como fuente de todos los males políticos, y el correlativo crecimiento de un clima irracionalista que se difunde progresivamente en toda la sociedad. Lo racional entra en un verdadero cono de sombra. Por el contrario, la veneración del jefe carismático conduce a una especie de histeria colectiva.
Es sabido que cuando hacia buen tiempo durante el régimen nacional-socialista, se decía que hacía un "tiempo de Hitler". Del mismo modo, según algunas versiones, el periodista Luis María Albamonte (Américo Barrios), y según otras el periodista deportivo Luis Elías Sojit, bautizaría con la expresión día peronista cualquier jornada radiante de sol, que pronto adquirió una gran popularidad. Este ejemplo ilustra esa visión optimista de la vida, ya señalada como propia de la sensibilidad peronista.
Una interpretación sociológica explica el rito como creación del conjunto social. Lo que el hombre experimentaría en el fondo de su conducta ritual es la presencia totalizadora de la sociedad. Los actos peronistas representan una expresión de fuerza política y un instrumento de identidad e integración de sus participantes, donde puede percibirse también un folclore propio que constituye una verdadera liturgia.
El régimen creó un verdadero imaginario político, centrado en la glorificación de las personalidades de Perón y Eva, que fue esencial para la generación y mantenimiento del carisma de ambos.
La fiesta tuvo su fundación el 17 de octubre de 1945. El Día de la Lealtad pasó a constituirse entonces en el paradigma de la festividad justicialista, y fue asimilado al panteón simbólico de la nacionalidad donde se encuentran las fiestas mayas. Ese día fundacional se conformaron los elementos que hasta hoy han dado y siguen dando a los actos peronistas un propio sello que es inconfundible.
El 18, el calor y la humedad eran inaguantables en Buenos Aires. No era día para trabajar; ya se había instituido una jornada de holganza en el santoral de los argentinos: "San Perón". Durante nueve años más, los ritos multitudinarios de cada 17 de octubre concluirían invariablemente con el estribillo que nació en 1945:
¡Mañana es San Perón!
que trabaje el patrón.
Aunque parezca increíble, no faltaría un iniciativa en el propio seno del gobierno para formalizar administrativamente el hecho:
Tal decreto no sólo hacía tabla rasa con los feriados religiosos. Suprimía, además el feriado del 20 de junio destinado a honrar la Bandera Nacional, pero en cambio incluía el 17 de octubre, el 18 del mismo mes con la designación de "San Perón".