LA DEMOCRACIA
Esta palabra en la pluma de Santo Tomás significa participación del pueblo en el gobierno. No puede atribuírsele en modo alguno el valor moderno.
Democracia en sentido tomista no quiere decir que el origen del poder esté en el pueblo.
Ni el mediato, ni el inmediato.
En Santo Tomás, la causa de la sociedad está fuera de la sociedad misma. Doctrina que reproduce fielmente León XIII.
La autoridad procede de Dios, y Dios designa o concreta al soberano por mil formas distintas. La ley suprema, después de Dios, es el bien común. Y merece y debe mandar el que mejor le sirva.
Entre las formas de adquirir la soberanía cabe la herencia, cabe el plebiscito y cabe la designación por los nobles o por el ejército triunfante, o cabe la suerte, si el régimen es teocrático, como lo fué el judío. Cabe incluso la designación directa y extraordinaria hecha por el mismo Dios. Tal fué el caso de Moisés.
La soberanía procede de Dios, causa eficiente, y se constituye en beneficio de la sociedad, causa final. Postulados inconmovibles de todo el derecho público cristiano. Por consiguiente, la democracia tomista no se corresponde con la soberanía nacional liberal moderna.
Al contario, ésta queda excluída doctrinal y teóricamente por incompatible con el origen divino del poder. Es incompatible por razón de principio.
No así el sufragio universal. No propugna tal democracia Santo Tomás; pero tampoco la condena. No se planteó, ni podía plantearse en sus días, la cuestión en el orden doctrinal.
Sin embargo, es cierto que, por razones prudenciales, basadas en leyes morales, deducidas de la consideración de la humanidad caída. Santo Tomás condiciona mucho la intervención del pueblo en e poder, y debe, por tanto, ser contado entre los enemigos del sufragio universal inorgánico.
Los demostraremos luego al tratar del pesimismo de Santo Tomás.
Más alguna intervención del pueblo en el gobierno es sabia y justa.
El gobernado puede ser o esclavo, o súbdito, o ciudadano. Esclavo, si el gobernante, el amo, lo utiliza en beneficio propio, con desprecio u olvido del bien gobernado. Súbdito, si el gobernante gobierna en provecho del gobernado, sin darle participación en el gobierno. Así el hijo menor en el hogar. Ciudadano, si el gobierno es en provecho del gobernado y éste participa en el gobierno. Así la esposa y los hijos mayores de la familia.
En el mejor régimen tomista, en la base de la sociedad, no hay esclavos ni súbditos: hay ciudadanos.
Valor de la democracia
El elemento democrático aporta al "mejor régimen" valores sociales y políticos inestimables.
El principio formal de la democracia es la libertad, el bien mayor del hombre. Hoy diríamos que salva la dignidad personal del ciudadano. Por la democracia, el súbdito se eleva a la ciudadanía.
La democracia garantiza la satisfacción interior de los gobernados y, con ello, la colaboración voluntaria con la autoridad.
La democracia garantiza también la paz social y la continuidad del régimen. Contra la sedición, la libertad moderada. Es fórmula tomista.
La represión violenta es, a veces, necesaria para salvar a una sociedad de la anarquía. Mas para dar estabilidad al nuevo orden es preciso lograr la satisfacción interior de los gobernados por medio de la libertad moderada y de una prudente intervención del ciudadano en el gobierno. Que no se sientan infantilmente súbditos; que se consideren respetados en su ciudadanía, es decir, en su dignidad de seres inteligentes y libres.
Extensión de la democracia
Una mente moderna captará con dificultad el pensamiento tomista. Arrojará luz para entender a Santo Tomás la lectura del artículo de la Summa (1-2 q. 105 a. 1 c), clave del presente folleto.
¿En qué consistía la democracia judía? En que todos eran electores y todos eran elegibles para los cargos del Consejo. No transmitían la autoridad. No procedía de abajo la soberanía. Elegíase a consejeros que podrían por su ciencia y virtud ilustrar a Moisés y representar, a la vez, los derechos del pueblo. "Representaban", según el sentido tradicional de esta palabra en las Cortes de Castilla.
Santo Tomás establece una relación entre la extensión de la democracia y la cultura y virtud del pueblo.
"El gobierno político (dice en el De regimine principum), sólo es apto para las naciones sabias y virtuosas". Santo Tomás no se hace ilusiones respecto de la sabiduría y virtud de los que forman la base de la sociedad.
La mayoría de los hombres se sienten atraídos por el bien sensible, con olvido de los valores del alma, y carecen de prudencia. No practican, al menos, la prudencia del espíritu. Son con frecuencia esclavos de la prudencia de la carne.
"El número de los necios es infinito", es la cita escriturística que oportunamente alega el Santo Doctor.
La Historia -es cierto- demuestra que los regímenes radicalmente populares no ocupan muchos lustros en la Historia ni muy extensas áreas en la geografía política del universo.
Mas, por otra parte, es un hecho que las naciones modernas más adelantadas son, en conjunto, más sabias y virtuosas que las más perfectas sociedades conocidas por la Historia.
Hoy se ejercita la fecunda virtud del trabajo como nunca. Y se concibe y busca, y en parte se realiza, la justicia social como jamás la humanidad la ha practicado.
Por donde, sin concluir de estos hechos que el sufragio universal inorgánico sea una conquista definitiva de la ciencia política, sí debe reconocerse que no cabe régimen estable en un país moderno sin una participación real y efectiva del pueblo libre en los órganos soberanos del Estado. La llamada democracia orgánica es para algunos -y entre ellos nos contamos- una fórmula feliz.
Los demostraremos luego al tratar del pesimismo de Santo Tomás.
Más alguna intervención del pueblo en el gobierno es sabia y justa.
El gobernado puede ser o esclavo, o súbdito, o ciudadano. Esclavo, si el gobernante, el amo, lo utiliza en beneficio propio, con desprecio u olvido del bien gobernado. Súbdito, si el gobernante gobierna en provecho del gobernado, sin darle participación en el gobierno. Así el hijo menor en el hogar. Ciudadano, si el gobierno es en provecho del gobernado y éste participa en el gobierno. Así la esposa y los hijos mayores de la familia.
En el mejor régimen tomista, en la base de la sociedad, no hay esclavos ni súbditos: hay ciudadanos.
Valor de la democracia
El elemento democrático aporta al "mejor régimen" valores sociales y políticos inestimables.
El principio formal de la democracia es la libertad, el bien mayor del hombre. Hoy diríamos que salva la dignidad personal del ciudadano. Por la democracia, el súbdito se eleva a la ciudadanía.
La democracia garantiza la satisfacción interior de los gobernados y, con ello, la colaboración voluntaria con la autoridad.
La democracia garantiza también la paz social y la continuidad del régimen. Contra la sedición, la libertad moderada. Es fórmula tomista.
La represión violenta es, a veces, necesaria para salvar a una sociedad de la anarquía. Mas para dar estabilidad al nuevo orden es preciso lograr la satisfacción interior de los gobernados por medio de la libertad moderada y de una prudente intervención del ciudadano en el gobierno. Que no se sientan infantilmente súbditos; que se consideren respetados en su ciudadanía, es decir, en su dignidad de seres inteligentes y libres.
Extensión de la democracia
Una mente moderna captará con dificultad el pensamiento tomista. Arrojará luz para entender a Santo Tomás la lectura del artículo de la Summa (1-2 q. 105 a. 1 c), clave del presente folleto.
¿En qué consistía la democracia judía? En que todos eran electores y todos eran elegibles para los cargos del Consejo. No transmitían la autoridad. No procedía de abajo la soberanía. Elegíase a consejeros que podrían por su ciencia y virtud ilustrar a Moisés y representar, a la vez, los derechos del pueblo. "Representaban", según el sentido tradicional de esta palabra en las Cortes de Castilla.
Santo Tomás establece una relación entre la extensión de la democracia y la cultura y virtud del pueblo.
"El gobierno político (dice en el De regimine principum), sólo es apto para las naciones sabias y virtuosas". Santo Tomás no se hace ilusiones respecto de la sabiduría y virtud de los que forman la base de la sociedad.
La mayoría de los hombres se sienten atraídos por el bien sensible, con olvido de los valores del alma, y carecen de prudencia. No practican, al menos, la prudencia del espíritu. Son con frecuencia esclavos de la prudencia de la carne.
"El número de los necios es infinito", es la cita escriturística que oportunamente alega el Santo Doctor.
La Historia -es cierto- demuestra que los regímenes radicalmente populares no ocupan muchos lustros en la Historia ni muy extensas áreas en la geografía política del universo.
Mas, por otra parte, es un hecho que las naciones modernas más adelantadas son, en conjunto, más sabias y virtuosas que las más perfectas sociedades conocidas por la Historia.
Hoy se ejercita la fecunda virtud del trabajo como nunca. Y se concibe y busca, y en parte se realiza, la justicia social como jamás la humanidad la ha practicado.
Por donde, sin concluir de estos hechos que el sufragio universal inorgánico sea una conquista definitiva de la ciencia política, sí debe reconocerse que no cabe régimen estable en un país moderno sin una participación real y efectiva del pueblo libre en los órganos soberanos del Estado. La llamada democracia orgánica es para algunos -y entre ellos nos contamos- una fórmula feliz.