IMPORTANCIA DE LO POLÍTICO PARA LA SALVACIÓN DE LAS ALMAS


por Jean Ousset

Puesto que no podemos escoger, o más exactamente, puesto que no tenemos otra elección que entre la verdad y el error, es preciso que la Verdad, es preciso que Dios, es preciso que Jesucristo y su Iglesia, por medio de la doctrina social de ésta, reinen sobre el Estado, por el Estado es una de esas posiciones clave cuya importancia es tal que no se la puede abandonar sin provocar ruinas. 

―¡Cosa rara! –observaba San Pedro Julián Eymard--, los falsos profetas, los fundadores de las religiones falsas, son el alma de las leyes civiles de esos pueblos: así, Confucio para los chinos, Mahoma para los musulmanes, Lutero para los protestantes. Únicamente a Jesucristo, al fundador de todas las sociedades cristianas, al soberano legislador, al Salvador del género humano, al Dios hecho hombre, no se le menciona en el código de la mayor parte de las naciones, incluso de las cristianas. En ciertos países Su Nombre es una sentencia de vida o de muerte.

 ―De la forma que se dé a la sociedad, conforme o no a las leyes divinas –escribía Pío XII—depende y deriva el bien o el mal de las almas, es decir, el que los hombres, llamados todos a ser vivificados por la gracia de Cristo, en las terrenas contingencias del curso de la vida, respiren el sano y vivificante hálito de la verdad y de las virtudes morales, o, por el contrario, el microbio morboso y a veces mortífero del error y de la depravación. 

Por lo tanto, cooperar al restablecimiento del orden social ―¿no es—prosigue Pío XII—un DEBER SAGRADO PARA TODO cristiano? No os acobarden, amados hijos, las dificultades externas, ni os desanime el obstáculo del creciente paganismo de la vida pública. No os conduzcan a engaño los suscitadores de errores y de teorías malsanas, perversas corrientes, no de crecimiento, sino más bien de destrucción y de corrupción de la vida religiosa; corrientes que pretenden que al pertenecer la Redención al orden de la gracia sobrenatural, al ser, por lo tanto, obra exclusiva de Dios, no necesita nuestra cooperación en este mundo. ¡Oh miserable ignorancia de la obra de Dios!  Pregonando que eran sabios se mostraron necios. Como si la primera eficacia de la gracia no fuera corroborar nuestros sinceros esfuerzos para cumplir diariamente los mandatos de Dios, como individuos y como miembros de la sociedad; como si hace dos milenos no viviera y perseverara en el alma de la Iglesia el sentido de la responsabilidad colectiva de todos por todos, que ha movido y mueve a los espíritus hasta el heroísmo caritativo de los monjes agricultores, de los libertadores de esclavos, de los cuidadores de enfermos, de los abanderados de la fe, de la civilización y de la ciencia en todas las épocas y en todos los pueblos.

 Para CREAR LAS ÚNICAS CONDICIONES SOCIALES QUE A TODOS PUEDEN HACER POSIBLE Y PLACENTERA UNA VIDA DIGNA DEL HOMBRE Y DEL CRISTIANO. Pero vosotros, conscientes y convencidos de tan sacra responsabilidad, no os conforméis jamás en el fondo de vuestra alma con aquella general mediocridad pública en que el común de los hombres no puede, si no es con actos heroicos de virtud, observar los divinos preceptos, siempre y en todo caso inviolables… ―Ante tal consideración y previsión, ¿cómo podría la Iglesia, Madre tan amorosa y solícita del bien de sus hijos, permanecer cual indiferente espectadora de sus peligros, callar o fingir que no ve ni aprecia las condiciones sociales que, queridas o no, hacen difícil y prácticamente imposible una conducta de vida cristiana ajustada a los preceptos del Sumo Legislador?‖ *** Como Joseph Vassal escribía en enero de 193120: ―Decir que la Sociedad sería cristiana si los individuos que la componen fuesen de veras cristianos, es una verdad de Perogrullo. Está por demostrar, y aún sería más difícil, que pueda haber verdaderos cristianos, y en gran número, en un país donde las cuatro quintas partes de los niños reciben una educación sin Dios, donde las nueve décimas partes de la prensa son malas, donde la familia está disociada por la ley del divorcio, donde la inmoralidad reina como dueña en las fábricas y los talleres, y se propaga por todas partes por medio de esa apoteosis de la carne que es el ‗cine‘. ―¿Qué va a ser el niño cuyos padres están separados y vueltos a casar? ¿Qué puede esperarse de una generación educada por maestros cuya mayor preocupación es hacerla impía? ¿Cómo confiar seriamente que vuelvan a la fe poblaciones a las que no llega ninguna propaganda católica y cuyas ideas son casi completamente paganas?

 ―Paliamos el mal, atenuamos algunos de sus efectos, pero no llegamos hasta la raíz: leyes laicistas que desmoralizan a las generaciones jóvenes, ley del divorcio que disocia las familias, ley contra las congregaciones que quita el apostolado católico inapreciables recursos; por encima de todo, la difusión universal y casi sin contrapartida de una literatura malsana y de un cine corruptor…‖. Esto es lo que la Iglesia no podrá aceptar jamás. Esto es lo que tiene el deber de combatir. Esto es lo que explica su derecho a reinar tanto sobre las instituciones como sobre los individuos. ¿Es preciso proclamar que no han sido teóricos fríos, o especialistas apasionados por las cuestiones políticas, los que se han aplicado a recordar semejante doctrina? ¡No! Fueron los mismos santos, porque, siéndolo, desearon con mayor ansia la salvación de las almas. ―Nos matamos, Señora –escribía San Juan Eudes a la reina Ana de Austria—a fuerza de clamar contra la cantidad de desórdenes que existen en Francia, y Dios nos concede la gracia de remediar algunos de ellos. Pero estoy cierto, Señora, que si Vuestra Majestad quisiera emplear el poder que Dios le ha concedido, podríais hacer más, Vos sola, para la destrucción de la tiranía del diablo y para el establecimiento del reino de Jesucristo, que todos los misioneros y predicadores juntos‖21 . 

Y San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia, decía: 

―Si consigo ganar un rey, habré hecho más para la causa de Dios que si hubiese predicado centenares y millares de misiones. Lo que puede hacer un soberano tocado por la gracia de Dios, en interés de la Iglesia y de las almas, no lo harán nunca mil misiones.‖ Porque, junto as un restringido número de católicos que creen firmemente, que saben exactamente en lo que creen y practican lo que creen, hay un gran número que sólo a medias creen, no saben más que a medias en qué creen y a medias lo practican. Como carecen de vida religiosa personal, su fe y su práctica están demasiado ligadas al ambiente en que viven, y si costumbres no cristianas, instituciones no cristianas llegan a implantarse en ese medio, su fe no lo resiste.