Agenda 2030, 2050… las élites que nos gobiernan hoy nos anuncian el mundo ‘feliz’ de mañana
por Karina Mariani
Hace escasos días el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, fue capaz de adelantarse tres décadas en el futuro y presentar un plan de políticas públicas a 30 años vista al que denominó “España 02050”. El mandatario propuso una profusa cantidad de regulaciones y deseos sobre un país que no gobernará y al que posiblemente no verá, mientras el presente le colaba como agua entre los dedos los problemas económicos y sociales a borbotones. ¿Por qué no hacerlo? Ningún megalómano que se precie ha de negarse su momentum fundacional, su impronta seminal que moldee o encauce a la sociedad a un destino manifiesto, que él vislumbra, luminoso.
Los poderosos del mundo son muy dados a delinear una realidad futura, que no es esta, la actual, que es justo, justo, la que están gobernando como monos con navaja, sino una futura donde aparentemente sí lo van a hacer bien. No sonaron las alarmas cuando en el año 2015, los Estados Miembros de las Naciones Unidas aprobaron 17 objetivos como parte de la Agenda 2030 para el (cuando no) Desarrollo Sostenible. Se trataba de un delirio de corte universal en donde países, de distintas culturas y niveles de desarrollo económico, establecían un plan para alcanzar los mismos objetivos en 15 años. Nadie se preguntó cómo se atrevían unos pocos burócratas pazguatos a decir lo que el mundo tendría que ser en 15 años, ni que sustancia habían consumido para pensar que lo lograrían al unísono.
El Fondo Monetario Internacional, que ha de ser el organismo más carenciado en materia de éxitos de la historia de los organismos internacionales carenciados y eso que la competencia es mucha, también estableció metas para esa agenda 2030. Durante el pletórico de desgracias año 2020 volvió el tema con renovados bríos en la Edición del Foro Económico Mundial conocido por su nombre coloquial como Foro de Davos. La humanidad nunca podrá estar lo suficientemente agradecida a la torpeza de Klaus Schwab, su presidente y fundador, ya que con un simple videito encendió el escándalo planetario al poner en evidencia el futuro horroroso que estaban planificando nuestras elites.
Las agendas para los años 2030, 2050, y si los dejamos seguir 3000 (a qué reprimirse, muchachos, que los números son infinitos!), son documentos que detallan objetivos imposibles tales como terminar con “brechas” y “vulnerabilidades”. Su objetivo es una especie de felicidad planetaria común que desde luego ha de ser sustentable, igualitaria, verde y feminista. Esto implica considerar que, o bien los 7 mil millones de terrícolas coincidimos en una sola idea de felicidad, o habrá que reeducarnos hasta que entremos en razones. Algunos puntos son particularmente aterradores, y la ingeniería social del Foro de Davos no se preocupó en maquillar predicciones que anticipan el fin de la propiedad privada, por ejemplo. También aseguran que grandes poblaciones se van a desplazar por culpa del cambio climático que aparentemente cambiará más en África y Asia que en las principales capitales europeas, las que han de prepararse gustosas para albergar a los habitantes de ambos continentes.
Llevamos mucho tiempo ya con el cantito de las predicciones que justifican el accionar de los ingenieros sociales. Una cantidad enorme de modelos de antelación de catástrofes que jamás se producen y que sin embargo no dejan de surtir efecto. Como el cuento del pastorcito pero inverso. Esos modelos alarmistas son el aval de la ingeniería social llevada a la planificación futurista. Contribuye en mucho una población que se volvió cada vez más dependiente económica y psicológicamente del paternalismo estatal y que derivó en una infantilización de la sociedad como nunca se había visto. Llegamos al Siglo XXI con una economía globalmente intervenida y con una sociedad temerosa de morir y de vivir. Un estado de mansedumbre y dependencia muy aceitados.
Así, la planificación centralizada que representó a los totalitarismos más rancios se volvió deseable, gracias a la confianza religiosa de la sociedad en el Estado benefactor y a su capacidad de modelar el futuro aceptando a pies juntillas sus mandatos y arbitrariedades más ridículas, mansamente. Es que la ingeniería social no es patrimonio de los dictadores, es en las sociedades democráticas donde se ven mayores cantidades de buenismos, de creadores de felicidad, de adictos a un tipo determinado de “progreso” social.
Hablando de ingeniería social, Karl Popper diferencia una política social “razonable” de una “utópica” . En este sentido no es lo mismo establecer una política pública “razonable” específica, medible y alcanzable en un plazo concreto: vacunar a una población, por ejemplo; que decir que el plan político consiste en lograr la felicidad: concepto “utópico” inmedible, arbitrario e inalcanzable. Cuando estamos ante esto último, estamos ante las puertas del totalitarismo.
Todas estas agendas que se adelantan 15, 20 o 30 años rebozan de declaraciones de buenas intenciones utópicas propuestas por gobiernos incapaces de las acciones más básicas, pero que son capaces de predecir futuros deseables, tan inasibles que no se pueden evaluar ni controlar. Pero tal vez lo más interesante de estas utópicas agendas es que planifican la felicidad incluso de quienes no han nacido y esto es lo más grave: quitan a los individuos el derecho de perseguir su propia felicidad, son despojados de planes propios en función de la una felicidad colectiva, esa que se decide en el Foro de Davos o en la ONU que determinan la necesidad de que, a como dé lugar y según sus parámetros, seas feliz.
Hablamos de una especie de neocolonialismo de la alegría. Es de esperarse que, como todo colonialismo, presente resistencias estructurales que necesiten adoctrinamiento. Casualmente para pensar en modelos de manejo de las resistencias, en plena pandemia, el Foro de Davos tuvo de invitado de honor al dictador que rige los destinos de la República Popular de China. El líder comunista mostró orgulloso su modelo de gestión alegando que China había salido vencedora de la pandemia mundial y que su economía incluso había crecido. Ha de haber gente que crea en los números y estadísticas del Partido Comunista Chino, pero más allá de lo hilarante de los consejos del dictador, lo cierto es que concluyó instando al mundo a imitar su modelo de gobierno. Ni corto ni perezoso, Klaus Schwab, alabó al comunista: “Tenemos que comenzar una nueva era global y contamos con usted. Muchas gracias, señor presidente, por esta declaración de principios y por recordarnos que somos parte de una comunidad global que comparte el mismo futuro común”.
Resulta evidente, gracias al estridente Klaus, que toda agenda que le guste a China es incompatible con la libertad o la democracia. ¿Quién va a estar contento con no poseer nada y estar dependiendo de un dron que le traiga lo que alguien determinó que necesita? ¿quién va a pagar lo que traiga el bendito dron? ¿Conseguirá votos un político que nos cambie la carne de vaca por un puñado de grillos fritos? ¿Es que estas paparruchadas son el “progreso”? Dice un viejo chiste que los progresistas son al progreso lo que los carteristas a las carteras. Pues bien: los ingenieros sociales son ese progresismo, que se arroga la tarea de direccionar, adoctrinar, censurar, encauzar el futuro anulando el rol del individuo, porque la ingeniería social siempre es totalitaria.
La historia se acelera con las revoluciones tecnológicas. El cambio social que produjo internet es tan gigante como veloz y absolutamente impensado hace 30 años. ¿Cómo demonios piensa esta gente que puede planificar un futuro que será mucho más veloz e incierto si no pudo ni prever una marea de 10.000 almas que se le acercaba a nado en sus propias narices? ¿Qué tecnologías pueden surgir no ya en 2030 o 2050 sino en los próximos 3 o 4 años? ¿Cómo van a entender lo que se viene si no pueden diseñar ni un gráfico hecho con los pies en power point? La transformación de la sociedad es impredecible, por fortuna. Por eso es que prefieren sociedades donde se impone la dependencia de las políticas sociales y en las que hasta el consumo doméstico o la industrial cultural está condicionada por la demanda dirigida ideológicamente.
Anticiparse al futuro no es más que una forma de preservar defensivamente los privilegios frente a las amenazas de la libertad. Entender lo que las élites hacen cuando nos prefabrican el futuro es vital porque leyes dementes que promueven ya se están imponiendo en todo el mundo a toda velocidad. No solo corrompieron la igualdad ante la ley, intervinieron la propiedad y la vida íntima sino que están encareciendo los alimentos, la energía y la movilidad. Estamos volviendo décadas para atrás cuando las clases medias y bajas no podían viajar en su propio auto o ir en avión. Épocas en que los alimentos que hoy son comunes eran suntuarios. La propuesta de felicidad de las elites es llevarnos lo más atrás que aguantemos con la excusa de que somos dañinos para la Tierra.
Estos proyectos no tienen nada que ver con el futuro lejano, sino con el mañana cercano. En los discursos tan aplaudidos del dictador chino y de otros líderes mediáticos adanistas se habla de que ya nada volverá a ser igual en el panorama pospandemia. La vida que nos prometen es la misma sarta de confinamientos y restricciones a los derechos personalísimos con la que se nos castigó todo el 2020, “por nuestro bien”. Y vuelven a mentir, los países en donde se han respetado las libertades y los derechos individuales han salido mejor de la crisis que los socialdemócratas y ni que hablar de los socialistas. En hispanoamérica la combinación de covid con democracias de baja intensidad ha sido demoledora. Es verdad que todo el mundo retrocedió, pero donde falta libertad y desarrollo se retrocedió más.
Allí donde creció la miseria van a querer prohibir el desarrollo que sí tuvieron otros países antes? ¿Los combustibles fósiles que fueron motor para algunos serán condenados para otros? Si los aviones contaminan, ¿por qué no los dejan de usar aviones privados para ir al Foro de Davos a pensar barbaridades? ¿El progreso es volvernos a la edad de los metales mientras una reducida nobleza goza de privilegios? Los políticos que elegimos sólo están para administrar impuestos en políticas concretas y mensurables. No están ahí para decirnos cómo vivir, comer, viajar o trabajar y definitivamente no están a cargo de nuestra felicidad.
En el videito distópico de Klaus también se decía: “Los valores que sustentan nuestras democracias deben ser considerados”. ¿Cómo puede ser que los políticos elegidos a través de esos valores no hayan puesto el grito en el cielo? ¿Pero es que no puede ser más clarito, o necesitamos que nos lo expliquen con dibujos? Es notable como los plutócratas han usado escenográficamente demandas de la nueva izquierda para que la socialdemocracia trabaje para ellos. Desde que la plutocracia empezó a diseñar nuestro futuro sustentable, feminista, vegano y feliz, la clase media se ha ido destruyendo, las deudas soberanas han crecido escandalosamente, la crisis del virus coronado reveló formas de autoritarismo que ni imaginábamos en democracia, y la gran mayoría del mundo se ha empobrecido en virtud de la políticas diseñadas por ingenieros sociales inútiles para el presente pero que se quieren quedar con el futuro.
Si algo nos salvó de las garras del socialismo fue la pujanza de las clases medias hoy mundialmente devastadas. Eran las portadoras de una escala de valores ahora ferozmente atacados como el mérito, el esfuerzo y la voluntad, expresados en el paso por instituciones educativas que actualmente son desprestigiadas y manejadas por colectivos gremiales que las aborrecen. Unas clases medias cuyas esperanzas de evolución no dependían del Estado, ni de los planes sociales o del empleo estatal. Clases cuya aspiración familiar era que las nuevas generaciones tengan más conocimiento y bienes que los padres, y hoy esas nuevas generaciones ni estudiaran, ni trabajaran, y no podrán ni siquiera aspirar a la casa propia ni a mantener por sí mismos una familia. ¡Y tienen que venir estos dementes a decirnos que eso es ser feliz!
Una propuesta planetaria a futuro, en defensa propia, sería reducir de inmediato las emisiones de ingenieros sociales, de vendedores de crecepelo progre, de visionarios, de alarmistas, de expertos a sueldo de políticos y ya que estamos, de políticos. Si no, que vayan ellos a comer hormigas en una cueva, a ver cuán felices son.