Relación entre Fe y Razón (Parte 3)

 


2. CRISIS EN EL PENSAMIENTO CONTEMPORÁNEO

El pensamiento contemporáneo, en general y con honrosas excepciones, no se atreve a decir nada «en serio», nada que pueda y deba sostenerse con toda certeza y sin miedo alguno a errar. Se refugia en el consenso, en lo que se lleva, en lo que se tiene por «políticamente correcto». Y así, hasta dos y dos parece que pueden ser a la vez tres y medio o cinco, según; pero jamás cuatro, puesto que eso es lo que se ha dicho de antiguo y hoy debemos ser «creativos», es decir, creer lo que nos plazca. Lo cual no deja de ser también un fenomenal acto de fe en que «lo que place es bueno»; lo cual, a su vez, anda muy lejos de estar demostrado. Al menos a mí me placen manjares que me perforarían el estómago sin remedio. Estoy simplificando un poco, pero no mucho.

En esto, Juan Pablo II, cuando algunos pensaban que no tenía ya nada que decir al hombre postmoderno, va y escribe un documento que es un monumento de sabiduría humana y divina: llena de fe y de razón, en el que razona rigurosamente, es decir, con pensamiento fuerte, sobre la razón y la fe. Cree en la razón y lo razona. Cree en lo que enseña la fe y lo razona también. No dice que los misterios sobrenaturales sean enteramente abarcables por el humano entendimiento, pero razona que la razón no debe tener miedo ni a sí misma ni al misterio. La razón no es una prostituta del diablo (aunque estos no sean los términos empleados por el Pontífice), sino un chispazo del entendimiento divino. La razón es un don de Dios que nos asemeja a Él, es una ventana abierta a verdades objetivas, al bien objetivo, a la realidad misma y, por eso, a la libertad verdadera. Lo que no es racional ni razonable es navegar en un mar de dudas sin certeza alguna en que agarrarse, o mejor dicho, rechazando todas las que hay —y son muchas— a nuestro alcance.