6. HAY FRONTERA Y ESPACIO COMÚN
No hay enemistad entre razón y fe, al contrario: la fe confirma y presta a la razón la respuesta a sus preguntas más fundamentales y perentorias. No se confunden, hay una frontera entre razón y fe, pero también hay «un espacio donde se encuentran». Si la razón no se resiste, si no se arredra, si no cede a la tentación del egocentrismo, la fe (en la divina revelación), fecunda a la razón con verdades nuevas, la sana, la eleva, la introduce en el ámbito de lo divino, la salva de la desesperación o, en su caso, de la frivolidad intelectual. Y la persona, lejos de disolverse en un «todo» a lo panteístico oriental, se reafirma en su personalidad libre e irreductible, y liberada en cierta medida de las angosturas espaciotemporales, puede ver —entre otras muchas cosas— la misma realidad ya conocida con una nueva y maravillosa relatividad: la ordenación o referencia esencial de toda criatura al Creador, al eterno plan divino de salvación, el cual, a pesar del pecado del hombre, sigue su marcha imparable y no se detendrá hasta que el mal sea enteramente vencido y Dios –Verdad, Bondad, Belleza, Sabiduría, Amor supremos— sea del todo manifiesto en todo.