por José Miguel Arráiz
“…no sea que, llevado por la soberbia, caiga en la misma condenación del diablo.” 1 Timoteo 3,6
El cisma lefebvrista comienza en el año 1988 cuando el Arzobispo Marcel Lefébvre (fundador de la Fraternidad San Pío X) ordenó cuatro obispos sin mandato pontificio, incurriendo él, y los obispos ordenados en excomunión “latae sententiae”. El problema, sin embargo, comenzó mucho antes cuando luego de repetidos actos de desobediencia a la Sede Apostólica fijan su posición: “«Nos negamos y nos hemos negado siempre a seguir a la Roma de tendencia neomodernista y neoprotestante que se manifestó claramente en el Concilio Vaticano II y después del Concilio en todas las reformas que de éste salieron»”, “ «Ninguna autoridad, ni siquiera la más elevada en la Jerarquía, puede constreñirnos a abandonar o a disminuir nuestra fe católica claramente expresada y profesada por el magisterio de la Iglesia desde hace diecinueve siglos»”
En resumen: Los lefebvristas rechazaban la autoridad no solo de un Concilio Ecumenico, sino cualquier autoridad (inclusive la del Papa) que según ellos, no estuviera de acuerdo con su noción de Tradición. A este respecto dice la Carta Apostólica en forma de “motu proprio” “Ecclesia Dei” de S.S. Juan Pablo II: .
“Las particulares circunstancias, objetivas y subjetivas, en las que se ha realizado el acto del arzobispo Lefebvre, ofrecen a todos la ocasión para reflexionar profundamente y para renovar el deber de fidelidad a Cristo y a su Iglesia.
Ese acto ha sido en sí mismo una desobediencia al Romano Pontífice en materia gravísima y de capital importancia para la unidad de la Iglesia, como es la ordenación de obispos, por medio de la cual se mantiene sacramentalmente la sucesión apostólica. Por ello, esa desobediencia - que lleva consigo un verdadero rechazo del Primado romano - constituye un acto cismático. Al realizar ese acto, a pesar del monitum público que le hizo el cardenal Prefecto de la Congregación para los Obispos el pasado día 17 de junio, el reverendísmo mons. Lefebvre y los sacerdotes Bernard Fellay, Bernard Tissier de Mallerais, Richard Williamson y Alfonso de Galarreta, han incurrido en la grave pena de excomunión prevista por la disciplina eclesiástica” .
Mas adelante:
La raíz de este acto cismático se puede individuar en una imperfecta y contradictoria noción de Tradición: imperfecta porque no tiene suficientemente en cuenta el carácter vivo de la Tradición, que - como enseña claramente el Concilio Vaticano II - arranca originariamente de los Apóstoles, “va progresando en la Iglesia bajo la asistencia del Espíritu Santo; es decir, crece con la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas, cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su corazón, cuando comprenden internamente ellos misterios que viven, cuando las proclaman los obispos, sucesores de los Apóstoles en el carisma de la verdad”
…
En las presentes circunstancias, deseo sobre todo dirigir una llamada a la vez solemne y ferviente, paterna y fraterna, a todos los que hasta ahora han estado vinculados de diversos modos con las actividades del arzobispo Lefebvre, para que cumplan el grave deber de permanecer unidos al Vicario de Cristo en la unidad de la Iglesia católica y dejen de sostener de cualquier forma que sea esa reprobable forma de actuar. Todos deben saber que la adhesión formal al cisma constituye una grave ofensa a Dios y lleva consigo la excomunión debidamente establecida por la ley de la Iglesia(8).
Breve repaso: Tradición, Escritura y Magisterio
Explica el Catecismo (en sus numerales 76-87) que la transmisión del evangelio se hizo de dos maneras: oralmente y por escrito (2 Tesalonicenses 2,15). Explica también que con la finalidad de que el evangelio se conservara siempre vivo y entero en la Iglesia los apóstoles nombraron como sucesores a los obispos dejándoles a su cargo el magisterio.
Esta transmisión viva del evangelio que llamamos Tradición está estrechamente ligada a la Escritura y por de ella la Iglesia transmite a todas las edades lo que es y lo que cree. La Tradición y la Sagrada Escritura están íntimamente unidas y compenetradas porque surgen ambas de una misma fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin.
Mientras la Sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo, la Tradición recibe la palabra de Dios encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores; para que ellos, iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación.
Es importante señalar que el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escritura, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo, es decir, a los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, el obispo de Roma.
Desde los más tempranos tiempos de la historia de la Iglesia los cristianos han sostenido que la Teología debe ser formulada de acuerdo con estos tres principios. La Escritura y la Tradición sirven como principios materiales de Teología mientras que el Magisterio sirve como su principio formal, lo que quiere decir que mientras en los primeros se encuentra contenida la Revelación, en el segundo reside el oficio de dar la correcta interpretación de la misma. Constituyen así el trípode en base al cual se formulan todas las verdades católicas.
¿Qué sucede si se rechaza la Tradición o el Magisterio?
Así como un trípode si le falta una pata se cae, lo mismo sucede con quien pretende hacer teología pero rechaza cualquiera de los tres elementos anteriores: En pocas palabras, corre el riesgo de malinterpretar las Escrituras, o de malinterpretar la Tradicion, lo cual expone a un riesgo adicional: el de caer en la disidencia (al rechazar enseñanzas no definitivas del Magisterio), herejía (al negar una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma) o inclusive en cisma (rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión con los miembros de la Iglesia a él sometidos).
Los padres de la Iglesia siempre alertaron sobre las desviaciones de quienes intentaban usurpar el lugar del Magisterio para imponer su propia concepción de la fe. No en balde San Agustín reafirmaba su sujeción a la autoridad de la Iglesia escribiendo a los maniqueos: “No creería en el Evangelio, si a ello no me moviera la autoridad de la Iglesia católica” (San Agustín. C. ep. Man. 5,6; cf. C. Faustum 28,2).
Así como San Agustín atribuye la herejía a la soberbia (De Doct. Christ., praef. 2; Ep. 208,2), Santo Tomás a la sobrevaloración del propio juicio (S. Th. II-II 5,3.), porque “no presta su asentimiento a todo cuanto enseña la Iglesia, sino que admite las que quiere y excluye las que no quiere, siguiendo así su propia voluntad” . Y aunque no es materia de este estudio entrar en el ámbito de la responsabilidad concreta de cada persona en particular, se puede afirmar sin temor a equivocarse que todo aquel bautizado que rechaza la autoridad del Magisterio ya sea con ignorancia invencible o no, termina usurpando su oficio.
Si examinamos la historia veremos que una y otra vez las herejías y cismas tienen este factor común: Un Cismático y/o heresiarca que se proclama dueño de la verdad y convence a otros de que lo es. Y esta historia se sigue repitiendo cada vez que alguien “sobrevalora su propio juicio” por sobre el juicio de la Iglesia.
Paralelos en la historia
1. El conflicto judaizante
El primer conflicto que enfrentó la Iglesia primitiva narrado en Hechos 15 y al que hacen referencia numerosas veces las cartas de Pablo (especialmente Romanos y Gálatas).
Ocurrió luego de que un conjunto de fariseos conversos al cristianismo quisieran forzar a los primeros cristianos a circuncidarse según mandato de la Ley judía que la ordenaba como señal de la alianza perpetua entre Dios y su pueblo: “Ésta es mi alianza que habéis de guardar entre yo y vosotros - también tu posteridad: Todos vuestros varones serán circuncidados…A los ocho días será circuncidado entre vosotros todo varón, de generación en generación…como alianza eterna.” Génesis 17,10-13.
Se reúne la Iglesia en Concilio y ocurre la primera interpretación-actualización de la Tradición. El Magisterio ejercitando su oficio de intérprete autentico de la Revelación diferencia aquello que es temporal de aquello que permanece. En aquella época hubo quienes se resistieron a lo decretado por la Iglesia rechazando el Concilio de Jerusalén y perseverando en judaizar, sin embargo, hoy de sus doctrinas no queda ni el polvo.
2. Donatistas
Cisma del siglo IV. Los donatistas sostenían que la Iglesia se componía de los buenos y que los malos estaban excluidos; quienes hubieses rehuido el martirio durante las persecuciones de las etapas precedentes y los que no estuvieran dispuestos a aceptarlas llegado el caso no seguían perteneciendo a la Iglesia y por tanto sus sacramentos eran inválidos.
Para los donatistas la Iglesia de Roma y las iglesias comunión con ella estaban condenadas por haber admitido en su seno a falsos cristianos, siendo ellos el reducto fiel, la verdadera Iglesia fiel a la Tradición.
Los resultados fueron desastrosos: su fanatismo exagerado se manifestó en cruentas persecuciones de católicos, matándolos y quemando sus altares, echaron a los perros sus formas consagradas y por regusto al martirio recurrieron al suicidio colectivo. (Es imposible no notar aquí una similitud entre la actitud de los entonces donatistas, con la de los lefebvristas)
3. Tertulianitas y montanistas
Incluso los más brillantes escritores eclesiásticos han caído en la tentación de sobrevalorar su propio criterio, y pasar de ser guardianes de la ortodoxia a cismáticos y herejes.
Tal fue el caso de Tertuliano, quien llegó de haber sido un reconocido apologeta de su tiempo. En De praescriptione haereticorum rechaza a los herejes cualquier argumento objetando que ellos no tienen derecho a apelar a las Escrituras, y sostiene que solo en las Iglesias apostólicas, puede darse con la correcta interpretación de las mismas.
Su rigorismo extremo le llevó incluso a afirmar que el adulterio y la fornicación eran pecados imperdonables, por tanto ni siquiera el obispo de Roma como sucesor de Pedro tenia autoridad para absolverlos. Niega finalmente que el poder otorgado a Pedro fuera transmitido a sus sucesores (Tertuliano, Sobre la modestia 21).
Resultado: Abraza la herejía montanista que veía en Montano (otro hereje) la encarnación del Espíritu Santo, para luego terminar fundando su propia secta (los tertulianitas) hoy desaparecida.
4. Protestantismo
Bajo este nombre se engloban todas las sectas y comunidades eclesiales surgidas de la reforma protestante del siglo XVI.
Bajo el lema de las tres “Solas” (Sola Fe, Sola Gracia y Sola Escritura) los reformadores protestantes se encontraron predicando enseñanzas que se oponían a la Tradición (ver La Sola Fides y los padres de la Iglesia) y al Magisterio. Siendo incapaces de recurrir ni a una ni al otro terminaron rechazando ambas y sustituyéndolas por la doctrina de la Sola Escritura (La Biblia como única norma de fe) y del libre examen o juicio privado (donde es cada creyente quien tiene la última palabra en materia de fe).
Cuando cada protestante decidió ejercer el derecho que recibieron de los reformadores, se generó la fragmentación exponencial que conocemos hoy en el protestantismo: miles de denominaciones y agrupaciones sectarias difiriendo entre sí en casi todo pero unidas en mayor o menor grado en su rechazo hacia la Iglesia Católica y el Papa. (Ver Sola Scriptura y Juicio privado)
5. Viejos católicos
Movimiento inicialmente cismático y posteriormente herético desde el Concilio Vaticano I a raíz del rechazo del dogma de la infalibilidad papal. Se agrupan posteriormente un conjunto de sacerdotes y teólogos bajo la dirección del historiador Ignaz von Döllinguer. Pensaban ser quienes salvaguardaran la Tradición manteniéndola intacta la doctrina católica a como estaba antes antes del dogma. Debido a que no tenían entre sus filas ningún obispo y no contaban con sucesión apostólica, solicitaron ayuda de los cismáticos de Ultrecht quien les consagró un obispo.
Resultado: Una vez apartados de la barca de Pedro terminaron declarando la supremacía absoluta de los concilios sobre el Papa, aceptando el matrimonio de los sacerdotes, y posteriormente llegaron a negar dogmas como la inmaculada concepción y la asunción de María Santísima. Hoy día han llegado a ordenar mujeres al sacerdocio.
El lefebvrismo, sufre del mismo germen
Actualmente el Papa Benedicto XVI la concedido la remisión de la excomunión a los obispos lefebvristas y ha iniciado el diálogo bajo el control de la Congregación para la Doctrina de la Fe, sin embargo, el problema de fondo sigue (que no es solo es de naturaleza litúrgica sino doctrinal), pues la postura lefebvrista llevada a sus últimas consecuencias, implica que la Iglesia Católica gobernada por el Papa y los Obispos en comunión con él, se ha apartado decisivamente de la verdadera fe (de esto, al sede-vacantismo, donde se acusa al Papa y a los obispos en comunión con él de herejes, y de proclamar que la Sede Romana está vacante, hay tan solo un paso).
Mientras los lefebvristas persistan en practicar teología apelando al Magisterio pasado contra el Magisterio actual, con una especie de “libre examen” similar al protestantismo, el germen nocivo estará allí. La diferencia es que los protestantes rechazan al Magisterio intentando imponer su interpretación privada de la Escritura, mientras los lefebvristas lo hacen con la Tradición.
Filo-lefebvrismo, el mismo problema
Existe otro sector dentro de la Iglesia, que sin reconocerse lefebvristas, comulgan y promueven las posturas lefebvristas. Profesan ser fieles al Papa, pero disienten públicamente del Concilio. El argumento: Como no toda la enseñanza del Concilio Vaticano II pretende ser definitiva, es posible tener diferentes grados de asentimiento, y esto se traduce que en la práctica lo que existe es un disentimiento pertinaz y sistemático.
A este respecto aclara la Carta Apostólica dada en forma de ‘Motu Proprio’ «AD TUENDAM FIDEM», Juan Pablo II, que la adhesión de religioso asentimiento del fiel católico a las doctrinas enunciadas por el Magisterio se debe, no solo a aquellas doctrinas definidas con carácter definitivo:
“La Profesión de fe, debidamente precedida por el Símbolo Niceno constantinopolitano, contiene además tres proposiciones o apartados, dirigidos a explicar las verdades de la fe católica que la Iglesia, en los siglos sucesivos, bajo la guía del Espíritu Santo, que le «enseñará toda la verdad» (Jn 16, 13), ha indagado o debe aún indagar más profundamente.(3)
El primer apartado dice: «Creo, también, con fe firme, todo aquello que se contiene en la Palabra de Dios escrita o transmitida por la Tradición, y que la Iglesia propone para ser creído, como divinamente revelado, mediante un juicio solemne o mediante el Magisterio ordinario y universal»(4). Este apartado afirma congruentemente lo que establece la legislación universal de la Iglesia y se prescribe en los cann. 750 del Código de Derecho Canónico(5) y 598 del Código de Cánones de las Iglesias Orientales(6).
El tercer apartado, que dice: «Me adhiero, además, con religioso asentimiento de voluntad y entendimiento, a las doctrinas enunciadas por el Romano Pontífice o por el Colegio de los Obispos cuando ejercen el Magisterio auténtico, aunque no tengan la intención de proclamarlas con un acto definitivo» , encuentra su lugar en los cann. 752 del Código de Derecho Canónico (8) y 599 del Código de Cánones de las Iglesias Orientales(9).
Carta Apostólica dada en forma de ‘Motu Proprio’ «AD TUENDAM FIDEM», Juan Pablo II
No se trata de hurgar en cada enseñanza del Magisterio a ver cual es definitiva y cual no, se trata de asentir con religioso asentimiento de voluntad y entendimiento, sean definitivas o no.