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Una vez más, ante la propuesta de desepenalización del aborto en Argentina, surgen los defensores democráticos de la vida, pretendiendo hacer sentir el peso de su “número” para que así los legisladores escuchen su reclamo a la hora de debatir la aprobación del infanticidio.
La mayoría de votos o de opiniones, nunca
pueden suplantar a la verdad ni legitimar un mal, por lo que la lógica
democrática conlleva inevitablemente a la incondicional aceptación de lo
decidido parlamentariamente ya que la ley, según la concepción democrática, se
puede discutir, se puede revisar, pero nunca se debe desobedecer.
Ateniéndonos a esa lógica es como hoy aceptamos
el adoctrinamiento en las escuelas en la ideología de género desde la más
tierna infancia, trastocando no sólo la realidad biológica y el orden natural,
sino también, impulsando a la promiscuidad a los niños a los cuales se pretende
educar en una vida sexual “responsable”, preocupándonos de que nuestros hijos
eviten embarazos indeseados, o el contagio de enfermedades de transmisión sexual
sin importar que preservando su salud condenen su alma con estas conductas.
El tiempo en el que los gobernantes pensaban
en el bien supremo de sus gobernados, es decir, de la salvación de sus almas, fue
aquél en el que florecieron las más excelsas virtudes sociales ya que no se
necesitaban campañas que promuevan e impongan “igualitarismo”, “derechos
humanos”, “tolerancia” y “no discriminación”, para entender que la colaboración
mutua y el respeto a las tradiciones de nuestros padres, y por sobre todas las cosas, la fe;
eran lo que conducía a las naciones a la grandeza, y hasta forjaban grandes y
santos imperios. Y es que cuando se trata de igualar y hermanar pero desconociendo
la filiación divina, cuando se pretenden derechos humanos desconociendo primeramente
los de Dios, cuando se toleran todas las opiniones por más perversas y erradas
que éstas sean y evitando discriminar sin permitir al intelecto que jerarquice,
discierna y distinga el bien del mal; estas actitudes necesariamente conducen a
las más espantosas conductas que hoy la ONU en el mundo entero promueve en
nombre de la defensa de las "libertades
individuales" que siempre van en detrimento del bien común.
Mientras se siga creyendo que es más
importante el “dialogo”, por encima
de la verdad (como lo hace descaradamente el obispo de Roma, Bergoglio), el debate por sobre el rechazo y la resistencia lisa y
llana de lo perverso y satánico como lo es el aborto, mientras se siga pensando
que solo es cuestión de “castigar a los políticos con el voto” cuando incumplan
sus deberes (cosa que naturalmente hacen siempre mientras se enriquecen a costa
del pueblo sufragante); no vamos a dudar en abandonar nuestra fe cuando el
gobierno nos los exija legalmente, cosa que no está lejos de suceder nuevamente
y de hecho sucedió no hace mucho tiempo. Padecido por los católicos mejicanos en la
década del 20' del siglo pasado, éstos no pensaron en juntar firmas o realizar
campañas mediáticas para sumar “opiniones”,
sino que primero actuaron con boicots más efectivos que la simple búsqueda de una opinión mayoritaria llegando hasta a la desobediencia civil; y posteriormente,
ante el agravamiento de las restricciones a la práctica de la fe Católica, Apostólica
y Romana, así como el asesinato de fieles y clérigos, estos verdaderos
guerreros de Cristo Rey actuaron con la violencia necesaria, organizándose y
armándose para repeler la guerra satánica del gobierno masónico de Plutarco Elías
Calles contra nuestra fe; y a diferencia de la época de las Cruzadas, donde
las mismas eran apoyadas y hasta financiadas por la Iglesia con el Papa a la
cabeza; en dicha oportunidad, al igual que ahora, siguiendo las posturas
democráticas que venían haciendo estragos en la Iglesia, Pio XI los instaba a
tener una postura “conciliadora” con
los demonios judeomasónicos, que terminó en la orden a los Cristeros por parte
del Pontífice de deponer las armas, directiva que implicó el exterminio de los mismos
así como la imposición de leyes anticatólicas que perduran hasta el presente,
como la entronización de gobiernos masónicos ininterrumpidos hasta nuestros
días.
Nuestra fe se extingue. Sabemos por promesa
divina que las puertas del Infierno no prevalecerán, pero también nos advierten
las Sagradas Escrituras que en los últimos tiempos nuestra fe parecerá casi
desaparecer por completo: “Cuando vuelva el Hijo del Hombre, por
ventura, ¿hallará fe sobre la tierra?” (Lc. 18,8). No estamos lejos de
esos presagiados tiempos.
Augusto.