La decisión de 6 de los 12 países miembros de la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) de suspender su actividad en la organización supone la implosión de ese foro, el cual fue la principal construcción institucional del bolivarianismo en la región. La idea de una organización que reúna a todos los países sudamericanos sigue siendo válida, pero va a requerir cambios –fundamentalmente una desideologización– en su plasmación.
En un contexto de fatiga social y política respecto al Socialismo del Siglo XXI, como la reciente declaración sobre Venezuela en el marco de la Cumbre de las Américas, el paso en Unasur dado por Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Perú y Paraguay es el símbolo más claro del fin de la era bolivariana; podría decirse que es su final «oficial». Populismo de diverso signo seguirá dándose en Latinoamérica, pero la existencia de regímenes gemelos articulados como un frente internacional diríase que ha terminado.
Una Unasur ideologizada
La constitución de Unasur, negociada desde 2004, se firmó en 2008 y entró en vigor en 2011. Inicialmente fue fruto de la estrategia de Lula da Silva para que Brasil tuviera un peso dominante en el subcontinente (en un marco en el que Estados Unidos y México quedaban fuera). Coprotagonista del esfuerzo fue Hugo Chávez, quien pronto logró convertir la iniciativa en un propagador de sus intereses, con la ayuda de Rafael Correa (Ecuador), Evo Morales (Bolivia) y los Kirchner (Argentina).
En su corta vida, Unasur ha servido ciertamente de foro de intercambio y coordinación, pero su principal resultado geopolítico no ha sido un avance en la integración regional, sino el apuntalamiento del autoritarismo en Venezuela. Nicolás Maduro ha contado hasta hace bien poco con el apoyo formal de Unasur cada vez que la oposición interna o el resto de la comunidad internacional le ponía contra las cuerdas.
El cambio político operado en varios países en los últimos años ha dejado a Venezuela en Unasur con el único apoyo férreo de Bolivia (también, aunque menos incondicional, de Surinam y Guyana). La falta de consenso interno ha impedido elegir un secretario general, después de que hace año y medio terminara el mandato de Ernesto Samper. Argentina propone a su diplomático José Octavio Bordón, pero Venezuela y Bolivia se oponen.
Así las cosas, la semana pasada los ministros de Exteriores de las seis naciones críticas con la situación enviaron una carta a su colega de Bolivia, país que acaba de acoger la presidencia pro tempore de la organización, anunciando su «no participación en las distintas instancias» de Unasur mientras no se garantice su «funcionamiento adecuado».
Maduro acogió el anuncio advirtiendo a esos países que «si algún gobierno de la derecha trata de meterle una puñalada [a Unasur] para desangrarla, los movimientos sociales y los revolucionarios de América del Sur» saldrán en su defensa. Eran unas manifestaciones que mostraban bien el tono ideologizado y de confrontación que el bolivarianismo siempre ha propagado en el seno de Unasur.
Dos visiones y un posible mediador
El bolivarianismo ya desnaturalizó el carácter de integración económica de Mercosur. Los procesos de adhesión de Venezuela y Bolivia al mercado común formado por Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay significaron la ideologización de una alianza que entonces perdió su norte económico. En el plan chavista, Unasur también podía servir para desincentivar la integración que por su cuenta están llevando a cabo los países de la Alianza del Pacífico (en vigor desde 2012), con una clara apuesta por la economía de mercado (los sudamericanos Chile, Perú y Colombia, más México).
Los cambios políticos en Brasil y Argentina, por un lado, y en Perú y Chile, por otro, han reforzado los proyectos económicos de Mercosur y de la Alianza del Pacífico, respectivamente. Una organización como Unasur puede servir de puente y de acercamiento entre ambas instancias –aunque no llegue a producirse una plena confluencia–, siempre que impere el pragmatismo y se deseche la obsesión ideológica. Un atrincheramiento de Venezuela y Bolivia en su retórica anticapitalista haría inservible Unasur y abocaría a su sustitución.
El país que probablemente mejor puede mediar para relanzar Unasur es Ecuador, porque en estos momentos se encuentra entre los dos bandos. Tras la llegada de Lenín Moreno a la presidencia, en sustitución de Rafael Correa, Ecuador está marcando distancias respecto a Venezuela y sus socios, pero sin pasarse del todo al otro lado, dada la base social sobre la que se asienta el gobierno ecuatoriano. Ecuador penas ya acude a reuniones del Alba –la «internacional» bolivariana–, pero tampoco ha mostrado interés en asociarse a la Alianza del Pacífico.
En Quito está la sede permanente de Unasur, por lo que salvar la organización es una prioridad estratégica nacional. Eso explica la rápida reacción de la Cancillería ecuatoriana al anuncio de «retirada» de la mitad de los miembros de la organización: «Es indispensable la existencia de Unasur porque constituye un esquema de integración que atiende las necesidades de la gente (...) Puede, de común acuerdo con sus miembros, ser renovada y actualizada a las necesidades de la actual coyuntura».