Aún acosado por los medios, que disfrutan
atacando a la Iglesia, Bergoglio sigue impertérrito hablando de Venezuela y
Nicaragua en términos de una ambigüedad inquietante
"MUERTE A LOS CURAS" Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) |
Sus llamados a la fraternidad y la concordia,
son lugares que nada expresan, y parecería que tal es el propósito, disimular cualquier
cosa capaz de poner en evidencia a los precarios regímenes neo marxistas que
perduran en América.
Ni una palabra de apoyo a las Iglesias
locales acorraladas, perseguidas, y martirizadas por Maduro y Ortega, ninguna
defensa de esos curas y de esos fieles, abandonados adentro del conocido “no voy
a responder - no voy a intervenir” bergogliano y donde el mayor olvidado, claro
está, es Cristo, en el que se funda toda verdadera paz sobre la tierra.
Esa modalidad de desamparar a los católicos
en manos de los enemigos de Cristo, viene haciéndose costumbre desde el
Vaticano. Tal vez la maniobra culminante se alcanzó en China, fruto de un
meticuloso plan urdido en colaboración con los imperdonables Sánchez Sorondo y
Parolín, y cuyas consecuencias estremecen.
Es evidente que en el Vaticano permanecen
atrapados dentro de ese marxismo no menos básico como perverso, que dice luchar
por los pobres y contra la enajenación y explotación obrera, y que demostró durante
casi un siglo su fracaso en toda la línea. La más larga y atroz impostura de
los tiempos.
Acaso por eso, no ven con malos ojos las destartaladas
aventuras venezolanas y nicaragüenses. Poco importan la miseria, el abandono,
las muertes, el de ahora, como anunciaba LenÍn, es un estadio preliminar y
necesario, en tanto finalmente desembocará en “el reino” de la felicidad
universal e igualitaria.
Aunque hay más, “no intervención”. Hace días,
el Vaticano envió un diplomático al acto de asunción de Maduro. Se trata de
Monseñor George Koovakod, encargado de negocios de la Santa Sede, a quien el
jefe de Estado venezolano le agradeció su presencia al inicio de su discurso.
El
Papa subrayó que “la Santa Sede no busca interferir en la vida de los Estados”
y dijo que su pretensión es “ponerse al servicio del bien de todo ser humano” y
“trabajar por favorecer la edificación de sociedades pacíficas y reconciliadas”.
En relación a nuestro país, apenas si es
necesario recordar que la supuesta “no intervención” quedó sepultada dentro de
las innumerables visitas de funcionarios judiciales, políticos y otros
malandras agentes del socialismo criollo, convocados a Roma en operaciones
claramente políticas.
Tampoco sabríamos cómo llamar, diferente de
“intervención”, a las tres visitas de Maduro al Vaticano, o aquel Monseñor enviado
a Venezuela, encargado de negociar con el régimen, que de tan pro Maduro
condujo al fracaso cualquier acuerdo y el rechazo y la ira de los opositores y hasta
de la propia CEV.
Los
obispos venezolanos claramente, una vez más, están en contraposición con el
pensamiento de Francisco y resaltan que “todas las dudas” acompañan la jura de
Maduro.
“¿Legítima?,
¿ilegítima? La historia, cuando sea el momento a través de los actores que
propiciaron unas elecciones tan dudosas en un marco de ventajismo, dará su
veredicto”, dijo Monseñor Azuaje, Presidente de la Conferencia Episcopal
Venezolana (CEV). Y completó diciendo el Gobierno de Maduro ha causado “un
deterioro humano y social en la población y en las riquezas de la Nación”.
Así,
un nuevo mandato de Maduro “se ha hecho ilegítimo y moralmente inaceptable”, según
Azuaje, la Asamblea Nacional, es “el único órgano democrático vigente”.
Difícil
imaginar que Bergoglio no esté al tanto de las razones y del pensamiento de la
CEV, más difícil aún imaginar que le importe. Lo prueba el dato que envió su
representante habiendo podido no hacerlo y peor, lo mandó no a la Asamblea,
sino directamente a la asunción de Maduro.
Lo que resalta, es la constante ligazón entre
Bergoglio y la política, entendida como una nueva forma de la teología, porque
la consigna de la nueva teología es que nada queda fuera de la tarea política,
de la acción. Pero una ideología política adherida al internacionalismo,
sustentada en la interpretación marxista de la historia, de apertura al mundo,
y que desemboca en “una Iglesia en salida”, tal como la llaman Bergoglio y sus
fieles, tan mundana, niveladora y relativista como sea posible.
Desde otro costado, no es difícil darse
cuenta que en Roma se hacen los tontos respecto a esas dos comparsas sin
destino. No sería de extrañar que los vean como un medio, meros instrumentos
facilitadores, empujando a sus países hacia una progresiva descomposición en
todos los ámbitos, hasta que en algún momento la crisis final, llevará a
instalar definitivamente en el poder a la revolución neo marxista, evangélica,
igualitaria y sin pobres.
De nuevo: “Cuanto peor, mejor”.
“Espectáculo único y embriagador: la
demolición de una sociedad” expresaba un católico francés ‒Pierre Pascal en
1919‒ atrapado en el marxismo, y antes de repudiar a la revolución a la que
había apoyado. Poco nuevo bajo el sol.
Paradojas del tiempo. Los pinos de Roma y el aroma
del incienso vaticano gozan de un poder subyugante. El extraño embrujo hace que
los que regresan a sus hogares, ahora bendecidos con el perfume angélico, ya no
pueden distinguir ningún otro.
Si hasta Julio Bárbaro, reciente visitante de
Francisco, escribe una larga y confusa nota, tratando de justificar la “no
intervención”. Demócrata de hierro, no olvida defender sus ideas insultando y
calificando a los otros ‒fascistas todos–. Pero si usted es una persona
paciente y se anima a leerla encontrará una larga lista de lugares comunes, de ésos
que conviene anotar para no repetir. Se ve que él también aspiró el adulador
incienso romano y a partir de ahí no admite ‒en nombre de la democracia‒ que
nadie tenga una idea política diferente de Bergoglio.
Bien Julito, pronto lo veremos integrando
algún Consejo Pontificio.
El secreto estaría en esa rara mezcla de
cinismo con ingenuidad y perversión, que antes encontraban en Fidel y su modelo
de perfecta felicidad que llegaba pronto, con el que atraía a los socialistas dispersos
y hasta a los enemigos errantes, juntos menos por la idea revolucionaria que por
la pura emoción del rebaño al que prometen abundante pasto, pasto para siempre.
Volviendo a Pascal, pero en 1922, y del todo
de vuelta del leninismo se lamentaba: “La gran revolución que hubiera podido
hacer la Rusia creyente, sin la deformación marxista”.
El problema continúa vigente dado que, a
treinta años de la caída de aquel indigno muro, algunos siguen empeñados en
reconstruirlo.
Miguel De Lorenzo