LA IMPORTANCIA DE UNA BUENA FORMACIÓN
“Su conducta —no simplemente su
pensamiento— lo hacían mentor del nacionalismo católico, una de las
formas doctrinales que hubiesen evitado que nuestro país cayera en la
decadencia y crisis espiritual actual”.
¿De qué fragua habían salido estos asombrosos guerreros?
[los pilotos de la Fuerza Aérea
que pelearon en la Guerra de Malvinas].
En un libro editado por el diario británico “Sunday Times”, llamado
“The Falklands War” (London, 1982) traducido al castellano
como “Una cara de la moneda”, se habló por
primera vez del “factor Genta” en la guerra de Malvinas, término acuñado en los
papers de la Inteligencia inglesa. De acuerdo con sus autores, P. Eddy, M.
Linklater y otros periodistas ingleses, en la década del ´60 la prédica
nacionalista del filósofo argentino Jordán Bruno Genta inspiró a los futuros
halcones, egresados de la Escuela de Aviación Militar de Córdoba, y se tradujo
en las proezas alcanzadas por éstos durante la guerra del 82 […]
Le pregunté a varios pilotos de la Fuerza Aérea que pelearon en
Malvinas qué sabían de Genta.
Aunque no todos lo habían conocido personalmente, la mayoría reconocía
la influencia que había ejercido en la Escuela de Aviación Militar;
particularmente a través de los instructores, según me puntualizó el comodoro
Roberto Mela.
El primer teniente Carlos Eduardo Cachón, quien infligiera un
devastador golpe al enemigo, en lo que entró en la Historia como “el día más
negro de la flota británica”, me escribió: “Al profesor Genta
no tuve el gusto de conocerlo, pero sus libros eran el soporte de nuestra
formación doctrinaria”.
“Tengo todos sus libros”, me comentó Pablo Carballo. Y Aguirre
Faget subrayaba: “Soy consciente de que marcó muchas buenas voluntades en la
Escuela de Aviación Militar, instructores y alumnos. Estoy seguro de ello;
nadie puede decir que no lo leyó o estudió”.
Roberto Vila, Jefe del Escuadrón Pucará en Malvinas, me aseveró:
“Era muy leído y respetado en la Escuela de Aviación Militar durante nuestra
carrera (al menos en mis años, entre el ‘66 y el ‘70), sus libros eran lectura
normal, más allá de las inherentes al programa de estudio, porque realmente y
aunque no lo creas, nosotros vivíamos estudiando, y pasábamos más horas entre
los libros de lo que cualquiera pueda imaginar”.
A juicio de Rubén Moro, “su conducta —no simplemente su
pensamiento— lo hacían mentor del nacionalismo católico, una de las
formas doctrinales que hubiesen evitado que nuestro país cayera en la
decadencia y crisis espiritual actual”.
Por su parte, Hernán Daguerre me dijo: “A Jordán Bruno Genta
lo leíamos en nuestra época de cadetes (1966/1969). En particular, usábamos su
libro Guerra contrarrevolucionaria, que era como la Biblia para los cadetes”.
Finalmente, el “Poncho” Donadille me
contaba: “En mis épocas de cadete de la Escuela de Aviación Militar, era una
total referencia de lectura de muchos de nosotros, por su filosofía
nacionalista y cristiana. Cuando tenían oportunidad, pares míos concurrían a la
casa de Genta en Buenos Aires (durante las licencias y generalmente aquellos
que residían en la capital) para escuchar sus reflexiones; no fue mi caso, pues
yo vivía en Córdoba”.
(Vale agregar que otro destacado combatiente, Aldo Rico, jefe de
la Compañía de Comandos 602, también fue discípulo del profesor Genta. Sin
embargo, en la posguerra se olvidó por entero de sus enseñanzas, abjuró del
nacionalismo y se dedicó a hacer carrera política y dinero).
Muchos de los discípulos de Genta, todavía siendo adolescentes,
ya mostraban la fibra que luego los convertiría en héroes. Cuando el gobierno del Proceso nombró
un mandamás liberal en la Escuela de Aviación Militar, quien prohibió las misas
diarias, el rezo del rosario y trató de erradicar las posturas nacionalistas,
los cadetes le opusieron una férrea resistencia.
José Daniel Vázquez, por ejemplo, quien luego moriría atacando
al portaaviones Invencible, seguía haciendo marchar a los cadetes de los cursos
inferiores entonando Cara al Sol, la canción de los
nacionalistas en la Guerra Civil Española, a pesar de los numerosos días de
arresto que una y otra vez se le aplicaban por esa causa. Otro futuro halcón,
Eduardo de Ibáñez, caído al atacar a los ingleses con su bombardero Canberra el
1º de mayo, encabezaba el rezo del rosario de los cadetes, en horarios de
descanso, y no interrumpía la plegaria al ser notificado por su superior
liberal de que tenía, vez tras vez, diez días de arresto.
En la guerra de las Malvinas, la Argentina descubrió una raza de
héroes: sus pilotos de combate. Disparan hasta el último proyectil, y no se rinden
sino a su novia, la muerte. Y el beso de gloria que esa novia les dio a los “cazadores”,
no sólo fue útil para exacerbar el valor individual de todos mienfras duró la
guerra, sino que también hubiera debido servir para tonificar la mentalidad
general del país.
Porque históricamente un hecho heroico siempre fue fermento,
algo cuya acción se prolonga en el tiempo y no se desgasta jamás. Sin
consumirse, obra, transforma la materia y la transforma hasta el infinito.
Queda para siempre ese ejemplo de estatura homérica que dieron los pilotos.
Nicolás Kasanzew
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