Como debe combatirse al comunismo (4) - Economía (Mons. Fulton Sheen)

La propiedad privada es la garantía económica de la libertad humana


El comunismo aboga por la entrega de toda la propiedad productiva a un dictador: los cristianos abogan por compartirla con los obreros. La solución capitalista consiste en permitir que un hombre posea la mayoría de las gallinas, y a cambio de ello, distribuya huevos entre los obreros que le preparan los gallineros. La solución comunista consiste en poner todos los huevos en manos de un cocinero dictador, que hace una tortilla condenada a ser insatisfactoria porque las tortillas no le gustan a toda la gente y a algunos no le gusta en todo caso la forma como las prepara el cocinero dictador. La solución cristiana consiste en distribuir los huevos en tal forma que cada hombre pueda cocerlos a su gusto, y aún comérselos crudos, si es ésa su definición de la libertad. Distribuyendo una vasta masa de propietarios por un país con sus facultades, privilegios y responsabilidades dispersos, uno crea la mayor resistencia imaginable a la tiranía, sea política o económica, porque así como un hombre es libre por dentro porque puede llamar propia a su alma, empieza a ser libre por fuera cuando puede llamar propias a las cosas. Así la propiedad se convierte en lo que siempre debió ser: La garantía económica de la libertad humana. Prívese a un hombre de su derecho a modelar las cosas de acuerdo con su voluntad y se lo privará de la base social de su libertad. 

La Iglesia sólo pide que los hombres empiecen a pensar en la propiedad como pensarían en el amor, en el sentido de que poseer significa también ser poseído. Lo uno no es posible sin lo otro. La beatífica visión consiste en ser uno mismo y al propio tiempo ser Dios. La visión económica de la felicidad consiste asimismo en poseer un jardín, pero también en ser poseído por éste, en el sentido de que uno trabaja para él. Los derechos nacen de la posesión; los deberes nacen de ser poseído, y lo uno es inseparable de lo otro. La alegría de un hombre poseído a medias por la pipa que fuma, por la mujer que ama, por el campo que cava, halla su contrafigura dentro de la estructura económica en el poseer y ser poseído por la industria. Así, el hombre es elevado a la dignidad de productor-poseedor, de socio y accionista; porque si renuncia a toda facultad de autodeterminación con respecto a las ganancias, a la dirección o propiedad del sitio donde trabaja, no sólo pierde ese privilegio especial que lo distingue de una vaca que pasta, sino que, lo que es peor, pierde toda capacidad de determinar cualquier trabajo. Esto, es el comienzo de una esclavitud que suele ostentar el hombre de seguridad. Cuando el capital y el trabajo comprendan que ambos son obreros porque son personas, y que el capital no puede existir sin el trabajo ni el trabajo sin el capital, tendrán una visión, una visión de Dios que, como Señor del Universo, baja a esta frívola tierra nuestra para trabajar durante más de dos décadas como carpintero en el pueblecito de Nazareth.