Los elementos religiosos del peronismo (31° parte): "SANTA EVITA" una entronización fuera de la Iglesia Católica

La muerte de Evita conmocionaría toda la Argentina, comenzando por Buenos Aires:

"Desde que se conoció la noticia, la ciudad sufrió una especie de convulsión"


Con posterioridad a su fallecimiento, la Confederación General del Trabajo aprobó una "entronización laica" de la imagen de Evita en todos los locales sindicales. Si bien el gobierno argentino nunca llegó a efectuar ningún pedido formal a la Santa Sede en tal sentido, lo cierto es que se extendió entre las gentes más humildes y sencillas la profunda convicción de que Evita era una santa y comenzaron a escucharse voces en el sentido de que así debía declararlo la Iglesia Católica. 

"Después de su muerte largamente lamentada por el pueblo, hubo un sentimiento muy fuerte en pro de una suerte de canonización. Una devoción que calaba muy fuertemente en los sentimientos de los trabajadores. Inmediatamente se cubre su imagen con ribetes de martirio entronizándose un "altar laico" en la CGT a su memoria, convirtiéndose en "mártir de los trabajadores" y "jefa espiritual del movimiento peronista".

José Espejo, el secretario general de la central de los trabajadores organizados, compararía a Evita con el mismo Jesucristo y expresaría, con motivo de su resignación de la candidatura a la vicepresidencia, que:

"Su renuncia tiene la grandeza de la actitud de los mártires y los santos. El día siguiente de la fiesta peronista fue consagrado "Santa Evita".

El antiperonismo ha levantado la acusación de que Perón quiso entronizar en los altares su efigie y la de su mujer, similar al episodio ya reseñado durante el gobierno de Rosas, habiéndose registrado también un dato análogo en el nacional-socialismo, donde el retrato del führer ocupó el lugar de la cruz como símbolo de la fe. El artículo diecinueve del programa de Alfred Rosenberg para la iglesia nacional-socialista sostenía que sobre los altares sólo estaría Mein Kampf (Mi licha, el libro escrito por Hitler, considerado el más sagrado para la nación alemana, y por tanto para Dios) y, a la izquierda del altar, una espada.

Sin embargo, sea cierto que existió esta pretensión en el régimen peronista, o, por el contrario, se trate de una interesante inventiva de sus enemigos, lo objetivo es que el gobierno "sacralizó" el culto a Evita. Aunque esto no era todo. La sacralización, superando el estadio de un vago y genérico deseo popular, tuvo una expresión formal: el Papa recibió peticiones para que la canonizaran.

El 31 de julio de 1952 el Sindicato de Obreros de la Alimentación envió un telegrama al papa Pio XII, en el que solicitó la beatificación y canonización de doña María Eva Duarte de Perón. La confederación de trabajadores, encabezada por su secretario José Espejo, un incondicional de Evita, propone su consagración como "Santa Eva de América", del mismo que Santa Rosa de Lima. Ciertamente, la Santa Sede nunca daría respuesta a ese requerimiento, del cual Perón parecía tan convencido como sus prosélitos, aunque ello pueda resultar poco creíble. Él consideraba la indiferencia vaticana como una afrenta que difícilmente perdonaría. Una reciente biografía imagina esta posibilidad en cabeza de la propia Evita, durante su estancia en el Vaticano, oportunidad en la que asistiría a la canonización de una religiosa portuguesa. Años más tarde, Perón negó el hecho:

"No es cierto que, al morir, los argentinos se dirigieran a la Santa Rota de Roma para pedir su beatificación"

Aunque es verdad que ningún proceso fue iniciado, ni consta solicitud oficial alguna:

"Es totalmente falso que se haya introducido tal causa de canonización de Eva Perón"

En realidad un pedido de canonización en otras circunstancias quizá no hubiera levantado tanta polvareda. Se trata de una práctica tradicional en las costumbres de la Iglesia. Sin embargo, la controversia que suscitaba su peculiar personalidad evidentemente tornaba ríspido el asunto. Los peronistas más fanáticos presentaban el asunto con la fuerza de una situación de hecho a la que se procuraría perfeccionar con una sanción oficial. El culto de los santos en sus orígenes comenzó con una primera beatificación declarada en el ámbito local, promovida a partir de un pedido concreto del pueblo fiel.

No puede negarse tampoco que a los ojos de muchas personas sencillas estaban cumplidas las condiciones tradicionalmente exigidas por la Iglesia para abrir una causa de beatificación. Con alguna dosis de socarrona ignorancia, despectiva de las formalidades, que le gustaba emplear frecuentemente, Perón pudo exclamar años más tarde:

"Ella está canonizada en el corazón del pueblo, que mantiene altares con su retrato y le rinde culto".

Lo cierto es que Perón se ufanaba de esta canonización popular, a la que no sin cierta megalomanía, consideraba superior al santoral cristiano:

"Lo que sí es cierto, es que allá, en los ranchitos, le tienen un altar con una vela. A la entrada de cada casa peronista hay un altar dedicado a Evita, de manera que no hay ningún santo en la Iglesia Católica que tuviera tanta gente devota en la Argentina como la tiene Evita. No ha habido en la historia del mundo una mujer como ella. Evita representa una figura nueva en la historia".

Con la misma desmesura pudo también, increíblemente, jactarse:

"Y Eva Perón, en un día de trabajo, hizo más por los pobres y por la Doctrina Cristiana que todos los curas de la República Argentina en toda su vida. Por eso, después de muerta, los argentinos le prenden velas a ella, y a los curas nadie les prende velas. ¡Ni ellos mismos se las prenden!.