Inmediatamente después de su muerte, se produjo un fenómeno que perdura hasta la actualidad: la canonización popular de Evita. En altares privados levantados en humildes casas de familia, en la periferia de grandes ciudades y en el interior del país, la sonriente imagen de Evita, a menudo escoltada por un par de sencillas velas, configura un elocuente testimonio de la verdadera adoración que suscitó su persona en una parte considerable del pueblo argentino.
En los barrios de la ciudad, del Gran Buenos Aires, del Gran Buenos Aires y del ineterior se levantaron pequeños e improvisados oratorios -"altares cívicos"- con cajones que mostraban el retrato de Evita rodeado de flores y una vela encendida, antes los cuales oraban vecinos y paseantes. La Plaza de Mayo quedó adornada con una enorme efigie de casi diez metros de altura.
Puede decirse que esa canonización comenzó durante la propia vida de "la señora". Lilian Guardo ha reflexionado sobre el impacto que esa actitud del pueblo produciría en el espíritu de la propia protagonista. La devoción popular contenía elementos que son también característicos de la experiencia religiosa, y que es habitual encontrar en la vida de los mesías, taumaturgos y místicos de todos los tiempos.
Al morir Eva Perón esa correspondencia se decupló. Ahora eran expresiones de dolor, los versos manaban sangre. Algunas cartas relataban sueños extraños, visiones, presagios, apariciones. Todo lo que un gran sismo emocional puede producir en un pueblo apasionado como el nuestro - concluye el sacerdote.
Hemos pasado revista ya al "culto oficial". Se ha observado que en la sacralización de Evita hay una manipulación por parte del régimen de un auténtico sentimiento popular, y se ha subrayado cómo, en la prensa oficial, las semanas siguientes al fallecimiento se publicaban páginas enteras, en cada edición, con las fotografías y textos sobre el tema de los altares levantados y las plegarias ofrecidas en su honor.
Cuando hacia fines de agosto la cobertura del duelo por Eva Perón comenzó a disminuir en Democracia, se produjo un cambio importante: sin ningún comentario, los artículos comenzaron a designar los altares erigidos en memoria de la muerte de Evita, que hasta ese punto habían sido identificados con la simple palabras "altares", como "altares cívicos". El cambio parecía ser una respuesta a cierta presión ejercida sobre el periodismo para que modificara la imagen incalificablemente religiosa que previamente había promovido. La idea de un culto de Eva y el rol de los altares en él aún prevalecen en algunos sectores del peronismo en la actualidad, demostrando el continuado poder de tal imagen.
Es verdad que se ha distinguido entre los altares cívicos y el tradicional culto popular a los muertos:
La opinión y la práctica populares entre los grupos donde existen estos altares los relacionan, y en particular el homenaje rendido a los muertos, sólo mínimamente con la religión. Las familias pueden colocar fotografías de los parientes muertos en un altar semejante y ofrecerles oraciones, pero generalmente oran en memoria de los muertos y no a ellos.
En otras palabras, por ignorancia o por prejuicio, la propaganda peronista ha distorsionado conscientemente o malinterpretado inconscientemente el fenómeno de los altares erigidos por el populacho peronista en memoria de Evita.
Pero esta supuesta manipulación de origen peronista habría confluído con otra no menor de tono antiperonista:
La convicción de los antiperonistas de que la imagen de Eva Perón atraía un "culto de imágenes que los mandamientos condenan", demuestra que su distorsión de la evidencia se asemejaba a la de los creadores del mito peronista. Nuevamente los preconceptos acerca de la naturaleza de las masas peronistas y su relación con su protectora condicionaron la idea antiperonista de tal culto.
Sin embargo, resulta evidente que el culto a Evita superaba ampliamente el nivel tradicional de la veneración por los muertos y constituye un verdadero caso de santidad política.