Relación entre Fe y Razón (Parte 2)


 1. EL PODER DE LA RAZÓN

La Encíclica contiene mensajes muy claros sobre las íntimas relaciones entre estos dos niveles del conocer —el de la razón y el de la fe— que todavía a muchos parecen separados e irreconciliables, sobre todo desde que en el siglo XVI se proclamara en supuesto favor de la fe, que la razón era «la gran prostituta del diablo». No es cosa ahora de entrar en antecedentes culturales o biográficos que explican —aunque no justifiquen— la expresión del célebre reformador; pero sí un poco en sus consecuentes. La supuesta ruptura entre fe y razón se difundió por buena parte de Europa y América, sin excluir a los que usaban la razón para pensar, indagar, descubrir verdades de este mundo, con instrumentos cada vez más fiables.

Kant (siglo XVIII) creyó que la Física y la Matemática eran las ciencias por excelencia, puesto que se suponían «exactas», y todo lo que no pudiera conocerse a su modo, resultaba indemostrable. Así propició una filosofía reducida a los fenómenos o apariencias de las cosas, que no podía alcanzar el «ser» de las mismas; y menos aún su fundamento último, el «Ser» absoluto. Como Kant creía en Dios, en la lilbertad y la inmortalidad del alma, estableció que la fe y la razón eran dos modos válidos pero inconexos, racional uno, irracional el otro, de acceder a la «realidad». De este modo, quedaba servida al que confiaba del todo en la razón, la desconfianza en la fe, y viceversa. Así se concluía en el fideísmo (creo porque sí), en el ateísmo (no se puede creer en nada) o en la esquizofrenia. La fe del carbonero, fue el asidero de muchos científicos y de otras gentes que no sospechaban que la fe también tiene sus razones que la razón puede entender.

Después ha resultado que ni la Física ni la Matemática son tan exactas y seguras como parecían. Y así —para no alargarnos— hemos llegado a nuestros días, perdida la fe en «la fe» y, además, perdida la fe (la confianza) en la razón, en la ciencia, es decir, en la capacidad del entendimiento humano para conocer lo verdadero, lo seguro, lo bueno, lo justo, lo fundamental para orientarse no sólo en el cosmos, sino en lo que importa más al al sujeto humano: en lo que no se ve, pero se entiende, y muestra el sentido del vivir.