El síndrome de Dunning-Kruger: o síntoma del "sabelotodo"

 


Algunos De Los Que Se Creen Muy Inteligentes No Lo Son, Tienen Este Síndrome

No sé cuántas veces he pensado eso de “me gustaría ser idiota para ser más feliz”, pero seguro que son muchas. Una reflexión que, no obstante, implica un cierto nivel de vanidad, porque estoy dando por hecho que no soy idiota y que la gente feliz de mi alrededor sí lo es. Pues bien, de eso vamos a hablar en este artículo, de Inteligencia, estupidez y vanidad. Hablamos del síndrome de Dunning-Kruger. En otras palabras: una afección que describe, paso a paso, a los temidos ‘todólogos’.


Los psicólogos Justin Krugger y David Dunning, de la Universidad de Cornell en Nueva York, percibieron que, por lo general, aquellas personas que estaban claramente por debajo de la media en cuanto a capacidad intelectual y conocimientos, se creían los más listos del lugar. Por otro lado, aquellos que eran más bien cultos y formados, se tenían en menor estima. Los investigadores publicaron sus resultados en 1999 en The Journal of Personality and Social Psychology. El documento llevaba por título la maravillosa frase de ‘Cómo las dificultades, a la hora de reconocer la propia Incompetencia, nos llevan a valoraciones infladas’.

Se basa en los siguientes principios:


.Los incompetentes sobreestiman sus propias habilidades.


.Los incompetentes son incapaces de reconocer las habilidades en los demás.


Según los científicos, esta nula capacidad para identificar tus limitaciones intelectuales, conduce a dos elementos: que tomes decisiones equivocadas y que tu propia inutilidad te convierta en incapaz de ser autocrítico para darte cuenta de que no eres Einstein. Vamos, que te crees la leche y te metes a estudiar ingeniería aeroespacial. Así, con un par.
Una vez más, el refranero se adelanta a la investigación con eso de ‘qué atrevida es la ignorancia’.
Para probar aquello que la cultura popular ya sospechaba, Dunning y Kruger seleccionaron a un grupo de estudiantes para medir su capacidad mental. Después de eso, les solicitaron una evaluación sobre sus propias habilidades. Los resultados fueron reveladores: Los más brillantes pensaban que eran cortitos; los mediocres se venían un poco arriba y asumían que estaban por encima de la media y, los pésimos, directamente, se creían la leche.
Este síndrome es la respuesta a las dudas que nos surgen a muchos cuando observamos a uno de estos cuñados del conocimiento y nos creemos que, por mucho que hayamos leído, por mucho documental que nos hayamos tragado o por muchas partidas de Trivial que hayamos coronado, siempre estaremos por debajo de su nivel. Una cosa está clara: Hay que admirar el grado de convencimiento que estos listillos son capaces de desplegar.
Y yo me pregunto, ¿y si todos los jefazos, jefes y jefecillos mediocres con los que nos cruzamos en nuestra vida padecen este síntoma?, ¿y si los méritos y atributos están sobredimensionados y, en realidad, lo único que hace falta es creérselo? Si extrapolamos esta teoría al campo de ligoteo, observamos que, muchas veces, no se lleva el premio la más guapa ni el más listo, sino aquel que se visualiza a sí mismo triunfando.
Qué maravilloso sería no estar rodeada de ‘tontos a las tres’ incapaces de apreciar mi inteligencia y sabiduría. Aunque, si pienso esto… ¿será que yo también tengo el síndrome?