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Un apoyo extraoficial, pero no menos gravitante en la opinión pública, favorable al Gobierno del general Perón, lo dio la Iglesia Católica. Su posición varió desde la complacencia activa hasta un plácido conformismo, merced a la prédica en favor de las clases menesterosas por un lado, y por el otro la clara tendencia antiliberal que alentaba el movimiento peronista. inclinaba No bastaba el sesgo socializante de sus medidas -"el Gobierno se inclinaba cada vez más hacia la izquierda", reconocía el Diputado Eduardo Colom-—, pues desde el lanzamiento de la candidatura presidencial del entonces coronel Juan Domingo Perón, un factor poderoso inclinaba el ánimo del clero en su favor, cual fue haber postulado aquél una medida cara a los fervientes anhelos de la Iglesia en un campo de su preferencia: la educación.
El plato de lentejas ofrecido como cebo consistió en la promesa del justicialismo de revertir lo dispuesto desde 1884 (Presidencia de Roca) con la sanción de la famosa ley 1.420, e imponer en los establecimientos de instrucción la difusión de la religión católica. Esto fue determinante, y lo admitió el propio Episcopado en una época posterior —bien que elusivamente—, cuando en junio de 1955 puntualizó en una declaración pública que la enseñanza religiosa "fue promesa y bandera del programa con que el Partido Peronista solicitó los votos del electorado", "las palabras con que el general Perón propició la enseñanza religiosa, que fuera implantada por decreto por el primer Ministerio de la revolución de 1943", "y porque los católicos que fueron a la Revolución lo exigieron".
Esto presta sentido a las palabras del primer presidente de la Cámara de Diputados del régimen, doctor Ricardo C. Guardo, cuando comentaba: "La Iglesia fue una de las mayores colaboraciones que tuvimos en la campaña (electoral de 1946): cada curita de campaña conocía bien los problemas de cada una de las zonas, y a través de su púlpito era un verdadero elemento de propaganda a favor del peronismo". ..
La ley 12.978 consagró, en efecto, la vigencia del decreto revolucionario del 43, y la enseñanza del catolicismo fue incorporada a los planes de educación. La presencia en el Congreso como Diputado del padreHernán Benítez y la actuación del Filippo, cura párroco de Belgrano, remarcaron esa adhesión en forma relevante.
La actitud tolerante del Cardenal primado de la Argentina, monseñor Santiago Luis Copello, Arzobispo de Buenos Aires, facilitó esta injerencia de la Iglesia en la política. Por supuesto que tal actitud no contó con la conformidad de varios altos prelados y sacerdotes, sobresaliendo desde el comienzo del proceso el decidido enfrentamiento al peronismo del Obispo monseñor Miguel A. de Andrea, secundado por algunos clérigos y laicos de pensamiento antitotalitario.
Mi Reino no es de este mundo. Las palabras de N. S. Jesucristo advirtiendo el peligro de unir estrechamente los destinos de una causa eterna con los vaivenes de circunstancias contingentes, como es la identificación plena con un Gobierno determinado, no fueron observadas; y sería preciso una gran llamarada para abrir los ojos del entendimiento a muchos católicos argentinos simpatizantes con el régimen oficial...
Entre aquellos a quienes la prédica antiliberal del justicialismo trabajó a manera de vaso comunicante para atraerlos, se contaron los calificados a sí mismos de 'nacionalistas". Proclives a la figura de un caudillo enérgico, de tendencias militaristas, opuestos al comunismo tanto como a la influencia de los aliados triunfadores en la Segunda Guerra —"ni yanquis ni marxistas: peronistas"—, los nacionalistas no conformaban, empero, un Partido político, debido al exclusivismo de círculos generadores de opinión pero sin repercusiones populares. Notorias figuras de esta tendencia propiciaron desde sus orígenes el encumbramiento de Juan Perón: los unía el común denominador de su concepción de la sociedad corporativa, la idea de autosuficiencia en materia de desarrollo económico, su oposición a la vida democrática y a la vigencia de los Partidos políticos tradicionales, y por ende a las prácticas parlamentarias.
En el periódico católico El Pueblo, escribía en 1944 el conocido novelista Manuel Gálvez un laudatorio artículo que contenía estos conceptos:
El coronel Perón es un nuevo Yrigoyen. Pero además de la grandeza de corazón, tiene méritos que no tuvo Yrigoyen: una actividad asombrosa, la despreocupación de la politiquería, el don de la palabra y un sentido panorámico y profundo de la cuestión obrera. Y a esos dones, podemos agregar la suerte de no tener un Congreso de egoístas y politiqueros que lo obstaculice.
Veo al coronel Perón como a un hombre providencial. Creo que las masas —-que ya lo adoran— así lo van comprendiendo, con su formidable instinto. Es un conductor de hombres, un caudillo y un gobernante de excepción. Aquí donde tanto faltan los hombres de Gobierno, pues la verdad es que ningún Partido tiene hoy una gran figura, la aparición inesperada de este soldado que posee la intuición maravillosa de lo que el pueblo necesita, es un acontecimiento trascendental. Quiera Dios inspirarle siempre, guiarle por el buen camino, para bien de la Patria y del pueblo.
Los nacionalistas acompañaron la trayectoria política del peronismo, participando en alguna medida del Poder, a despecho de los atentados contra los derechos y libertades que amparaba la Constitución de 1853, a la que por otra parte venían denostando desde antiguo.
Rodearon a Perón como manifestación natural de una doctrina afín; hasta que, Imbuidos de un catolicismo notorio y ostentoso, el enfrentamiento del Presidente con la Iglesia —lejano aún— los impulsaría a combatir al antiguo aliado con el mismo brío con que lo sostuvieron inicialmente.
(9) Un incidente ruidoso que escapó a las previsiones del Gobierno pudo alterar su relación armónica con la Iglesia: el 15 de octubre de 1950 una entidad "espiritista" realizó en el Luna Park un acto para demostrar la tesis de la convocatoria: Jesús no es Dios. El general Perón, sin medir consecuencias, y deseoso de complacer a todos, envió su adhesión a los organizadores, que éstos difundieron apenas iniciado aquél... Pero la Acción Católica había tempranamente movilizado a la juventud y fieles en general, concurriendo un gran número de éstos ---que triplicaba al de los desprevenidos teólogos— para sabotear la concentración. Nada hacía sospechar lo que sucedió apenas iniciada la reunión y luego de leerse el mensaje del Presidente: una gritería ensordecedora impidió su prosecución, durante largo tiempo, al cabo del cual la masa de asistentes católicos abandonó el Luna Park para manifestar su respaldo a la Iglesia frente a la Curia en la plaza de Mayo. Los ánimos estaban muy enardecidos, intervino la Policía, y siguieron violentos incidentes. Yo --40 año del secundario-— participé en ellos y fui detenido, siendo trasladado a la Comisaría 2', recuerdo entre mis compañeros de "martirio" a Juan A. González Calderón (nieto) y a Juan B. Señorans,
El episodio no empañó las vinculaciones del Gobierno con la Iglesia, pues el primero realizó posteriormente otras demostraciones notorias en favor de la Religión.