–¿Ha visto usted qué escandalera ha producido su primer artículo sobre los filolefebvrianos?
–Bueno, el alboroto escandaloso no lo ha producido mi artículo, sino los filolefebvrianos, que se han visto retratados del natural. Lo que demuestra, por si alguno lo dudaba, que haberlos, haylos.
—Señalo brevemente algunos argumentos que los filolefebvrianos aducen para justificar a Mons. Lefebvre y a la FSSPX, defendiendo las ordenaciones episcopales prohibidas y otras actitudes y palabras suyas contra el Concilio Vaticano II, contra los Papas y contra la liturgia del postconcilio. Los filolefebrianos toman esos argumentos de los lefebvrianos, y los hacen suyos, unos más y otros menos. Y hago notar en esto que tanto entre los lefebvrianos como entre los filolefebvrianos hay grados muy diversos en la fuerza de sus aprobaciones y condenas.
1. El principio del mal menor justifica a Mons. Lefebvre. Ante un mal enorme, la perdición de la doctrina de la fe y la profanación de la liturgia, y un mal menor, la desobediencia material a una ley eclesiástica, Mons. Lefebvre se vió obligado a elegir entre dos males y, heroicamente –pues bien sabía que caería sobre él y sobre los Obispos ordenados la excomunión– optó por el mal menor. «Le lien officiel à la Rome moderniste n’est rien à côté de la préservation de la foi!» (Tissier 589) [1].
–El fin no justifica los medios. Jamás. Nunca «hagamos el mal para que venga el bien» (Rm 3,8). –El principio del mal menor nunca justifica la comisión de una acción mala, como lo es una ordenación episcopal prohibida por la Ley de la Iglesia y por mandato expreso del Papa. –Obviamente, Mons. Lefebvre «no se vió obligado» a elegir entre dos males. No se daba una necesidad de elegir, porque otros medios había y hay para luchar, dentro de la obediencia al Papa y a la Iglesia, en favor de la ortodoxia doctrinal y de la mejor liturgia. –Muchos defensores de la ortodoxia en tiempos postconciliares han sufrido el martirio de unas persecuciones verdaderamente horribles –prohibiciones, por ejemplo, en un Seminario de rezar el rosario, arrodillarse ante el Santísimo, leer a Santo Tomás, etc.–, y libraron y libran su combate, perdiendo a veces por ello la salud y toda forma de prosperidad en su vida, sin acudir a la realización de «actos cismáticos». –Justificar una desobediencia gravísima a la Ley eclesial y al mandato del Papa por los presuntos buenos efectos que de ella se esperan es un consecuencialismo moral inadmisible.
2. Gracias a Mons. Lefebvre y a la FSSPX se formó la Comisión Pontificia Ecclesia Dei (motu proprio Ecclesia Dei, 1988), gracias a ellos existen los grupos católicos a ella acogidos, y se salvó la Misa antigua (motu proprio Summorum Pontificum, 2007).
–Igual: consecuencialismo moral inadmisible. –Es indudable que Dios puede sacar el bien de los pecados que cometemos (Rm 8,28), y que «no hay mal que por bien no venga». Pero no por eso los pecados dejan de ser pecados, y los males, males. Como después veremos, otros grupos católicos tradicionales, adictos sin reservas al Concilio Vaticano II, a los Papas postconciliares y a la Liturgia antigua, se han mantenido en perfecta comunión con la Iglesia. Ellos, con otras fuerzas interiores de la Iglesia, han contribuido positivamente a la promulgación de los documentos pontificios Écclesia Dei y Summorum Pontificum. Por el contrario, Mons. Lefebvre y la FSSPX han contribuido a ellos negativamente, manteniendo de modo pertinaz durante decenios reservas sobre la autoridad del Concilio y de los Papas postconciliares. Por eso el Papa Benedicto XVI, después de levantar las excomuniones de los Obispos, les llama «al arrepentimiento y a la vuelta a la unidad» (10-III-2009).
3. La decisión de Juan Pablo II de excomulgar a los Obispos lefebvrianos fue una opción pastoral, y por tanto no infalible. Se produjo partiendo de un discernimiento pastoral erróneo.
–La obediencia al Papa no se fundamenta en el convencimiento de que sus mandatos prudenciales son infalibles, sino en la fe de que por elección de Dios es Vicario de Cristo, Sucesor de Pedro, Pastor universal de la Iglesia. Es obvio, por ejemplo, que un sacerdote debe obediencia a su Obispo no por que crea que sus mandatos pastorales son de infalible prudencia pastoral, sino porque reconoce en el Obispo al Sucesor local de los Apóstoles, al portador de la Autoridad apostólica. A fortiori ocurre en la obediencia muy especialmente debida al Papa.
4. La excomunión de los Obispos lefebvrianos fue injusta, y por tanto inválida. Y fue revocable, como se ha podido comprobar recientemente, al levantar Benedicto XVI la excomunión.
–La excomunión intimada por el Card. Gantin, prefecto de la Congregación de los Obispos (17-VI-1988), el día anterior a las ordenaciones, y declarada por la Congregación después de su realización (1-VII-1988) y por el Papa Juan Pablo II en su carta apostólica Ecclesia Dei (2-VII-1988), no fue injusta y no procedió de un discernimiento equivocado, ya que fue automática, latæ sententiæ. –Por otra parte, el levantamiento de la excomunión no expresa en modo alguno un reconocimiento de que antes fuera injusta e inválida, sino que ha de entenderse como un «gesto de misericordia hacia los cuatro Obispos, ordenados válidamente pero no legítimamente», como se expresa en el mismo Decreto de levantamiento (21-I-2009) y en la Carta pontificia explicativa del mismo (10-III-2009).
5. Lefebvre reconocía el Primado romano, y justamente por eso no dió misión canónica alguna a sus Obispos auxiliares. «Ce seraient mes auxiliares, sans aucune juridiction, tout en pouvant avoir una fonction dans la Fraternité» (Tissier 573) [2]. Esta actitud le eximía, pues, de la desobediencia. Lo que él pretendía era solamente asegurar la existencia de la FSSPX, necesaria «para la continuidad de la Iglesia» en la ortodoxia doctrinal y en la liturgia verdadera.
–Nadie puede dar lo que no tiene. Mons. Lefebvre no podía conferir misión canónica dentro de la Iglesia a sus Obispos, confiándoles, por ejemplo, una diócesis católica, como es obvio. –La ley de la Iglesia ordena, bajo pena de excomunión, «no ordenar Obispos» sin autorización de la Santa Sede. Nada dice de la missio que normalmente va adjunta a la ordenación.
6. La obediencia ciega puede ser moralmente mala en ciertas circunstancias extremas. En el caso de Mons. Lefebvre, enfrentado a una situación de degradación doctrinal, disciplinar y litúrgica de la Iglesia nunca antes conocida, había una obligación moral de conciencia de hacer prevalecer sobre toda Ley eclesiástica y sobre todo mandato personal del Papa la «lex suprema: salus populi». Como él decía: «Nous sommes en un temps dans lequel le droit divin naturel et surnaturel passe avant le droit positif ecclésiastique lorsque celui-ci s’y oppose au lieu d’en être le canal» (Tissier 494) [3]. Hay una «Roma eterna» y una «Roma temporal», y «c’est la Roma éternelle qui condamne la Rome temporelle. Nous préférons choisir l’éternelle» (ib.) [4]. «Le coup de maître de Satan a été de jeter toute l’Église, par obéissance, dans la désobéissance à sa Tradition» (ib.) [5].
–Todos los herejes y cismáticos siguieron y siguen con absoluta convicción ese mismo principio. Pero nosotros lo rechazamos también con firmeza absoluta: es inconciliable con la doctrina de la Iglesia sobre la autoridad apostólica y la obediencia eclesial. –El mejor modo de servir al bien común del pueblo de Dios, lex suprema, salus populi, es orar y trabajar en perfecta fidelidad a la Ley eclesial y a los mandatos del Papa. La desobediencia eclesial nunca viene del Espíritu Santo. Y siendo el Señor el único Salvador de la Iglesia y del mundo, no dispone jamás la colaboración positiva de quienes resisten a la Iglesia y al Papa.
7. Mons. Lefebvre se equivocó en la ordenación de los Obispos, pero lo hizo por amor a la Iglesia. Su intención era buena, y su conciencia buena y recta. Así argumentan los filo-lefebvrianos «más abiertos», aquellos que llegan a reconocer la «equivocación» de Mons. Lefebvre. En un acto de suprema magnanimidad, él vino a hacer suya la actitud de San Pablo: «siento una gran tristeza y un dolor continuo en mi corazón, porque desearía ser yo mismo maldito (anatema), separado de Cristo, en favor de mis hermanos», los judíos (Rm 9,1-5). «Conviene que un hombre muera por todo el pueblo, y no que muera todo el pueblo» (Jn 11,50).
–Nunca es lícito procurar el bien espiritual de los otros con perjuicio del bien espiritual propio. Recordemos la doctrina de Santo Tomás sobre el orden de la caridad. La caridad es universal, se dirige a todos los seres, pero dada la limitación del hombre, en el ejercicio concreto de la caridad hay un orden objetivo de prioridades, que debe ser respetado (STh II-II,26,1). Entre Dios y nosotros, es claro que debemos amar a Dios más que a nuestra propia vida, nuestros familiares, amigos o bienes propios (Lc 14,26. 33). Entre nosotros y el prójimo, es indudable que debemos amarnos más a nosotros mismos, pues es Dios quien propone al hombre el amor a sí mismo como modelo del amor al prójimo; y el ejemplo es mayor que su imitación (II-II,26,4 sed contra). Y aunque en ocasiones el bien material del prójimo puede ser preferido al propio, por el contrario, el bien sobrenatural propio debe preferirse siempre al bien sobrenatural del prójimo. No es, pues lícito cometer el más leve pecado, aunque ello, presuntamente, trajera consigo un gran bien espiritual para nuestro hermano (26,4). Así han obrado y obran siempre los santos.
8. San Atanasio, por defender la fe católica en tiempos de enorme difusión del arrianismo en la Iglesia, fue excomulgado por el Papa. Y la pena de excomunión sufrida por Mons. Lefebvre y sus Obispos hay que entenderla en circunstancias e intenciones análogas.
–El caso histórico aludido no sirve como argumento. En primer lugar, porque Mons. Lefebvre no fue excomulgado por mantener doctrinas falsas, sino por realizar una celebración episcopal gravemente prohibida por la Ley y por el Papa. Y en segundo lugar, porque la excomunión de San Atanasio fue claramente inválida, al no ser firmada por el Papa libremente. Según el testimonio del propio San Atanasio, «Liberio, habiendo sido desterrado, cedió al cabo de dos años y, temiendo la muerte con la que le amenazaban, firmó» (Historia Arrianorum ad Monachos 4). El Papa Liberio, antes y después de esa excomunión, siempre apoyó a San Atanasio, superando terribles presiones y hasta intentos de soborno por parte del Emperador arriano.
Todos los santos que han buscado la reforma de la Iglesia la han procurado siempre por el camino de la obediencia. Y es preciso señalar que no pocos de ellos hubieron de vivir circunstancias de Iglesia tan espantosas –aunque quizá no tanto– como las que hubieron de vivir en el postconcilio muchos católicos del Occidente descristianizado, cuando en no pocas Iglesias locales había Obispos, sacerdotes y teólogos empeñados al parecer en destruirles la fe y en separarles por completo de las tradiciones doctrinales y espirituales de la Iglesia católica.
San Francisco de Asís prohibía a sus frailes predicar el Evangelio sin el permiso del Obispo o del párroco, y prestaba obediencia absoluta al Papa: «puesto de rodillas, prometió humilde y devotamente al señor papa obediencia y reverencia» (Leyenda tres compañeros 52). San Ignacio de Loyola y la Compañía de Jesús se afirmaban siempre en sus 18 Reglas para sentir con la Iglesia (Ejercicios 352-370). Santa Teresa de Jesús declaraba: «tengo por muy cierto que el demonio no engañará, ni lo permitirá Dios, a alma que de ninguna cosa se fía de sí y está fortalecida en la fe […] y que siempre procura ir conforme a lo que tiene (mantiene) la Iglesia» (Vida 25,12). «En cosa de la fe contra la menor ceremonia de la Iglesia que alguien viese yo iba […] me pondría yo a morir mil muertes», antes que desobedecer (33,5). Los santos jamás concibieron siquiera la posibilidad de que una desobediencia grande o pequeña a la Ley eclesial y a los mandatos del Papa pudiera causar algún bien para la reforma de la Iglesia.
—Son muchas las comunidades católicas tradicionales, que en perfecta comunión con el Papa y la Iglesia, aceptan sin reservas el sagrado Concilio Vaticano II, profesan la doctrina tradicional y, con las debidas licencias, celebran normalmente la Liturgia antigua, respetando al mismo tiempo la Liturgia postconciliar. En este sentido, puede decirse que la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, en el momento presente, se ha quedado prácticamente sola en su deficiente comunión con la Iglesia católica. Presento a continuación una lista, probablemente incompleta, y quizá inexacta en algún caso, de las Comunidades religiosas y sacerdotales que siguen actualmente la liturgia tradicional en unión plena con Roma. Algunas de ellas celebran la Liturgia en las dos formas del rito latino.
Abadía Notre Dame de Fidélité de Jouques, Abadía Notre Dame de Miséricorde de Rosans, Abbaye Notre-Dame de l’Annonciation, Abadía Sainte-Madeleine de Le Barroux, Abadía Notre Dame de Fontgombault y sus casas filiales: Abadía Notre Dame de Randol, Abadía Notre Dame de Triors, Abadía Notre Dame de Donezan, y Abadía Notre Dame de Clear Creek; Administración Apostólica San Juan María Vianney, Adoratrices del Corazón Real de Cristo Rey Sumo Sacerdote, Benedictinas de María, Reina de los Apóstoles, Benedictinos de la Inmaculada, Canónigos Regulares de la Madre de Dios, Canónigos Regulares de la Nueva Jerusalén, Canónigos Regulares de San Juan Cancio, Clarisas de la Inmaculada, Comunidad Misionera de Jesús, Confraternidad de Cristo Sacerdote, Dominicas del Espíritu Santo, Fraternidad de la Divina Misericordia, Fraternidad Sacerdotal de San Pedro, Fraternidad San Vicente Ferrer, Fraternidad Santo Tomás Becket, Hermanitas de la Consolación, Hermanos Ermitaños de la Santísima Virgen María del Monte Carmelo, Hijos del Santísimo Redentor, Instituto Cristo Rey Sumo Sacerdote, Instituto del Buen Pastor, Instituto Inmaculado Corazón de María y San Miguel Arcángel, Instituto San Felipe Neri, Instituto Santa Cruz de Riaumont, Misioneros de la Misericordia Divina, Monjes Carmelitas del Inmaculado Corazón de María, Oasis de Jesús Sacerdote, Religiosas Víctimas del Sagrado Corazón de Jesús, mis nietos de Schola Veritatis, Siervos de Jesús y María, Siervos Reparadores del Corazón Eucarístico de Jesús.
Los ritos de la Liturgia tradicional, tan duramente impugnados durante decenios, han sido elegidos por todas esas comunidades por tres causas fundamentales: 1.-por la profundidad doctrinal y la belleza sagrada del Rito antiguo; 2.-para testimoniar la continuidad homogénea de las formas litúrgicas de la Iglesia; y 3.-para favorecer la reconciliación interna de la misma Iglesia, que con ocasión de la renovación litúrgica postconciliar hubo de sufrir muy duras tensiones. Son los fines, precisamente, pretendidos por Benedicto XVI en su motu proprio Summorum Pontificum (2007). La existencia de estas comunidades en la Iglesia es hoy tanto más valiosa cuanto mayor es el rechazo del motu proprio Summorum Pontificum en no pocas Iglesia locales del Occidente descristianizado. Es un rechazo tan grande como el que en su día halló la Humanæ vitæ e igualmente lamentable.
El nacimiento de algunas de estas comunidades tradicionales nos muestra claramente que la Pontificia Comisión Ecclesia Dei no se constituyó gracias a Mons. Lefebvre y a la FSSPX, sino precisamente para acoger a los que abandonaban la Fraternidad a causa de la ordenación y excomunión de sus Obispos. El motu proprio Ecclesia Dei aflicta (2-VII-1988) establece:
«se constituye una Comisión con la tarea de colaborar con los obispos, con los dicasterios de la Curia Romana y con los ambientes interesados, para facilitar la plena comunión eclesial de los sacerdotes, seminaristas, comunidades, religiosos o religiosas, que hasta ahora estaban ligados de distintas formas a la Fraternidad fundada por el arzobispo Lefebvre, y que deseen permanecer unidos al Sucesor de Pedro en la Iglesia Católica, conservando sus tradiciones espirituales y litúrgicas».
Merece la pena que comente brevemente la historia de alguna de esas comunidades, que tienen como denominador común la sana doctrina, la alegría, la sagrada liturgia antigua y el gran número de vocaciones.
La Fraternidad Sacerdotal de San Pedro (FSSP) nació con ocasión de las ordenaciones episcopales realizadas por Mons. Lefebvre. Su segundo asistente, el P. Josef Bisig, abandonó la FSSPX con quince sacerdotes y una quincena de seminaristas. Recibido por Juan Pablo II (5 y 6 de julio), fue confortado por el Papa en su intento de formar una nueva Fraternidad, que nació el 18 de julio en la antigua Abadía cisterciense de Hauterive, próxima a Friburgo. Después de poco más de veinte años de existencia, la FSSP está presente en más de 100 diócesis, repartidas en 17 países y cuatro continentes. Su principal implantación se da en Alemania con 24 comunidades, en Suiza con 8 y en Austria con 5.
Mons. Lefebvre se sintió muy herido por la salida del P. Bisig de la FSSPX, y escribió a un sacerdote (18-III-1989): «Il est évident qu’en se mettant dans les maines des autorités actuelles conciliaires, ils admettent implicitement le concile et les réformes qui en son issuees […] Leur parole est paralysée par cette acceptation. Les évêques les surveillent» (Tissier 600) [6].
La Fraternidad San Vicente Ferrer (FSVF) fue iniciada por el P. Louis-Marie de Blignières (1949-), que realizó sus estudios sacerdotales en la FSSPX, y que fue ordenado sacerdote en 1977 por Mons. Lefebvre. En 1979 funda en Chéméré-le-Roi, en Mayenne, una nueva comunidad religiosa de inspiración dominicana. Y en 1988 la FSVF es erigida canónicamente como Instituto Religioso de Derecho Pontificio y realiza sus primeras ordenaciones sacerdotales.
Esta Fraternidad, orante, estudiosa y apostólica –dominicana–, profundamente arraigada en la tradición, el tomismo y la liturgia antigua, al mismo tiempo afirma las verdades católicas, sobre todo las más silenciadas, y mantiene una actitud crítica hacia ciertas desviaciones hoy frecuentes en la Iglesia. En las publicaciones de la FSVF, y concretamente en la revista Sedes Sapientiæ, que el P. de Blignière dirige, pueden hallarse numerosos estudios que demuestran la continuidad homogénea del Magisterio de la Iglesia, no alterada por el Vaticano II, hasta nuestros días.
El Monasterio benedictino de Le Barroux, a través de su Abad Dom Gérard Calvet, estuvo muy vinculado a Mons. Lefebvre y a la FSSPX, pero se distanció por completo con ocasión de las ordenaciones episcopales prohibidas. Dom Gérard, con el acuerdo unánime de su comunidad, escribió al Papa: «Rechazamos toda idea de separarnos de la Iglesia por la aprobación de una ordenación episcopal conferida sin mandato apostólico» (8-VII-1988) (Tissier 599).
Le Barroux floreció notablemente, y ya hacia el 2000 había cerca de 70 monjes en su comunidad. Un grupo de ellos salió para fundar el Monasterio de Sainte-Marie de La Garde (2002).
El Monasterio benedictino de Fontgombault fue fundado en 1948 por una veintena de monjes de Solesmes. En 1989 obtuvieron de Juan Pablo II licencia para celebrar habitualmente la Liturgia tradicional. Su comunión con Roma ha sido siempre plena. Y actualmente es quizá el Monasterio benedictino más floreciente de toda la Iglesia, con sus 70 monjes. Ha realizado varias fundaciones: en Francia, la Abadía Nôtre Dame de Randol (1971), la Abadía Nôtre Dame de Triors (1984) y la Abadía Nôtre Dame de Donezan (antes Gaussan) (1994); y en Estados Unidos, Nôtre Dame de Clear Creek (priorato en 1999, y abadía en 2010).
Pidamos al Señor la reintegración de la FSSPX a la unidad de la Iglesia. Éste ha sido el fin principal pretendido por Benedicto XVI al levantar la excomunión que pesaba sobre los Obispos lefebvrianos. Así lo explicaba él mismo: «la remisión de la excomunión tiende al mismo fin al que sirve la sanción: invitar una vez más a los cuatro Obispos al retorno» (10-III-2009). De ello he de tratar, con el favor de Dios, en el próximo artículo.
Oremos, oremos, oremos.
José María Iraburu, sacerdote