Homenaje a Jordán Bruno Genta - Antonio Caponnetto

 JORDÁN BRUNO GENTA

1974 – 27 de octubre- 2021 

DIJIMOS AYER Y REITERAMOS HOY


Por Antonio Caponnetto



“Lo que menos soporto son los nacionalistas y católicos <tácticos>, que pretenden copar los movimientos y terminan sirviendo a lo peor”

Jordán B. Genta,Carta a Hirám Zamboni, Buenos Aires, 25-X-1974.

  

-I-

 

          Se llamaba Jordán Bruno Genta, aunque algunos crápulas que ahora usan su nombre o su figura para cohonestar lo que el siempre detestó, ni siquiera hayan visto las solapas de su prolífica bibliografía.

 

          Se lo vamos a recordar de entrada a los inescrupulosos oportunistas. Escribía Genta: “No participamos de la opinión de los que pretenden bastardear el Nacionalismo poniéndolo en el plano de un simple partido político para entrar en la puja de menudos intereses electoralistas. No creemos que[...] esa sea hoy una salida honrosa para el ideal que sustentamos. Mediatizar lo que es de Dios y de la Patria al juego de unas elecciones, a la decisión de una mayoría circunstancial que se deja arrastrar por el canto de sirena de quien demagógicamente más le promete, nos parece una verdadera aberración”. (Cfr. su Hay un sólo Nacionalismo, en Combate, Buenos Aires, Año II, n. 26, 1957, p. 1).

 

          A esta postura coherente, recia, viril y de una congruencia sin fisuras, ciertos fomentadores del sincretismo contemporizador y del contubernio con el Régimen, la han llamado <dogmatización de lo prudencial>.Confundiendo a sabiendas dogma con doctrina y prudencia con conciliación de opuestos. E ignorando, también a sabiendas, que la prudencia parte de unos principios inmóviles para aplicarlos a la realidad móvil, sin traicionar aquellos ni reducir lo real a lo efímero. Apisonadores de adoquines como son, no entienden que lo prudencial no se dogmatiza al negarse a negociar las ideas perennes. En rigor sucede lo contrario: lo prudencial se eleva al rango de parresía, y quien posee esa virtud está dispuesto al martirio.

 

-II -

 

          Éramos jóvenes cuando lo mataron y cuando despedimos sus restos con nuestro inequívoco estilo. La memoria registra ojivas caudalosas de brazos en alto mientras su féretro avanzaba hacia la tierra postrimera, los gritos multiplicados de ¡Presente! ante su nombre coreado con bravura, y la consigna legionaria lanzada al viento como un desafío: ¡Viva la muerte!

 

          Fuimos envejeciendo, pero por la gracia de Dios aquellos ideales juveniles no resultaron abandonados ni torcidos.

 

          Jordán, palabra aguda de resonancias graves y luminosas, como el río en el que recibió el bautismo Nuestro Señor Jesucristo. Bruno: fuerte cual coraza o armadura, en antigua semántica germana.

 

          Dios, a pesar de su padre anarquista, se las ingenió para que se cumpliera el poema marechaliano: mira que al dar un nombre se recibe un destino.

 

          Enseñó la Verdad Católica, Apostólica y Romana, en plena y continua comunión con la Cátedra de Pedro. Mas no ignoraba la presencia de los lobos revestidos con las apariencias de corderos. Sufría el humo de Satán enseñoreado en el lugar sagrado, la desacralización del clero progresista –altos dignatarios incluidos- y en los últimos años de su vida dejó escrito su certidumbre moral sobre la instalación del Anticristo como un hecho consumado al que había que enfrentarse. El sentido parusíaco de la existencia le era connatural, como a todo bautizado fiel.


        No aprobó jamás los procedimientos castrenses irregulares y clandestinos para combatir al marxismo. Clamaba por la guerra justa, limpia, frontal y varonilmente librada: la guerra contrarrevolucionaria, de la que fue su más esclarecido doctrinario. Murió antes del llamado Proceso –por si alguien aún no lo ha advertido- y no fue ni su mentor ni su propagandista ni su doctrinero. En cambio, quienes seguimos la batalla en su nombre, y con su docencia por guía, nos opusimos públicamente a aquella penosa experiencia político-militar, bien que por motivos antitéticos a los que el mundo se opone.

 

         Distinguía entre el testigo y el verdugo, el partisano y el guerrero, el soldado patrio y el guerrillero apátrida. Nunca se le hubiera ocurrido homologarlos en un irenismo contrario a la justicia. La unidad de las derechas y las izquierdas no aparecía en sus discursos. Mucho menos, claro, la incapacidad de perdonar a los genuinamente arrepentidos. Los conversos tienen al respecto una especial sensibilidad. Y él era un extraordinario converso.

  

          Bien está que pidamos para que la clemencia de Dios alcance a Caín, a Ismael y a Esaú. Pero sólo Abel, Isaac y Jacob son figuras de Cristo.

 
         Genta Sostuvo una enemistad firmísima con el comunismo, pero también –y simétricamente- con el liberalismo en todas sus variantes. El liberalismo sigue siendo un pecado, y lo sabía. Es pecado nefando y es vicio contra la genuina naturaleza política. No basta para desmentir este aserto el palabrerío indocto, falsificador y feminoide de los que se prefieren ser “influencers” a testigos, “youtubers” a sabios, “twiteros” a confesores.

 

-III-


        Genta no fue democrático, y repudió desde perspectivas múltiples y convergentes la impostura del sufragio universal. Admiraba a los grandes monarcas santos, a los varones jerárquicos instauradores de gobiernos fuertes, a los jefes aristocráticos, a los Caudillos de la Patria y de Occidente; y hasta respetaba cristianamente a los grandes Conductores Nacionales a quienes aplastó la conjura aliada en 1945.

 

           La Realeza Social de Jesucristo era su opción política. El Omnia Instaurare in Christo, su lema y su norte. Su divisa flameante e izada bien al tope. Parafraseando al Cardenal Pie pareció decirnos: Ya se ha probado el Manifiesto Comunista. Probemos ahora con el Sermón de la Montaña, que es el Manifiesto Cristiano.

 

            Jamás fundó un partido ni aconsejó formarlo o integrarlo. Jamás creyó en la unidad de los opuestos, ni en la coyunda con liberales y populistas, ni en la acción conjunta con quienes no existe previamente la unidad en el Ser. Repetía con Santa Teresa: “es preferible la Verdad en soledad al error en compañía”. Y con Aristóteles: “en toda juntura entre lo malo y lo bueno, sufre lo bueno”. No mixturaba los antagonismos, así como evitaba mezclar el agua con el vino.

 

            Se atrevió a decir lo que otros callaban y aún callan: que hay una culpabilidad judeomasónica tras el drama de la Argentina y tras la derrota de la Civilización Cristiana. Ni el pulso ni la voz tremaron en su cuerpo cada vez que fue necesario opugnar con la Sinagoga de Satanás. Pero tampoco faltó la caridad siempre que un prójimo, fuere quien fuese, se aquerenciaba hasta su puerta.

 

            Denunciaba con valentía al Imperialismo Internacional del Dinero, y con mirada sobrenatural y serena alertaba sobre la acción y la presencia del Anticristo.


          Señaló la naturaleza nociva del peronismo, y una por una marcó a fuego las canalladas múltiples de Perón, artífice de la subversión, convalidador de sus primeros crímenes, y propugnador hasta el final del mundialismo masónico, previo paso por el continentalismo y el socialismo nacional, como repitió hasta el hartazgo. El mito de la expulsión de la Plaza de Mayo de los Montoneros no pasó por su magín. Perón murió carteándose cortésmente con Mao, Castro, Dorticós y Allende. Y los jefes montoneros hicieron la "v" de la victoria ante su féretro.

 

           Las claves interpretativas del pasado no son las medias verdades sino la metafísica, la teología, la poesía y la genuina historiografía.

           Expresamente repudió la falsa línea ideológica San Martín-Rosas-Perón”. Sus arquetipos no eran los incendiarios de iglesias sino los herederos de la estirpe del Cid. Una memoria completa no basta para saberlo. Es necesario una historia veraz.

 

-IV-

 

          La teoría de los dos demonios, y la posición de quienes se sienten discriminados porque sólo se ataca a uno de ellos, le hubiera causado repulsión y desprecio. En la patria, no se enfrentaron ni se enfrentan dos demonios sino las dos ciudades agustinianas. Él batalló por la Civitas Dei y cayó en su defensa, heroicamente. No fue la víctima accidental de una refriega terrorista. Fue un combatiente valeroso abatido a mansalva por el enemigo.

           No estaba por azar cuando ocurrió el atentado marxista, el 27 de octubre de 1974. Ni recibió una bala casualmente, ni resultó el damnificado de una explosión que buscaba otro destinatario. La substancia antes que los accidentes explican su caída. Lo habían ido a matar a la puerta de su casa. Un domingo, cuando rumbeaba para la Santa Misa, en la tradicional festividad de Cristo Rey, como después escribieron sádicamante sus verdugos.

           Lo mataron por ser católico y nacionalista. Lo mataron porque molestaba su prédica ortodoxa, intransigente, rectilínea, inclaudicable. Lo mataron por hacer los que preguntan qué hay que hacer: defender la preeminencia de la vida contemplativa, hasta derramar la sangre por amor a la Cruz. Lo mató el odio rojo por luchar por el Amor de los Amores.

 

-V-

 

Los defensores de la inserción complaciente dentro del sistema viven de espaldas, ya no a la recta doctrina que predicara Genta, sino a la experiencia histórico política de más de largo medio siglo. Incurren en un mero acto de voluntarismo, creyendo que el fin justifica los medios; y avanzan a grupas del modelo que llevó a la patria a ser esta cosa impensada y nauseabunda que presenciamos con estupor. Para intentar siquiera soñar con su rescate hay que hacer lo contrario de la Revolución, y no una revolución en contra, según aserto inmodificable del viejo De Maistre.

 

Tras los oropeles enredantes de una disputatio académica, o las de­clamaciones sobre la contribución al bien común, o las disquisiciones sobre lo que enseñan los moralistas, en realidad, estos personeros de la derecha <unida y bienpensante>, están calculando con quién caer mejor parados.Triste hilacha la que terminan mostrando. Acaban felones, tramoyistas o dementes. Mansos votantes de la diosa democracia, disidentes controlados funcionales al sistema, cooperadores de la mugre liberal, que fue poder ininterrumpidamente tras la derrota de Caseros.

 

-VI-

 

          En vida, quisimos ser sus discípulos y seguidores.

           Desde que lo asesinaron, no hemos dejado de honrarlo, recordarlo, difundirlo, y darlo a conocer entre quienes no habían tenido la gracia de conocerlo. Lo hicimos sin medios y sin los medios. En soledad, con la conspiración de silencio como sombra amenazante y artera. Lo hicimos —corriendo modestos pero concretos riesgos— sin que se enteraran ni nos acompañaran los que hoy manipulan su nombre para darle un tinte purificador a las trapisondas electoraleras en las que se han metido.

           ¿Qué importancia tiene que una pseudojusticia mundana —en manos de sodomitas y aborteros— declare alguna vez que su crimen fue de lesa humanidad? ¿Son acaso las categorías de Nüremberg las que glorificarán a nuestros muertos ilustres? ¿Son acaso los criterios del enemigo los que han de blanquear sus memorias insignes? No fue un crimen de lesa humanidad contra los derechos del Salvador el que se perpetró en el Gólgota. Fue el deicidio. Los deicidas siguen matando a los testigos del Gólgota. Y no hay leguleyería internacionalista que alcance para calificar a los victimarios.

           Tampoco estamos pidiendo que un tribunal oportunista y mendaz investigue a los autores del homicidio, ni que esta Roma apóstata, con sus obispos cómplices consideren la sola posibilidad de introducir su beatificación.

           Ningún secreto encierra la causalidad formal de su asesinato. Los que lo abatieron gobiernan. Sus nombres y sus rostros, son los nombres y los rostros execrables del Régimen. Caras con muecas sicarias y rictus infames que no logran disimular los avances cosméticos.

           Jordán Bruno Genta ya está a la derecha del Padre, gozando del merecido cielo que alcanzó por asalto, al haber caído como mártir de la Fe en el más estricto y cabal sentido de la palabra. Los mártires de los últimos tiempos no serán reconocidos como tales, escribía San Agustín. No serán reconocidos por los heresiarcas. Pero el Dios de los Ejércitos pasa revista en cada alba, y un ángel arcabucero señala su presencia con un centelleo vertical de luces altas.

          De eso se trata este homenaje al “Pedagogo del ‘O juremos con gloria morir’”. De decir la verdad entera.

          Jordán Bruno Genta: mártir de Cristo Rey. Jordán Bruno Genta: maestro de la Verdad. Jordán Bruno Genta: católico y nacionalista.

         Jordán Bruno Genta: ¡Presente!



Nota de NCSJB: El presente artículo fue escrito en ocasión de los 40 años del fallecimiento de Jordán B. Genta. La versión ahora presentada, está retocada y adaptada al presente.