Si Dios crea, sostiene y dirige todo con bondad, ¿de dónde proviene el mal? «A esta pregunta tan apremiante como inevitable, tan dolorosa como misteriosa no se puede dar una respuesta simple
El conjunto de la fe cristiana constituye la respuesta a esta pregunta [...]. No hay un rasgo del mensaje cristiano que no sea en parte una respuesta a la cuestión del mal» ( Catecismo , 309). Es necesario, pues, afrontar la cuestión del mal en un mundo bueno creado por un Dios bueno. Tomás de Aquino argumenta que la providencia divina no excluye el mal en las cosas. Dios no lo causa, pero tampoco suprime la acción de las causas segundas, las cuales pueden fallar; el defecto en un efecto de la causa segunda es debido a ella, y no es imputable a la causa primera [8] . Se suele hablar de la “permisión” divina del mal; esto significa que el mal está sometido a la providencia. «Dios omnipotente [...], siendo sumamente bueno, no permitiría en modo alguno que existiese algún mal en sus criaturas si no fuera de tal modo bueno y poderoso que pudiese sacar bien del mismo mal» [9] . El Aquinate afirma que Dios prefiere sacar el bien del mal antes que no permitir en absoluto la existencia de algún mal.
Pertenece a la bondad de Dios la permisión de los males y la obtención de bienes mayores a partir de ellos.
Dios es «previsor universal de todo ser ( universalis provisor totius entis )» [10] . Concediendo a los hombres una participación en la providencia, Dios respeta su libertad incluso cuando obran mal ( cf . Catecismo , 302,307,311). Sorprende que Dios, «en su providencia todopoderosa puede sacar un bien de las consecuencias de un mal» ( Catecismo , 312). Toda la historia puede ser interpretada según esta clave de lectura, en conexión con las palabras de San Pablo: «No te dejes vencer por el mal, antes bien vence al mal con el bien» ( Rm 12,21) [11] . Tantas veces el mal parece más fuerte que el bien; sin embargo, es difícil desarraigar la tendencia humana natural a confiar en que al final el bien debe triunfar, y triunfa de hecho, pues el amor es más potente. La experiencia del mal pone ante los ojos la tensión entre omnipotencia y bondad divina en su obrar en la historia, que recibe una respuesta misteriosa en el evento de la Cruz de Cristo [12] , que revela el “modo de ser” de Dios. La definición del mal como privación, y no como parte constitutiva del universo, es cristiana. Sostener que el mal existe, pero que no tiene sustancia, significa superar el dilema en el que sucumbe, por una parte, quien niega la realidad del mal en nombre de la bondad y del poder infinito de Dios; y por otra, quien niega la bondad y el poder infinito de Dios, en nombre de la realidad del mal. La verdad de la creación, llevada a sus últimas consecuencias, implica que no hay privación sin un ser que se ve desprovisto de algo, es decir, no hay un mal sin un bien que lo soporte. El mal absoluto es imposible. El bien es más fundamental y potente que el mal [13] . A la cuestión «si Dios existe, ¿de dónde viene el mal?», Tomás de Aquino responde:
«Si el mal existe, Dios existe. Pues el mal no existiría si desapareciese el orden del bien, cuya privación es el mal. Y tal orden no existiría si Dios no existiera» [14] .
El mundo, aunque imperfecto, con el mal dentro de sí, existe; por tanto, Dios existe. El mal necesita de un sujeto en el que encontrarse (no habría ceguera sin alguien que se ve privado de la vista). Sin paradoja alguna, el mal prueba la existencia de Dios, puesto que hace descubrir que la existencia de un sujeto contingente postula la existencia del Absoluto.
(del libro: "Síntesis de la Fé Católica" de Javier Fernández y Gerard Clopés)