Para evaluar los riesgos de un incidente violento hay que computar el orgullo tejano. “Don’t mess with Texas” (No te metas con Texas) es una antigua frase estampada en la parte trasera de los camiones y en multitud de remeras y calcomanías utilizadas por su población. En la memoria histórica está inscripta la idea de que Texas, un territorio que en 1836 se sublevó contras las autoridades mexicanas para erigirse en una república independiente, eligió voluntariamente ser parte de Estados Unidos, lo que ocurrió en 1845.
En la época colonial, Texas era un territorio descuidado por las autoridades españolas. Durante el vacío de poder provocado por la guerra de la independencia mexicana comenzó a ser invadido por colonos anglosajones que superaron a la escasa población local. En 1835 su población ya estaba constituida por 50.000 colonos estadounidenses y 5.000 mexicanos. En los hechos, los colonos ejercían un autogobierno.
La política hipercentralista del presidente azteca Antonio López de Santa Anna, quien entre otras medidas decretó la abolición de la esclavitud, un factor indispensable para la producción de algodón, base de la economía local, desencadenó la proclamación de Texas como república independiente y su posterior anexión a Estados Unidos. Pero la idea de una Texas independiente nunca dejó de estar presente en el imaginario local. La alternativa de un “Texit”, a semejanza de lo ocurrido con Gran Bretaña y la Unión Europea, recobró fuerza en los últimos años.
En junio de 2022 la convención estadual del Partido Republicano aprobó una moción que, en línea con la actitud asumida por Trump, rechazó la legitimidad de la elección presidencial de 2020. Consiguientemente desconoció a Biden como un mandatario electo y lo calificó sólo como un “presidente en funciones”. La convención se pronunció también a favor de la tenencia irrestricta de armas al afirmar que “todo control de armas es una violación de la Segunda Enmienda y de nuestros derechos otorgados por Dios”.
Pero el broche de oro del cónclave fue la declaración de que “Texas tiene el derecho de separarse de los Estados Unidos y la Legislatura de Texas debería ser llamada a aprobar un referéndum consistente con ello”. La virtual proclama secesionista no estableció plazo para esa convocatoria, que quedó flotando como una espada de Damocles sobre el futuro de Estados Unidos. Matt Rinaldi, titular del Partido Republicano texano, especificó que “no podemos transigir con los demócratas, que tienen una visión diferente e incompatible para nuestro futuro”. En otros términos, Texas no debería aceptar otro presidente demócrata en la Casa Blanca.
¿DOS PRESIDENTES?
El conflicto de Texas se encuadra en un contexto político mucho más amplio: la confrontación entre Biden y Trump excede de lejos la tradicional competencia entre dos candidatos de sendos partidos que se alternan en el poder, sustituida por la confrontación entre dos visiones totalmente opuestas sobre la sociedad estadounidense. Esta hipótesis reflota las fantasías alarmistas sobre la posibilidad de que el candidato derrotado encuentre razones para desconocer la legitimidad del triunfo de su contrincante y emerja el acontecimiento inédito de dos presidentes que reclaman su derecho a gobernar Estados Unidos. Más allá de las modalidades que adquiera la resolución de semejante disputa, ésa es justamente la definición de una guerra civil.
Precisamente un artículo en “The Washington Post”, publicado meses después del asalto al Capitolio y firmado por los generales Paul Eaton, Antonio Taguba y Steven Anderson, manifestaba “preocupación sobre las postrimerías de la elección presidencial de 2024 y su potencial caos letal en el Ejército”. La nota alertaba sobre “la potencialidad de una ruptura total de la cadena de mandos en base a líneas partidistas” y sostenía que con Estados Unidos “más divididos que nunca” era necesario tomar medidas para “prepararse para lo peor”.
Ese mismo año, Bárbara Walter, consultora de un equipo de la CIA dedicado a analizar las tendencias que llevan a los países hacia una guerra civil y autora del libro “Como se inician las guerras civiles y cómo detenerlas”, advirtió que “estamos más cerca de la guerra civil de lo que muchos de nosotros pudiera creer”. Explicó que “si usted fuera analista en un país foráneo, mirando los sucesos en Estados Unidos de la misma forma en que vio los elementos de Ucrania, de Costa de Marfil o de Venezuela, recurriría a una lista de verificación y lo que usted encontraría es que Estados Unidos, una democracia fundada hace más de dos siglos, ha entrado en un terreno muy peligroso”.
En otro artículo en el portal británico “The Article”, titulado “Se viene la guerra civil”, la pareja de analistas integrada por Karen y Gregory Treverton, consigna que “solo resta saber si se va a librar con pleitos legales o con ametralladoras AKIS-S”. Si se suman la crisis de Texas y los recientes fallos judiciales que inhabilitaron legalmente la candidatura de Trump en los estados de Iowa y Colorado, apelados ante la Corte Suprema de Justicia, conviene recordar aquel sombrío presagio de Friedman. Ya estamos en 2024 pero hoy nadie puede aventurar sensatamente cómo puede terminar este año en Estados Unidos.