EL AJUSTE ECONÓMICO ORTODOXO DE PERÓN (1952)



Urgido por la precaria salud de Eva Perón, por el levantamiento militar de setiembre de 1951 pero también por implementar un programa económico de ajuste, Juan Domingo Perón dispuso que las elecciones presidenciales se realizaran en noviembre, tres meses antes de lo previsto; el triunfo del gobierno alentaba tomar medidas más enfáticas sin mayores costos políticos, al menos en términos inmediatos

El Plan de Estabilización de febrero de 1952, también conocido como Plan de Emergencia, y una más decidida "vuelta al campo" a partir de entonces habrían de contrastar con la política inicial de expansión monetaria, fiscal y salarial, y de transferencias hacia las actividades manufactureras.
Se acentuó el control sobre los precios de los productos a través de campañas que buscaban combatir ‘el agio y la especulación’, criminalizando a aquellos que aumentaban los precios o acaparaban mercancías en un contexto signado por la escasez de algunos bienes.
El plan fue estructurado con el objetivo de resolver los dos problemas económicos cruciales del momento: el estrangulamiento externo, que se producía por la falta de divisas, y el incremento sostenido de los precios, resultante del aumento de los costos salariales y la política expansiva. Las medidas para atacar esos dos frentes estaban combinadas e incluían una mayor producción agropecuaria, la reducción de las importaciones y la austeridad en el consumo, que permitía mayores saldos exportables y también contenía las presiones inflacionarias.
En consecuencia, la restricción monetaria se hizo mucho más fuerte y se aumentó la tasa de interés con el objetivo de incrementar el ahorro interno y la demanda de créditos. Las tarifas de las empresas públicas se elevaron y la política fiscal fue claramente restrictiva, alejándose de las prescripciones keynesianas. La contracción de las erogaciones se concentró en los gastos de capital, afectando el programa de obras públicas encarado, pues los gastos corrientes estaban asociados al sostenimiento del empleo público, que era funcional a objetivos prioritarios del gobierno; también se recortó sustancialmente el presupuesto militar. Finalmente se incrementó el impuesto a las ventas en el ámbito nacional dando inicio a una política impositiva menos progresiva.
Como la idea era que se estaba frente a una economía recalentada por el ‘exceso de consumo’, el ahorro se ubicó al menos claramente desde 1952 como tema medular en el escenario económico
Una Comisión Nacional de Precios y Salarios acentuó el control sobre los precios de los productos a través de campañas que buscaban combatir "el agio y la especulación", criminalizando a aquellos que aumentaban los precios o acaparaban mercancías en un contexto signado por la escasez de algunos bienes. Por su parte, los salarios fueron congelados por dos años con el propósito de contener la presión sobre los precios y deprimir el consumo (y así alentar mayores saldos exportables y quitar presión sobre los precios internos); en adelante los aumentos se vincularían a los incrementos en la productividad del trabajo. Se trataba de un cambio trascendente respecto a la generosa política de ingresos de los primeros años cuando el Estado directamente había determinado o estimulado la recomposición salarial y de un diagnóstico que enfatizaba en los costos para explicar la inflación.
En su estilo Perón reseñaba las nuevas circunstancias: "La economía justicialista establece que de la producción del país se satisface primero la necesidad de sus habitantes y solamente se vende lo que sobra, nada más. Claro que aquí los muchachos, con esa teoría, cada día comen más y consumen más y, como consecuencia, cada día sobra menos. Pero han estado sumergidos, pobrecitos, durante cincuenta años; por eso yo los he dejado que gastaran y que comieran y que derrocharan durante cinco años todo lo que quisieran; se hicieran el guardarropa que no tenían, se compraran las cositas que les gustaban, y se divirtieran también (…) pero, indudablemente, ahora empezamos a reordenar para no derrochar más".
Y su esposa Eva agregaría poco antes de morir: "El General Perón nos ha expuesto su Plan Económico, nos ha dicho lo que tenemos que hacer. A cada argentino le toca su parte, grande o pequeña, en la inmensa tarea de consumir menos y de producir más".
En una serie de atípicas medidas el gobierno impuso la producción de pan con afrecho de maíz y mijo para evitar importar en esas particulares condiciones trigo desde los Estados Unidos que hubiera debido pagarse con los escasos dólares disponibles. Con todo, se firmó un contrato con ese país para el intercambio de trigo por maíz que fue exportado a Francia por cuenta de los Estados Unidos. También el gobierno dispuso que no se distribuyese en el mercado minorista carne ni vendiese en los restaurantes un día de la semana, y que el 10% del total de cabezas sacrificadas fuese preservado con el propósito de cumplir los compromisos de exportaciones. También dejó de servirse café a los empleados públicos, que consumían el 25% de lo que se importaba en ese rubro.
Las medidas para atacar esos dos frentes estaban combinadas e incluían una mayor producción agropecuaria, la reducción de las importaciones y la austeridad en el consumo, que permitía mayores saldos exportables y también contenía las presiones inflacionarias
Esta política de extrema austeridad se acompañó con el establecimiento de tipos de cambio favorables a las exportaciones agropecuarias y restricciones a las importaciones con el propósito claro de superar el déficit de la balanza comercial. Se otorgaron cambios preferenciales a los importadores de maquinarias agrícolas y para algunos productos de exportación tradicionales. También a partir de 1952 se otorgaron tipos de cambios especiales destinados a alentar las exportaciones de tejidos de algodón, productos químicos y electrodomésticos. Pero no hubo una devaluación global que hubiera supuesto una transferencia masiva de ingresos al campo al precio de una recesión mayor en las actividades industriales.
Como la idea era que se estaba frente a una economía recalentada por el "exceso de consumo", el ahorro se ubicó al menos claramente desde 1952 como tema medular en el escenario económico, con la capacidad de cumplir un papel articulador fundamental: por un lado permitía reducir el consumo y de ese modo frenar la presión sobre los precios además de morigerar los problemas del sector externo al acrecentar los saldos exportables; por el otro, bien dirigido, podía acrecentar la capitalización empresaria, evitando aquella excesiva dependencia del crédito bancario oficial –que contribuía a la escalada de los precios- y haciendo posible prescindir de los capitales extranjeros -que limitarían el margen de acción a la política oficial- con lo cual podían mantenerse las banderas nacionalistas del discurso peronista.
Marcelo Rougier es autor de "La economía del peronismo", Sudamericana, 2012