EL MODELO DE LAS MISIONES JESUÍTICAS: SOCIALISMO TOTALITARIO ENCUBIERTO (Parte 2)



2. Organización social de las reducciones jesuitas paraguayas


Antes de emprender su obra evangelizadora en el Paraguay, los jesuitas ya habían establecido misiones en otros territorios de la América hispana, v.g. en el norte de México. Sería objeto de otra investigación estudiar en qué medida crearon allí, o no, sistemas sociales parecidos a los del Paraguay. Prescindo aquí de tales consideraciones.

Desde el punto de vista del Derecho español, los territorios
adjudicados a una misión jesuita eran propiedad de la Corona usufructuados
por la Compañía. Pero en la realidad, lo que se instituyó en las misiones

paraguayas fue una propiedad común.

Como ya lo he dicho, ese gran espacio comprendía, además de la
mayor parte de la actual República paraguaya, muchas zonas vecinas. La
Compañía lo dividió en misiones, que también se denominaron

«congregaciones» y «reducciones».

Normalmente sólo había dos jesuitas en cada reducción. Ellos no sacaban beneficio material alguno de esa misión. Los habitantes de tales reducciones —en su mayoría guaraníes—, mostraron una gran adhesión al sistema de propiedad común instituido por los padres jesuitas. Siempre temían las incursiones de los bandeirantes (o mamelucos) del Brasil portugués, que los esclavizaban. En las reducciones, evidentemente, se consideraban libres.

Que esos habitantes de las reducciones fueron hombres libres no es
incompatible con que en ellas hubiera —como evidentemente había—
paternalismo. Los jesuitas no ejercían su supremacía por el terror, sino por el
consenso, no sólo para proteger a la población autóctona de ser esclavizada

o sojuzgada por colonos, sino también para impulsar su prosperidad, material y espiritual.

El poder no lo ejercía sólo el par de misioneros jesuitas de cada
reducción, sino una junta de notables de la propia etnia local. La vida no
parece que fuera lúgubre, sino agradable, con un trabajo, sin duda duro, pero
no extenuante (hay que tener en cuenta la tecnología de la época), con
adecuado tiempo de ocio, lleno de esparcimientos, festejos y diversiones, con niveles educativos insólitamente elevados, con preservación y promoción de
su lengua guaraní, con atención médica —dentro de lo posible entonces— y con
comida suficiente.

Para una parte de la población (posiblemente mayoritaria) era un
paraíso en comparación con cualesquiera poblaciones circundantes. La
comunidad velaba por el bienestar individual; todos estaban a salvo de
atropellos, abusos y arbitrariedades, gozando de seguridad. Se respetaba y
protegía la unidad conyugal y familiar, aunque no es seguro que se pudiera
elegir libremente la propia pareja (verosímilmente persistían las imposiciones

del sistema caciquil y patriarcal de la sociedad tribal precedente).

No era una sociedad ideal; no es la sociedad de nuestros sueños; tal
vez ni siquiera era lo óptimo para aquellos tiempos, aun teniendo en cuenta
el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas. Pero es dudoso que, en su
época, hubiera sociedades donde la gobernación se ajustara más al principio

del bien común.

Nonneman, 2009, ofrece un estudio minucioso del comunismo jesuita.

Para una población guaraní de 150.000 almas, el número de misioneros
jesuitas nunca superó los 200. La teocracia jesuita era técnicamente avanzada, aportando todos los adelantos de su tiempo. Establecióse un sistema de seguridad social. La producción era planificada, desarrollándose no sólo la agricultura, sino también la industria. Los jesuitas instruían a los notables nativos, quienes organizaban la resistencia armada contra agresores foráneos (españoles, portugueses o amerindios —especialmente los indios del Chaco).

Aunque los jesuitas quisieron regirse por su principio —acariciado con
tanto empeño en sus empresas evangelizadoras en Asia— de adaptarse a la
mentalidad local e incorporar lo más posible de la idiosincrasia nativa,
forzaron a cambiar el modo de vida. Impusieron la abolición de la esclavitud
y de la poligamia. Surgieron así los hogares de la familia nuclear
monogámica. Cada hogar tenía una casa y, dentro de ella, los enseres
domésticos. La tierra era comunal, pero su posesión se distribuía entre las
familias, más o menos equitativamente, con el criterio de que cada hogar
viviera en lo esencial con su rendimiento durante un año. En algunas

reducciones los padres fijaban una medida mínima de asignación, la chacra.

En el momento del matrimonio, confiábanse a una familia los aperos
de labranza, que seguirían vitaliciamente en su posesión. Al no existir
propiedad privada (aunque sí posesión privada), no había herencia. Al morir
los indios, sus posesiones se devolvían a la comunidad, representada por el
cacique. En términos jurídicos no estaba claramente fijado el estatuto de tal
posesión; podemos considerarlo un usufructo. Los bienes de posesión privada (abambas) eran, además de los de consumo y las herramientas de trabajo, las
armas, utensilios de caza y pesca así como algunos objetos suntuarios, como alhajas y textiles importados de fuera de las misiones.

El resto de los medios de producción eran de directa posesión pública
(tupambas); eran la tierra (salvo los lotes familiares), instrumentos, animales
de labor, silos, depósitos, obradores etc. Era mucho mayor el terreno público
que la suma de los lotes hogareños. Con los bienes de posesión común se
pagaban los tributos a la Corona (un peso por habitante), además de usarse
para el comercio con el exterior a fin de comprar todo lo no producido en las

reducciones, como objetos de cobre y de hierro, armas, herramientas, adornos y objetos de culto.

Una parte del producto colectivo se destinaba a mantener a las
viudas, a los huérfanos, a los guerreros, caciques, corregidores y misioneros, así como a hacer provisiones para épocas de malas cosechas o calamidades (epidemias, desastres u otros estragos).

Los trabajadores guaraníes no sólo laboraban las parcelas
usufructuadas en familia, sino también las tierras públicas o comunales,
produciendo maíz, arroz, algodón, yuca y diversas verduras, así como yerba
mate (un bien de consumo, pero también de intercambio, que en parte

reemplazó al dinero, inexistente en el seno de las reducciones).

A quienes se entregaban a la ociosidad o laboraban con desgana se
les disminuían las raciones. En períodos normales, el nivel de vida era
superior al de la Europa del siglo XIX. Así y todo la vida era dura. En la fase

final —plagada de pestes y turbulencias— la esperanza de vida bajó a 30 años.

El trabajo era obligatorio para todos, incluyendo los jefes tribales. Las
infracciones se castigaban. No había libertad ocupacional. A cada uno se le
encomendaba el oficio para el que fuera más apto, aunque se quiso instituir

una especie de derecho a la promoción social.

Había una avanzada división del trabajo —en lugar de que todos
hicieran de todo— con oficios como los de tejer, curtir, carpintería, costura,
sombrerería, cordelería, herrería, imprenta, fabricación de botes, carros,
instrumentos musicales, etc. La ganadería recibió particular impulso, hasta el
punto de que en 1767 la cabaña de las misiones era de 700.000 unidades.
¿Qué libertad había? No se permitía abandonar la aldea sin
autorización de los misioneros. Procurábase que cada pueblo viviera aislado
y que fuera mínimo el contacto con el exterior. Así y todo los fugitivos no
llegaron al 1%. (Y es que peor se vivía fuera.)

Las autoridades indígenas eran seleccionadas por los jesuitas según
sus méritos. Los caciques comían más, teniendo a su disposición
guardaespaldas y mensajeros. Era obligatorio también el servicio militar para

los varones, lo cual fue la principal causa de descontento.

Al no circular dinero dentro de las misiones, siendo menester
establecer intercambios económicos entre ellas, acudióse, como medios de
pago, al tabaco y la yerba mate, aunque a veces se practicaba el trueque, con
pago en maíz o en miel. Más tarde establecióse internamente un dinero
ficticio, puramente de cuenta (una especie de papel moneda), el peso hueco.

Para evitar disputas, reglamentóse el valor de cada producto en pesos huecos.

En el comercio con el exterior, los jesuitas buscaban la rentabilidad
mercantil, lo cual les valió la acusación de violar las normas canónicas. Pero
las ganancias se destinaban a la prosperidad colectiva de la comunidad, no a

acumular tesoros, ni para la Compañía ni, menos aún, para los padres.

Nunca se practicó la pena capital. Los reos de delitos tan graves que
merecieran ese castigo eran expulsados de la comunidad. Castigábanse con
cierta mansedumbre faltas comunes y arraigadas, como la bigamia, la
indolencia y la embriaguez. Jamás hubo levantamiento alguno de los
guaraníes.