El caudillo había sido bautizado por el cura párroco de Lobos, Enrique Perroni, el 1° de enero de 1898, esto es, más de dos años después de su nacimiento, que aconteció el 7 de octubre de 1895. Perón tuvo su iniciación en las verdades fundamentales de la fe en su temprana edad a través de la catequesis impartida en una escuelita anexa a la Basílica de Nuestra Señora de la Merced. Allí fue acólito de Domingo Rasore hasta la edad de diez años. Al referirse al comienzo de su formación cristiana, Perón recuerda durante una serie de entrevistas a dos lejanas tías: Vicenta y Baldomera Martiarena, maestras ambas al comenzar el siglo. Su vinculación con la orden mercenaria se extendería a toda su vida.
No constan otros datos sobre las creencias religiosas del caudillo hasta su actuación pública en la revolución de 1943, lo que permite concluir que Perón tuvo una formación cristiana que se podría calificar de básica. No se le conocen inquietudes religiosas, al menos hasta la campaña electoral de 1945 (en verdad tampoco las tendría más adelante, con excepción de una devoción mariana a Nuestra Señora de Luján, cuyo culto parece haber promovido). Tampoco parece que pueda considerársele -como ocurre en el peronismo- una persona a la que se pudiera definir como de sinceras y firmes convicciones cristianas, aunque el mismo supo presentarse, con rara habilidad, como si las hubiera tenido, y así li describe su biografía oficial. Un antagonista político desnuda, como el nombrado político inglés, esa misma dualidad:
Mi enemigo, digo esto sin el odio que suele asociarse a la palabra enemigo, actuó como si fuera el más ferviente devoto de la Virgen María, a la que entronizó en todos los lugares que pudo, para pasar a ser el incendiario de los templos; fue el maestro de los dictadores latinoamericanos de su época y el apologista del caos conveniente.
No se trata solamente de una apreciación hostil: así también lo considera un pastor Bautista, entre otros testimonios:
El catolicismo de Perón fue siempre meramente superficial, catolicismo de chófer de taxi que coloca la Virgen de Luján en su vehículo, pero que en el fondo tiene una ignorancia bastante grande sobre los sacerdotes.
Sin embargo, su identidad de católico sigue siendo reconocida aún hoy incluso hasta por la misma jerarquía eclesiástica, y el propio cardenal. Aramburu ha expresado que
"En el fondo, era católico. Hasta comulgaba, iba a misa".
Con todo, es probable que la figura de "soldado cristiano" con la que se presentó al electorado -mayoritariamente católico- en general, y al episcopado en particular, no fuera tan real, aunque las primeras definiciones presidenciales sobre su propia actitud personal ante los valores religiosos provocaban gratísimas resonancias en los oídos de los clérigos, y hasta parecían confirmar esa imagen. Perón se presentaba como un hermano en la fe:
"Ha sido para mí un insigne honor tener el privilegio de presidir esta mesa de maestros y profesores católicos, vale decir, hermanos en la fe y un mismo Dios.
(...)
Con nuestra profunda fe y con nuestro corazón abierto hacia esa juventud y esa niñez que es el porvenir y el futuro de la Patria, anhelamos poder decir a los que en nuestra tierra saben mucho o saben poco, que preferimos un hombre bueno a un hombre sabio que no lo sea.
Yo he sido educado en escuelas religiosas. Sé por experiencia qué es lo que se forma allí; sé también que armas se dan a esos hombres y sé, por sobre todas las cosas, que una sola condición anhelo para el pueblo argentino: que nuestra escuela forme, además de hombres sabios, hombres buenos y hombres prudentes. Hombres que amen más que el poder, la verdad, que más que la fuerza la razón, y que, por sobre todas las demás consideraciones, tengan amor a Dios, fe en las acciones que Él inspira y esperanzas en el porvenir, esperanzas que en Él ponemos los hombres con nuestra infinita pequeñez frente a su infinita grandeza".
La acotación a expresiones tan comprometidas, donde se confesaban con toda claridad convicciones tan firmes como el deseo de que el pueblo argentino fuera educado en el amor a Dios, trata de reflejar el ambiente con el que serían recibidas estas expresiones que resonaban como música celestial en quienes escuchaban:
"Fue indescriptible el entusiasmo de los asistentes, en especial el de los delegados extranjeros, al escuchar una definición tan clara y precisa del Presidente de la Nación".
Sin embargo, no conviene dejarse llevar por esas buenas expresiones de deseos. Para entender la actitud del líder ante las realidades sobrenaturales resulta necesario desglosar diversos planos. En primer lugar parece realista reconocer que Perón -a diferencia de Franco- carecía de una sensibilidad verdaderamente religiosa: a pesar de sus invocaciones confesionales tan encendidas, es preciso concluir que el líder era en realidad un hombre basto e incapaz de percibir las realidades sobrenaturales, y esta misma característica quizá sea la clave para comprender su consecuente incapacidad de valorar la fuerza de lo religioso en la vida personal e incluso en la social. En última instancia, y más allá de actitudes que tenían un sentido político, esa señalada ambigüedad podría identificarlo incluso con la figura del incrédulo. Hay que considerar que Perón ve en la Iglesia una realidad ante todo humana -y más concretamente política- antes que sobrenatural:
"Si bien no puede ser cuestionada como institución de origen divino, está dirigida por hombres y, como tal, puede su condición ser imperfecta y aun viciado de nulidad su accionar profano".