B. Montejano.
Instituto de Filosofía Práctica. Bs. As. 21/5/2013
“Una política cristiana es la soberanía del bien común. Porque sobre esta razón de bien común
descansan los derechos y deberes del poder público lo mismo que los de los particulares”.
Julio Meinvielle
I.-
Hace muchísimo tiempo, en un acto realizado en el Colegio Manuel
Belgrano de los Hermanos Maristas, el 30 de octubre de 1959, tuvimos el
honor de presentar al Padre Julio Meinvielle, ante un público calificado y muy
numeroso. El tema de la conferencia fue “Desviaciones modernas de los
católicos”; el acto lo organizó el Centro de Estudios de Belgrano, en cuyo
seno un grupo de amigos nacíamos a la vida pública, y cuyo lema, pensado
junto a José María Wathelet y a Juan Carlos Zuretti, era “Orden, jerarquía,
bien común”.
Tuvimos el honor de contar con otro grande olvidado: fray Mario
Agustín Pinto O.P., y el conferenciante era esperado por un pluralista Comité
de Recepción, en el cual participaban, entre otros, nuestro consocio Carlos
Scoccimarro, Tomás Cavanagh, Miguel Acuña Anzorena, Julio Carrera
Pereyra, Alberto Arcapalo, nuestro benefactor Juan Carlos Cardinali, José
Castellano, Carlos Díaz Vélez, el hoy sacerdote, Fernando Montejano, Carlos
Bertomeu, Fernando García Morillo, Rodolfo Marré, Néstor Noacco, Enrique
Podestá, Enrique Quián Tizón, Carlos Romero Toledo y Agustín Villar.
Decíamos entonces algo que podemos repetir hoy: Meinvielle dedicó su
vida a la defensa de la ortodoxia y de la integridad de la fe. Su nombre y sus
obras son conocidos por el mundo; su fama trasciende muy lejos los límites
del país.
Pero este preclaro sacerdote no se dedicó solamente al estudio y a la
especulación filosófica; también fue un párroco ejemplar, y el barrio de
Versailles conserva las huellas de su acción apostólica.
Meinvielle fue y es maestro de juventudes y la generación a la cual
pertenecemos nació bebiendo sus enseñanzas. Todo esto lo podemos repetir
hoy, casi cuarenta años después de su muerte.
II.-
En esos tiempos cursábamos cuarto año en la Facultad de
Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Las enseñanzas recibidas no
habían sido malas en general en el ámbito del derecho positivo. Nuestro
conocimiento acerca de las ramas de la ciencia del derecho, del derecho civil,
comercial, constitucional, penal, etcétera, eran más que aceptables y las
calificaciones en los exámenes así lo acreditaban… hasta que un día, al visitar
al Padre Meinvielle en su casa de la Avenida Independencia, comprobamos
en un severo examen universitario fuera de la Facultad, que nuestro
conocimiento sobre los derechos era paralelo a nuestra ignorancia acerca del
Derecho.
Las bondadosas palabras del Padre Julio: “Pero hijo, ¿de qué te sirve
todo esto si te falta lo esencial?, nos despertaron la inquietud, que esperamos
nos acompañe hasta la muerte, por indagar los grandes temas de la filosofía
del derecho, y junto a él, preparamos nuestro examen de la materia, que en
esas épocas, de orgía positivista, estaba reemplazada en los hechos por la
enseñanza de una teoría general del derecho: la de Hans Kelsen.
No estaba mal enseñar teoría del derecho; lo malo era, en primer lugar,
eliminar a la filosofía del derecho, y, en segundo lugar, enseñar en forma
exclusiva la teoría pura del derecho, como si fuera la única teoría general
existente. Gracias al magisterio de Meinvielle, pudimos entender y probar en
el examen, que la doctrina jurídica de Kelsen, que abreva en los errores del idealismo moderno, vacía y empobrece la rica y compleja realidad del
derecho.
Es que el Padre Julio era un filósofo en serio, que nos enseñó el rigor
intelectual; y además, era un auténtico teólogo, que nunca cayó en el
confusionismo ni en el pastoralismo, hoy tan abundantes. Por eso, sus
enseñanzas perduran.
El nuestro es uno de los tantos casos señalados por Monseñor Octavio
Nicolás Derisi: “Meinvielle prestó un gran servicio a la verdad, al aplicarse
con esfuerzo a encauzar las inteligencias -sobre todo juveniles- por los
senderos de la Doctrina de la Iglesia y de la recta razón, frente a la confusión y
al irracionalismo de tantas teorías y actitudes actuales”.
Poco a poco, con trato frecuente, fuimos ganando la confianza de
Meinvielle, nos graduamos, y en 1966, el Padre recibió una invitación para dar
una conferencia en Concordia. Me llamó y me dijo: me invita el Padre Raúl
Sánchez Abelenda para dar una conferencia en un teatro, va a estar el obispo y
no tengo ganas de ir, ¿por qué no vas vos? Nos regaló su libro recién
aparecido, “La Iglesia y el mundo moderno” , para que nos sirviera de guía. El
30 de octubre, festividad de Cristo Rey, en el Salón Auditorium de Concordia,
en presencia del obispo Monseñor Rosch, de feliz memoria, abordamos el
ambicioso tema “Reordenación del mundo actual conforme a las conclusiones
del Concilio Vaticano II”.
Meinvielle era un hombre culto, pues como bien lo afirma, “el problema
de la cultura es permanente en la vida del sacerdote. El sacerdote, esté donde
esté, tiene que ser una personalidad en el pueblo y, por lo tanto, tiene una
función intelectual donde quiera que esté, aun en la parroquia más insignificante. Debe hacerse a esa idea y tomar verdadera conciencia de esto, y
jamás considerar la cultura como una cosa ajena”.
Hace treinta años un proyecto de homenaje a Meinvielle promovido por
el hoy arzobispo de La Plata, Monseñor Héctor Aguer y por nuestro amigo
Mario Sacchi, consistente en la publicación de un libro en su memoria, se
frustró, según el último, por falta de colaboradores. Esto prueba que no sólo el
camino del infierno está empedrado de buenas intenciones.
Hace veinticinco años, al cumplirse tres lustros de su encuentro con
Dios cara a cara, tuvimos el honor de hablar en un homenaje junto al Padre
Alfredo Sáenz S. J., quien celebró la Santa Misa, y a los Dres. Juan Alfredo
Casaubon y Guido Soaje Ramos, sacerdote ejemplar el primero, y maestros
muy queridos los dos últimos, a quienes también mucho debemos. Nuestro
tema fue: “Lo político en el Padre Julio Meinvielle”, ámbito al cual hoy
retornamos; el tema de Casaubon fue “Persona y Bien Común”, y el de Soaje
“Evocación de una Amistad”.