VISIÓN POLÍTICA DE LA RELIGIÓN
Puede constatarse en su peculiar visión política de la Iglesia que ésta es entendida como un poder internacional en el que lo sobrenatural queda siempre al menos visiblemente desdibujado y en ocasiones negado. Es la concepción que se refleja en un texto del Perón de los últimos años, donde aparece nuevamente ese antiguo tono magisterial que exhibe -como enseguida se verá- en su "homilia" con motivo de la imposición del pectoral a Nicolás de Carlo:
"La Iglesia argentina, que ha sido testigo de un envilecimiento progresivo sin precedentes y de una pauperización constante de la masa popular, tiene el deber de empeñarse a fondo en la defensa de su pueblo".
Más allá de que la misión de la Iglesia no es establecer la justicia social en el mundo, resulta ilegítima la contraposición entre "fe religiosa" e "Iglesia-institución" como dos realidades disociadas, que está presente en el pensamiento de Perón desde los comienzos de su vida pública. Así, en el año 1948, se identifica como católico, señalando que
"Siempre he deseado inspirarme en las enseñanzas de Cristo. Conviene destacar esa dualidad, porque al igual que no todos los que se llaman demócratas lo son en efecto, no todos los que se llaman católicos se inspiran en las doctrinas cristianas".
Del mismo modo, y ya en su vejez, aparece la consideración despectiva del clero, con el color sarcástico estilo personal:
"Los tres mentirosos más grandes que hay son, como se dice, los curas, las mujeres y las estadísticas".
Nos encontramos ante una ambivalente distinción que en su juego dialéctico prepara la justificación de cualquier posible heterodoxia, al escindir lo católico de lo cristiano. Se trata de un viejo truco que muchas han utilizado a lo largo de la historia para justificar su oposición a la Iglesia Católica. El desglose que presenta como opuestos a los dos términos implica el primer paso de toda actitud cismática y trasunta una inconfesada renuencia a considerar la legitimidad de la estructura eclesiástica, adjudicándole una sospecha intrínseca de corrupción.
Se ha procurado explicar esta visión del líder en la dimensión económica con la que en bastantes casos la jerarquía eclesiástica encaraba su relación con el estado argentino, en virtud del sostén previsto en el artículo segundo de la Constitución Nacional. Esta reiterativa actitud por parte de los obispos en la gestión de ayudas financieras podría haber sido una de las causas que contribuyeron a que Perón formara una imagen francamente deslucida de la jerarquía católica. Por lo que fuere, lo cierto es que, según una opinión bastante difundida, la sensibilidad del dirigente hacia la Santa Sede era marcadamente negativa:
"Y a Perón el Vaticano le inspiraba rencor".
En la perspectiva antiperonista Perón carecía no ya de valores religiosos, sino incluso de sentido moral.
Su vanidad le hacía dificultoso reconocer los límites entre lo lícito y lo ilícito, lo ético y lo inmoral. Carente de escrúpulos, tendía a creer que todo le estaba permitido.
Así lo pondera también un equilibrado juicio histórico:
"La verdad no tiene importancia para él. Ni tampoco la ética".
En la lectura de Perón, el peronismo se presenta como la encarnación verdaderamente auténtica del cristianismo. La referencia es siempre de manera exclusiva a la doctrina cristiana sin que sugestivamente se produzcan vínculos de signo eclesiástico, y cuando se producen se trata de una conexión en algún sentido descalificatoria. El peronismo sería el verdadero cristianismo:
"Prosiguiendo con el análisis de la definición de Justicialismo, debemos señalar que el verdadero cristianismo es una característica esencial del Justicialismo"
Resulta también significativo que el peronismo sea definido por el propio Perón con las mismas palabras con que los teólogos católicos definen a la doctrina social de la iglesia, es decir como
"La aceptación de las consecuencias humanas y sociales del Evangelio de Cristo".