"Sólo un valiente podía escribir en el año 1950: “el contraste entre la concepción cristiana y la peronista acerca del Estado no puede ser más significativa. Porque mientras aquella descansa en la dignidad del hombre singular, ésta se erige en función del hombre masa; la Argentina de ayer tenía las tres lacras del capitalismo, del liberalismo y del laicismo; la de hoy tiene además otras tres que son el colectivismo, el totalitarismo y el fariseísmo”. Y si en plena época de la dictadura de Perón, que en esa época no era el “león herbívoro”, que se proclamó a su retorno, Meinvielle reivindicó la libertad y la dignidad del hombre, en 1956, en medio de la euforia liberal, insistió en la primacía del bien sobre la libertad: el bien que perfecciona al hombre “condiciona no sólo las acciones del obrar individual, sino también del obrar social que constituye el orden jurídico”.
PERONISTAS: NO REINVINDIQUEN MÁS AL PADRE MEINVIELLIE
IX.-
En grandes líneas compartimos lo expresado por Meinvielle. Sin
embargo efectuaremos algunas aclaraciones y puntualizaciones para evitar
malos entendidos.
En primer lugar, ni el Estado ni la Iglesia son unidades sustanciales,
sino todos de orden, a fortiori, menos pueden serlo sus relaciones. Así que en
la Edad Media, en el marco de la Cristiandad, lo habitual era que se vivía la
subordinación de lo temporal a lo espiritual, que expresaba el espíritu de un
tiempo teocéntrico, sintetizado en la frase de San Luis, rey de Francia: “si vivo
haré la voluntad de Dios, si muero, veré a Dios”.
Cuando en el libro citado Meinvielle se refiere al derecho del pueblo a
elegir sus autoridades, señala que el mismo “no le acuerda facultad ninguna
para imponer condiciones a los gobernantes, ni a éstos en creerse en
obligación de cumplirlas, pues una vez elegidos, sólo han de guiarse por las
exigencias del bien común”. Lo último no está mal, pero debemos aclarar que
los gobernantes deben respetar los programas y las promesas electorales21, y
no burlarse de todo ello, como lo hacen habitualmente entre nosotros. Y si
alguna razón concreta de bien común exige cambiar el rumbo, deben dar
claras explicaciones y no acudir a engañosos subterfugios.
En la misma obra utiliza el concepto “Estado autoritario”, que no es
feliz; es preferible el de “Estado fuerte” que también usa Meinvielle, “limitado
por la moral, por los principios del derecho de gentes, por las garantías y
libertades individuales, que son la suprema exigencia de la solidaridad social”.
Tampoco es feliz hablar de “totalitarismo del bien común”, aunque se
apoye en un texto de Pío XI; es más preciso y libre de equívocos destacar el
carácter general de la justicia legal, en virtud de la cual compete a la ley
humana ordenar al bien común político los actos de relevancia pública de
todas las virtudes.
X.-
Aunque a veces, el Padre Meinvielle se equivocara en diagnósticos
políticos particulares, por error en la apreciación de las circunstancias, y por
cierta dosis de ingenuidad, que no le faltaba, esto no obsta que en general
fuera ejemplar su modo de encarar la realidad cotidiana a la luz de los
principios permanentes.
Como hombre, como argentino y como sacerdote, no fue amigo de las
medias tintas, de las ambigüedades, tan frecuentes en nuestros días. Lo que
pensaba, lo decía, con veracidad, valor y firmeza. "Sólo un valiente podía escribir en el año 1950: “el contraste entre la
concepción cristiana y la peronista acerca del Estado no puede ser más
significativa. Porque mientras aquella descansa en la dignidad del hombre singular, ésta se erige en función del hombre masa; la Argentina de ayer tenía
las tres lacras del capitalismo, del liberalismo y del laicismo; la de hoy tiene
además otras tres que son el colectivismo, el totalitarismo y el fariseísmo”.
Y si en plena época de la dictadura de Perón, que en esa época no era
el “león herbívoro”, que se proclamó a su retorno, Meinvielle reivindicó la
libertad y la dignidad del hombre, en 1956, en medio de la euforia liberal,
insistió en la primacía del bien sobre la libertad: el bien que perfecciona al
hombre “condiciona no sólo las acciones del obrar individual, sino también
del obrar social que constituye el orden jurídico”. Contraponer libertad y
orden jurídico sin hacerles depender de una más alta realidad unificadora
que es el bien, “es entregar a las sociedades a un perpetuo oscilar entre el
liberalismo que disocia y subvierte y el despotismo que absorbe y aniquila”.
Como un eco auténtico y fiel del Evangelio, enseña que “mientras sólo
la Verdad hace libres a los pueblos, la ignorancia y la mentira, aunque muy
ilustradas, los convierte en canallas y miserables”. Critica a la Constitución de
1949 por no contemplar suficientemente a la dimensión cultural del hombre:
“al renunciar a la profesión franca de la Verdad y al erigir, al menos en
apariencia, el mito de la libertad como supremo valor humano, la vida
intelectual y cultural pierde su significación primera en la escala de valores. El
‘homo sapiens’ es desplazado por el ‘homo faber’. Y sin embargo, sólo la
sabiduría merece valor sustantivo”.
Preocupado por la anemia de nuestra capacidad vital y el
empobrecimiento en todos los órdenes religioso, cultural, político y
económico, postula un nacionalismo abierto al ideario de la hispanidad y de
la cristiandad, entendiendo que el mismo nos es valioso, “en la medida en que
sabemos incorporarlo a nuestro suelo y sangre”22. Entre el chauvinismo
estúpido y el cipayismo simiesco, defiende el término medio superador
expresado por Antoine de Saint-Exupéry: “Guardad vuestra forma, sed
permanentes como la roda de la proa de la nave y lo que tomáis del exterior,
transmutadlo en vosotros mismos a la manera del cedro”23.
Recuerda que el gobierno es obra de la inteligencia, pues requiere
idoneidad y rectitud, “porque gobernar es poner orden en la complejidad de
las realidades sociales para que haya estabilidad y paz”; secundariamente,
exige cualidades accesorias que aquí, se han transformado en principales:
“viveza, fuerza, habilidad, elocuencia”, y cuyo ejercicio sin mesura alguna,
soportamos los argentinos todos los días.