XI.-
También, se ocupó de las realidades económicas, atacando al
economicismo y a la avaricia, y proponiendo volver al concepto tradicional de
Estado y de economía nacional; ésta debe auto regularse en lo posible, por las
mismas organizaciones patronales y sindicales, reservándose el gobierno la
función de mero pero activo regulador político, de actuación indirecta en lo
económico.
Una economía nacional, “es sólida, fuerte y prospera, cuando consta de
unidades económicas diversificadas en toda su población y cubriendo
armónicamente todas las necesidades materiales de la vida -armonización del
campo y de la ciudad, de la explotación agropecuaria con la industrial, del
comercio interior con el exterior, propiedad productiva repartida- bajo un
poder estatal que se limita a regularlas por las leyes y la justicia”.
Y en el año 1949 le decía al peronismo de entonces algo absolutamente
válido para el cristinismo de 2013: “el gobierno, al mantener una tasa de
cambio que no corresponde a la realidad, no hace sino trabar nuestras
exportaciones: ¿cómo puede el productor tener interés en exportar si, por la
tasa de cambio desfavorable, los precios no compensan los gastos de
producción? Y ¿cómo puede el comprador extranjero tener interés en comprar
y pagar precios que resultan superiores a los precios mundiales? Colóquese la tasa de cambio al precio real… ésta medida sólo afectará a los importadores
que se verán privados del artificial subsidio con que se los beneficia”24.
XII.-
Meinvielle vivió una permanente inquietud por la Argentina del futuro.
Su afán docente, la fundación del Colegio de Estudios Universitarios, de los
Scouts Católicos, del primer centro de la Juventud Obrera Católica, del
Ateneo Popular de Versailles, son pruebas de ello. Y se preguntaba temeroso:
“¿Qué será mañana de nuestra patria, cuando entren en la vida pública
jóvenes sin ninguna formación intelectual y moral y sin otro afán que el de
enriquecerse y divertirse?” ¿No es acaso el retrato de nuestro vicepresidente y
de toda la cáfila de muchachones que han tomado por asalto los cargos
públicos, con el único objetivo de medrar con ellos?
En la cuarta semana nacional de estudios de los asesores de la Juventud
Obrera Católica, el Padre Carlos Mackinnon denunció “que entre nosotros se
han boicoteado los institutos de cultura católica”; y ante esa denuncia
Meinvielle precisó: “la raíz del mal está en que entre los clérigos no se le da
importancia a la cultura. El intelectual es mirado como un tipo raro; por eso
no sólo no se apoyó a los Cursos de Cultura Católica, sino que se contribuyó
a hundirlos”25.
Meinvielle fue siempre un hombre culturalmente relevante. En 1999
Monseñor Antonio Marino, y el hoy nuestro arzobispo Mario Aurelio Poli,
publicaron el Libro del Centenario del Seminario de Villa Devoto y en él
colaboró Monseñor Carmelo Giaquinta para quien irse a Roma en 1949 dice
que le hizo muy bien, porque aquí vivía ahogado, en una Iglesia ahogada…
por el nacionalismo, ya que ese ideología “encerraba a la Iglesia en sí misma,
manteniéndola en permanente posición de defensa y ataque frente al mundo.
Si bien en el nacionalismo católico militaban notables figuras (Castellani y
Meinvielle, a quienes debo tanto) y pregonaban valores fundamentales, tenían una visión miope de la realidad y, sobre todo, de cómo evangelizarla. ¡Qué
liberación cuando llegué a Roma! Y encontrarme con Pío XII”26.
¡Castellani y Meinvielle, dos visiones miopes de la realidad! ¡Pedazo de
infeliz! Es evidente que si pretende contraponer las nobles figuras de Pío XII y
de Meinvielle, ambos hombres cultísimos, quiere decir que no entendió a
ninguno de los dos. Además, ¿quién recordará a este pobre hombre dentro de
cuarenta años? ¿Quién recuerda hoy su aguda mirada que supo tan bien
superar la misión miope de la realidad? ¿Dónde están los frutos de su
evangelización?
Nuestro sacerdote era un patriota y un hombre de bien; por eso,
señalaba que “lo necesario e imperioso es salvar a las generaciones juveniles
argentinas que quieren la enseñanza y el ejemplo de sus hermanos mayores”27.
La enseñanza y el ejemplo son los grandes legados de Meinvielle. Del
gran teólogo y filósofo, cuya ausencia como señaló su discípulo, que
compartió con él la cárcel por defender a los obreros, el Padre Antonio
González, ha dejado un vacío cultural que nadie pudo llenar en Buenos Aires,
ausencia que sentimos hoy en medio de una gran inflación de macaneadores.
Recuerdo cuando estábamos en el Colegio secundario una estupidez que dijo
un sacerdote, un tonto que llegó a obispo, aunque no recuerdo cual fue el error
o la pavada, pues “la esclerosis me protege de la memoria”, como decía el
profesor y muy culto Francisco “Paco” González. Y cuando le pregunté ¿está
seguro de lo que dice? Se lo voy a contar al Padre Meinvielle, en seguida
arrugó. Como señaló Juan Antonio Widow, con referencia a nuestro fundador,
existía “el santo temor de Soaje”, con mayor razón existía, “el santo temor a
Meinvielle”.
Han transcurrido cuarenta años de su muerte y con su memoria estamos
en deuda los argentinos. La Iglesia argentina y la civilidad argentina no le han
rendido el gran homenaje debido a su vida y a su obra. El otro día, al abrir por
casualidad un libro, de la biblioteca que nos legara, leímos en la dedicatoria:
“al Padre Julio Meinvielle, martillo de herejes”. Sí, martillo de Maritain, de Tehilard de Chardin, de Karl Rahner, y aquí agregamos su nombre para no
confundirlo con el gran historiador de la Iglesia, y que creemos fue su
hermano, Hugo Rahner.
A quien “edificó una catedral”, comentario del Cardenal Copello al
conocer la iglesia de Nuestra Señora de la Salud, en el barrio porteño de
Versailles, no se le puede responder con homenajes de capilla. Y menos
sepultarlo en el silencio del olvido. La gratitud, parte potencial de la justicia,
fue incluida por Santo Tomás entre las virtudes de honestidad. Saquen los
máximos responsables y saquemos también nosotros nuestras conclusiones.
Dr. Bernardino MONTEJANO – Instituto de Filosofía Práctica. 21/5/2013.