DESPIERTEN ARGENTINOS: NO ES "BATALLA CULTURAL", ES GUERRA ESPIRITUAL

 


Habla la derechona de la necesidad de librar batalla cultural a la izquierda, y a ello fían la reversión de una sociedad en estado moral catatónico. Cuando se nos dice que la derechona se mueve mejor en las guerras culturales que en el posibilismo pragmático, lo que se quiere es que interioricemos el principio gatopardista de cambiar todo para que nada cambie. Todas las ideologías han sido creadas por el hombre a partir de intereses propios.
 La cuestión de la espiritualidad, especialmente en el campo de la teología moral católica, apenas tiene relevancia en el actual debate sobre las guerras culturales. Lo que se defiende desde partidos como Vox es una moral de la autoridad por encima de una moral de la conciencia.

En ese contexto no es extraño que se hable tanto de ganar batallas culturales mientras se deja en barbecho las espirituales, que son las únicas que pueden agitar las conciencias como el movimiento de las placas tectónicas agita la superficie terrestre devorándolo todo a su paso. Por eso Vox no habla de batallas espirituales y todo lo reduce a la confrontación ideológica, sobre todo porque hablar de batallas espirituales implica creer y tener fe. Fe en Dios y confianza en sus apóstoles. ¿A cuántos dirigentes de Vox conocen ustedes que juiciosamente puedan ser llamados creyentes?

Esa falta de espiritualidad es la que lleva a los dirigentes de Vox, por ejemplo, a protestar contra los bancos o los pasos de cebra decorados con los colores arcoiris, mientras aceptan con la mayor naturalidad que hasta cuatro concejales de este partido estén casados con personas del mismo sexo. Hace unos meses, el presidente de Vox en Sevilla ofició de padrino en el enlace ‘matrimonial’ entre dos mujeres miembros del partido verde. Y a juzgar por las imágenes, no parecía nada incómodo en su papel testifical. Es decir, la moral de la autoridad en la que cree Vox le lleva a entablar batalla contra lo accesorio y no contra lo fundamental. Para los de Abascal, lo determinante no es el orden natural como base de la sociedad, sino la acción propagandística traducida en banderas arcoiris en espacios públicos. Si miles de españoles tuvieran la fe necesaria para entablar batalla espiritual de verdad contra las pandemias ideológicas de uno y otro signo, entonces la entera sociedad española aceptaría que la moralidad de un acto no depende solamente de la intención y consentimiento de los que lo realicen; el acto debe también ser conforme a la ley moral.

Lo que se hace pues no es otra cosa que someter la existencia cristiana a la autoridad, la cual mediante normas regula la vida hasta en sus aspectos más íntimos y trata de esta manera de mantener el poder de control sobre los hombres, que es en el fondo a lo que aspiran todos los partidos.

¿Pueden las batallas ideológicas, presentadas como panacea, evitar que los hijos de Europa crezcan vacíos, sin espiritualidad, sin cultura, sin compromiso patriótico, sin valores trascendentes? No, y por eso son presas fáciles para un sistema depredador y consumista, que ha sustituido la búsqueda del bien común por el utilitarismo en lo económico y la identidad religiosa por una visión hedonista de la existencia humana. .

Hubo un tiempo en que la fe gobernaba y los pueblos se regían según la ley natural. La libertad política es una idea y no un hecho. Se necesita saber aplicar esta idea cuando es necesario atraer las masas a un partido con el cebo de una idea de libertad. Esa idea de libertad al final se convierte en más cadenas y telarañas mentales. El problema se agrava en el sector femenino de la población. Las jóvenes españolas ya no sueñan con ser madres de familia: quieren ser youtubers, actrices, modelos, cantantes, tronistas y viven prisioneras de las modas y tendencias que deciden un puñado de modistos. El éxito hoy no se mide en términos de excelencia académica, sino en el número de amigos en Instagram. España es un país laboratorio de la ingeniería social en Occidente.

En vez de diagnósticos erróneos y falsos, que no harán sino agravar el problema, se echa en falta voces autorizadas que vinculen los síntomas de la juventud española a una sociedad enferma y sin futuro. Mientras los jóvenes del pasado asumían el reto de un futuro preñado de obstáculos y dificultades, hoy constituyen la franja de la población más alicaída y manipulable. La depresión de los adolescentes viene casi siempre de las presiones del entorno. Sus únicos valores vitales son la apariencia. La mayoría de jóvenes, además, crecen en el seno de familias desestructuradas y padres promiscuos, sin arraigo moral, ni emocional. El sistema de represión del pensamiento ya está en vigor a través de las televisiones, que debe transformarlos en ciudadanos dóciles, que no piensen, que necesiten la representación por las imágenes para interpretar el mundo real.

La democracia liberal ha corrompido, embrutecido y prostituido la juventud cristiana por una educación cimentada en principios y teorías falsas y que ha sido inspirada por las élites.

El resultado: un sinfín de jóvenes vencidos, indefensos, con un horizonte mental cada vez más menguado y que serían incapaces de sobrevivir en condiciones adversas.

Muchas de estas patologías sociales eran predecibles a poco que se observase el comportamiento delictivo de nuestros representantes públicos, el escaso nivel formativo de nuestra enseñanza pública y el grado de desistimiento de algunas instituciones estatales. Nadie quiso enterarse y dejamos que los legisladores, con sus normas y sus clanes mafiosos, lo corrompiesen todo a su paso. Los demagogos hablan del servicio al pueblo, de la grandeza de la política al servicio de los desfavorecidos. Mentira, puñado de mentiras. No hay otra alternativa a este desastre que el humanismo capaz de redefinir el valor de un ciudadano más allá de la hora de votar. Este sistema ha producido un número mayor de parias de lo que cualquier sociedad decente sería capaz de tolerar. Dicen que esta democracia es el sistema de los hombres libres, enfermedad que pudiera ser causa del debilitamiento de la voluntad,

El Estado tiene muy limitada la autoridad para hacerles frente. No es una cuestión de autoridad policial y sí de autoridad moral, de no haber atendido a la responsabilidad personal y moral que la libertad implica. Y ya es demasiado tarde.

Miles de jóvenes han perdido el aliento vital de una vida mínimamente aprovechada y en las familias se levanta una inexpugnable barrera de hielo. No hay consuelo político para ellos.

El panorama social de España se está haciendo más y más denigrante. Los parias que ha generado el sistema nos restriegan los errores a la cara. Ningún político, ningún sindicalista, ningún banquero, ningún populista… hacen nada por evitarles tanta penuria física y mental. Nunca en nombre del pueblo se había causado tanto daño. La sensualidad obra de manera demasiado nociva sobre las facultades intelectuales y la clarividencia de las cosas, inclinándose hacia el lado peor y más bestial de la actividad humana.

La idea primordial que debe prevalecer es que no hay solución dentro de este sistema. Tal vez nos estemos dando cuenta ahora de que el libertinaje es incompatible con la plena responsabilidad. Trabajar para incardinar las acciones humanas al orden natural se ha considerado contrario a la corrección política dictada por unos pocos. La efectividad de este sistema tan putrefacto proviene del engaño, la manipulación, la negación del papel supremo de Dios y, consiguientemente, las contradicciones morales, que es en lo que incurre Vox cuando rechaza las banderas arcoiris y bendice al mismo tiempo las bodas gays, que son la principal conquista política del lobby LGTBI.

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