JOPUTACRACIA
(Faro Rojo7 Lomas Cendón)
¿Quiénes son nuestros gobernantes? Monarcas, primeros ministros, presidentes de república. ¡No, no, no! ¿Quiénes nos gobiernan realmente? En esta toma de consciencia de quién está al mando de este tinglado, el ser humano pasa por varios estadios. Se trata de un periplo de desencanto; un proceso de madurez de virgen doncella a vieja alcahueta; el inverso des-pertar de una ilusoria vigilia a la peor de las pesadillas: somos esclavos, ganado, animales es-tabulados. Siempre lo fuimos; y no tenemos ni idea de quiénes dirigen nuestra vida y eligen nuestra muerte. Hasta encarar esta cruda realidad, se transita por cinco etapas aquí detalladas:
ESTADIO 1.- CANDIDEZ DEMOCRÁTICA
La pueril ingenuidad de quien se creyó todo lo que le dijeron en el colegio, en misa y en la tele: los poderes públicos están al servicio del ciudadano; el Estado garantiza nuestros derechos y libertades; los jueces imparten justicia y la policía existe para detener a los malos. No es un sistema perfecto, dicen, pero es el menos malo de los posibles. Trabaja y te premiarán. Esfuérzate y se te compensará. Obedece y nadie te molestará: tendrás empleo, mujer, hijos, fútbol y un mes de vacaciones. Por supuesto, vivimos en una democracia, y a nuestros gobernantes les elegimos como representantes políticos. Nos identificamos en un espectro entre la izquierda y la derecha, conservador o progresista, socialista o liberal. Votamos. Claro que votamos. Y volvemos a votar. Pagamos impuestos para que haya autopistas, escuelas y hospitales. Las fuerzas armadas nos protegen. El Estado nos defiende.
ESTADIO 2.- INCOMPETENCIA POLÍTICA
Cuando se percibe la primera incongruencia sistémica, el ciudadano tiende a pensar que fue él quien no supo elegir de manera correcta. En este estadio, el mal político nunca lo es en una dimensión moral o espiritual, sino técnica o de competencia: no estaba bien preparado, no tenía formación adecuada, no supo gestionar de manera eficiente. Se sigue creyendo en el dogma de la representación política: si alguien no lo hizo bien, dentro de cuatro años votas a otro, y solucionado. Siempre se puede cambiar de ideología, partido, movimiento revolucionario, o en última instancia radicalizar el discurso hacia una extrema la que sea. Si se vive en la injus- ticia e iniquidad, la culpa es de la población, que no escoge bien a sus gobernantes, que no se interesa por lo público, que no tiene cultura política, conciencia de clase o carácter emprendedor. Si en el primer estadio se negaba el mal, en el segundo se le reconoce siempre y cuando se valore como lapsus corregible, error reparable, fallo de excepción. En el más iluso de los casos, se argumenta pretender mejorar el sistema desde dentro del mismo. Antes de entrar en el siguiente estadio, se agota la esperanza de que un nuevo partido, un nuevo movimiento, un nuevo personaje oportunista venga a mejorar las cosas.
ESTADIO 3.- LA EXCUSA DE LA CORRUPCIÓN
Se consuma la calamidad y se da un diagnóstico: la clase política se ha corrompido. No se contempla la posibilidad de que esa podredumbre moral sea precisamente el requisito de ac-ceso a la casta gobernante. La corrupción resulta ser la causa del desastre general, y no el efecto buscado con alevosía. Se dan las explicaciones pertinentes insertadas con calzador en una ya dudosa versión oficial: las crisis económicas son periódicas e inevitables; la deuda pública es un mal necesario; los bancos han sido gestionados de manera irresponsable. A fin de cuentas, los políticos sólo siguen sus ambiciones personales de poder y dinero. Se instala el falaz axioma de que la élite global impone un orden político injusto a la población, para aumentar su riqueza e influencia política. Los ricos roban para ser más ricos; los poderosos matan para ser más poderosos. Se simplifica la cuestión con el mantra todos los políticos son iguales, como si el origen de todas las atrocidades que sufre el ser humano fuera la naturaleza egoísta de sus gobernantes. Si malversan fondos, es para enriquecerse. Si invaden un país, es para apropiarse de sus recursos. Si envenenan a la población a traición con sus medicinas, es para que el lobby farmacéutico facture millones. Si hacen atentados terroristas de falsa bandera, es para iniciar lucrativas guerras. Si se involucran en escándalos sexuales y pederastia, es por su carácter crápula y pervertido. Aun en el infierno en el que el ser humano vive, entre guerras, enfermedades, genocidios, hambrunas y sequías, este todavía no consigue atisbar la raíz de su desgracia: no es que en el orden político existan males, sino que ese mismo orden político se cimienta en el mal mayúsculo, en lo malévolo en sí, en la maldad pura.
Hasta que un día, abres los ojos: la agenda política que se impone es una sofisticada y eficiente maquinaria de tortura sobre los seres humanos. No era ni tu voto, ni tu dinero, ni tu poder lo que buscaban obtener, robarte, arrebatarte. Buscan tu sufrimiento. Te gobiernan para hacerte sufrir más y más, de forma neta, optimizada, maximizada, despiadada. Ese es el objetivo del Nuevo Orden Mundial: tu dolor, tu miseria, tu sufrimiento, elevado a cotas que ninguno de los nuestros puede concebir.
ESTADIO 4.- LA CAÍDA DE LAS MÁSCARAS
¿Cuándo nos dimos cuenta? Pues varía de sujeto a sujeto: unos nacen ya conscientes, y otros lo hacen solo justo antes de morir. Pero muchos de ellos se percataron de que las cosas no funcionan como deberían en el año 2020. ¿Qué ocurrió aquel año? Pues que a los que en verdad gobiernan se les vio el plumero. Tuvieron que ejecutar el encierro domiciliario de toda la población, de manera ilegal, y de espalda a las cartas de libertades constitucionales de las naciones. Y no ocurrió nada: ningún juez hizo justicia. Impusieron delirantes e ineficaces medidas sanitarias a millones de seres humanos con devastadoras consecuencias para su salud y economía. Y no ocurrió nada: no hubo responsables. Obligaron a protocolos médicos asesinos con los que murieron miles de personas en hospitales y residencias. Y no ocurrió nada: nadie pagó por ello. Se enloqueció a la población con una propaganda esquizofrénica de nuevos virus y sus variantes, mascarillas y sus obligaciones, expertos y sus malditos estudios científi-cos contradictorios. Y no ocurrió nada: ningún político rectificó, ningún periodista retiró lo dicho, ningún médico se disculpó por lo hecho. Finalmente se dictó una criminal y fraudulenta campaña de ponzoña con la que se condenó a las naciones a un continuo exceso de mor-talidad, una explosión de enfermedades neuro cardiovasculares, una masacre por goteo. Y no ocurrió nada: nadie detuvo tal monstruosidad ni aun dejando constatación del envenenamiento masivo de toda la población con derivados de un material tóxico utilizado en nanotecnología. A partir de 2020 todo cambió: la agenda se aceleró; el horror se intensificó; se cayeron las máscaras. ¿Y cómo es el rostro de quienes perpetran todo esto?
Resulta obvio verificar que nuestros reales gobernantes no comparten interés con el ser humano que somos. A nadie que conozcamos les gusta verse envuelto en guerras, bombardeos, tiranías, censuras, represiones, epidemias, persecuciones, masacre; y, sin embargo, a todo eso en exceso nos conducen sus políticas, con regular frecuencia e intensidad in crescendo. Quienes nos gobiernan tienen otro interés, no sólo diferente sino contrario al nuestro. Nuestro mal les favorece. Nuestra desgracia les congratula. Nuestro sufrimiento les motiva hasta el punto de parecer alimentarse de él. Promueven todo aquello que nos hace sentir mal: formas de arte aberrante, culto a lo feo, exaltación del bajo sentimiento, tráfico de drogas adictivas, perversiones sexuales contra niños, odio entre sexos, desunión familiar, conflicto entre naciones, mentiras y engaños periodísticos, enfermedades crónicas, abortos, locura, suicidio, ruido en las ciudades, infertilidad en el campo, terror en las calles, incomunicación en las casas, ali-mentación asquerosa, aire irrespirable, clima extremo, censura al discrepante, marginación al divergente, exterminio del que piensa diferente. Todo sin excepción dentro de la política im-puesta de manera global desde 2020, conduce a sentirse infeliz y miserable. Respondiendo a este sencillo y espontáneo interrogante se entra al estadio final: ¿Quién es capaz de todo esto?
ESTADIO 5.- NOS GOBIERNAN NUESTROS PEORES ENEMIGOS
¿Quiénes son capaces de todo esto? Quienes necesiten de nuestro mal para su supervivencia. ¿Y quiénes necesitarían tal cosa? Pues seres con una naturaleza diferente a la humana. ¿Y qué naturaleza sería esa? La que dependiera de permanecer ocultos a nuestros ojos, como un depredador que se esconde de la presa, como un parásito que se mimetiza en su huésped, como un zorro que no se deja ver antes de entrar al gallinero.
No podemos entender su extrema crueldad, pero sí podemos evaluar su grado tras observar sus actos. ¿Cómo de sádicos pueden llegar a ser? Matan millones y responsabilizan de las muertes a los propios muertos. Mienten en ráfaga para, acto seguido, llaman mentiroso al que dice la verdad. Difaman, calumnian, aíslan a todo aquel que se les opone. Torturan en masa para después, con desfachatez, alegar hacerlo por el bien del torturado. Intoxican con falsas me-dicinas en las que reside la causa de la enfermedad que dicen curar. Ejecutan una sofisticada demolición de tres rascacielos matando miles, y culpan de ello a una patética cuadrilla de moros. Vuelan cuatro trenes de manera simultánea segando la vida de inocentes, y condenan a un tendero a miles de años de prisión por ello. Sufragan actos terroristas, atrocidades paramilitares, horrendas revoluciones, y después te denuncian a ti por discurso de odio. Modifican el clima a su interés, provocando sequías, propagando incendios; para luego prohibirte emitir más gases bajo sanción. Siembran las ciudades de antenas de telecomunicaciones que dañan todos los tejidos de nuestro cuerpo, y después con sorna te aseguran que son inocuas. Te dicen que protegen el medioambiente impidiéndote criar pollos o vacas, y después te hacen comer grillos y escarabajos por el bien del planeta. Hibridan tu biología con tecnología que nadie ha demandado, con vistas al engendro que justifica su agenda transhumanista. Manipulan la historia, la arqueología, la ciencia. Te amenazan constantemente con meteoritos, pande-mias, crisis climáticas. Escenifican ridículas carreras espaciales que requieren presupuestos anuales astronómicos, y luego te dicen que en 2023 no se puede regresar a la luna. Montan guerras mundiales, conflictos religiosos, crisis financieras. Te seducen con fantoches de ventrílocuo que te presentan como candidatos políticos. Te enloquecen con una televisión de propaganda, violencia, cotilleos, y reality shows cada vez más deleznables. Te lavan el cerebro con cine, series, deporte, música pop, pornografía. Te sobornan con su estatus social de mierda, su éxito de pacotilla, su dinerucho manchado de sangre, para que desoigas estas pala-bras, desdeñes la verdad que eres, se pudra tu corazón, y sigas con tu miserable vida, cabiz-bajo, cínico, cobarde.
¿Acaso puedo ser más claro? Nos gobiernan nuestros peores enemigos. Son implacables, responden solo a sus propios intereses, y no van a mostrar ninguna compasión por nosotros. Al contrario: cuanto más nos hagan sufrir, cuanto más ignorantes permanezcamos, cuanto más inconscientes seamos de su existencia, más se regodearán en nuestra tortura y miseria. Si crees que ahora estás en paz, te engañas: es sólo una falsa tregua para volver a envestir enseguida con más fuerza. Si crees que lo peor ya ha pasado, te equivocas: volverán con otro ataque, más virulento si cabe, cuanto menos te lo esperes. Si crees que esos seres no están aquí entre nosotros, no puedes estar más errado: nunca se fueron, siempre estuvieron aquí, no vinieron de ningún lejano lugar. Y no descansarán hasta doblegarnos en cuerpo y alma. De que seas consciente de ello, depende la única, última y remota oportunidad que tenemos de librarnos de ellos. Si no la aprovechamos, ya estamos condenados.
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