'Cuando algunos hombres fallan en obtener lo que desean, exclaman con enojo: "¡Que todo el mundo arda!"
Este odioso sentimiento es la cúspide de la envidia, y concluyen: ¡Porque no puedo tenerlo, nadie podrá tener nada! ¡Nadie podrá ser nada!'
Friedrich Nietzsche, Aurora.
Si cuando esa noche el presidente, al anunciar que el país estaba en guerra contra "un enemigo poderoso e implacable", lo hizo con una expresión que no revelaba la asombrada ira con que Roosevelt le comunicó a América que habían sido atacados a traición por los japoneses en Pearl Harbor, tal vez haya sido porque para Piñera, al contrario de Roosevelt, el ataque no constituyó ninguna sorpresa. Es verdad que existen teorías conspirativas: muchas afirman que Roosevelt sabía del ataque pero dejó se consumara para sacar al país del sentimiento anti belicista que estaba impidiendo al gobierno entrar en guerra contra el Eje y el expansionismo japonés, pero si ese fue el caso, Roose
consumado político y por lo mismo consumado actor, logró estampar en su rostro la debida expresión de dolor y rabia de quien recibe una puñalada por la espalda.
Piñera no. Piñera no reveló nada de eso, como sí sucedió con su ministro de defensa, cuyo rostro mostraba a las claras la desazón y conmoción de su espíritu. En Piñera no hubo ni el más mínimo gesto o rictus en armonía con la enormidad de lo que estaba comunicando. Fue la suya la expresión seria pero no desencajada del médico comunicando a los familiares del paciente que "su caso es terminal y hay que prepararse para lo peor".
¿Sabía, entonces, lo que se venía?
De acuerdo a una fuente de la Policía de Investigaciones, PDI, Piñera sí lo sabía. Piñera habría sido informado con mucha anticipación -¿semanas, meses?- de que algo grande se preparaba. Los indicios, se nos dijo, eran abundantes. Provenían de las diligencias investigativas de la propia PDI, de organismos de inteligencia de otras instituciones de la república y también de agencias de inteligencia de naciones amigas. Habían muchas señales: el tráfico celebrado en internet por grupos extremistas y anarquistas, los movimientos dentro y fuera de Chile de ciertas "personas de interés", las reuniones sostenidas diariamente y a lo largo de varias semanas por dirigentes políticos chilenos de primer nivel -de partidos y movimientos de izquierda- con subalternos de jefatura local, los agentes venezolanos y cubanos que se había infiltrado en medio de la masa de inmigrantes, lo que se había debatido en el Foro de Sao Paulo, los contactos de políticos chilenos de izquierda con el gobierno de Maduro, numerosas transferencias de dinero, los viajes de activistas de la CAM desde su región a Santiago, lo delatado por informantes y otros cien indicios más daban sobrada cuenta de que se preparaba una embestida política de magnitud tal que requeriría, para sus impulsores y promotores, hacer uso de todos sus medios y en todos los niveles: coordinar con sus socios y ayudistas en la industria de las comunicaciones, concertar con dirigentes políticos activos en el corazón de las instituciones, organizar las protestas callejeras "del pueblo", decidir cómo, dónde y cuándo ejercer violencia sistemática y masiva, de qué manera convocar actos de masas al menos día por medio, difundir fake news, etc.; tenía que hacerse uso de cada recurso disponible para desquiciar la vida normal del país.
Piñera entonces sabía, pero, ¿qué es "saber"? Recibir información cuyo contenido sobrepasa todas las varas de medidas con que evaluamos la vida cotidiana no puede constituir un saber. El "saber" es un bien que se posee con seguro reposo, reflejo mental de lo que hemos experimentado muchas veces; supone estabilidad, quizás también seguridad. Inspira tranquilidad. Es menos una hipótesis o teoría provisoria que un conocimiento indudable atesorado ojalá para siempre. Por eso lo inesperado, más aun si es amenazante, sencillamente no se quiere aceptar porque atenta contra ese capital de conocimiento. Se niega haber algo más por saberse. Todo lo que se aleje de lo habitual es potencialmente peligroso y ante eso la primera reacción es negar su existencia.
Es, además, cómodo; rechazar la noticia de haber novedades es rechazar hacerse un esfuerzo para enfrentarlas. La noticia alarmante, inesperada, es negada de plano o considerada una exageración. No había entonces un saber, sino un descreer...
Este es el momento en que nos topamos con opciones conflictivas o hasta contradictorias. Son las siguientes: Piñera fue informado, pero por obra del mecanismo ya visto no quiso dar crédito, o Piñera le dio crédito a la información pero no vio manera de hacer frente a la amenaza. También podría ser posible que dicha información nunca existió y la "fuente de la PDI" es un impostor, o la fuente era genuina pero entregó fake news al autor de este libro.
¿Cómo verificar cuál es la opción correcta?
No es tan arduo si se considera que existen hechos y circunstancias capaces de avalar algunas alternativas y rechazar otras de plano. Uno de estos hechos es la evidencia innegable de que las operaciones de destrucción masiva de instalaciones públicas y privadas fueron notoria y obviamente llevadas a cabo por grupos preparados para hacerlo y no por ciudadanos muy molestos que por pura coincidencia salieron en el mismo momento a acometer los mismos actos. Un ingeniero que estudió los requerimientos de las operaciones in- cendiarias que se celebraron la primera, segunda y tercera noche llegó a las siguientes conclusiones:
"Puesto que se incendiaron más de 1000 lugares, incluyendo 71 estaciones de metro y más de 300 supermercados, eso significa que se quemaron más de 300 lugares al día. Considérese que un incendio requiere 2 horas de preparación en promedio. Los de estaciones de metro requieren aún más tiempo pues incendiar lugares confinados de puro concreto no es nada de fácil. Incendiar una estación de metro debiera necesitar por lo menos unos 500 litros de acelerante. En bidones de 15 litros, eso equivale a 33 bidones, metros de mecha y material combustible. Esos 33 bidones de acelerante, la mecha y el material debe trasladarse al lugar de los he- chos, lo cual necesita de varias camionetas o un camión tipo mudanza por cada estación. A 2 horas promedio de preparación, significa que cada cuadrilla de incendios podía generar 7 incendios por día (sin contar traslados), considerando una eficiencia de 60% del trabajo. Si en 3 días cada cuadrilla podía generar 21 incendios, esto implica que para generar 1.000 incendios se requieren 47 cuadrillas trabajando simultáneamente, de unas 6 o 7 personas cada una. Si suponemos que una estación de metro es lo más difícil de incendiar, requiriendo unos 500 litros de acelerante, mientras que el incendio más fácil necesita 50 litros, tenemos entonces que para el total de incendios se usaron unos 150.000 litros de acelerante, lo que implica un costo de 105 millones de pesos. Si se le agrega el resto de los materiales, el costo asciende a los 200 millones. Y si se le paga 100 mil pesos diarios a cada persona de la cuadrilla, considerando el tremendo riesgo y un trabajo de 24 horas, hay 84 millones adicionales en sueldos. Tenemos entonces 47 cuadrillas simultáneas trabajando 24 horas al día, 150.000 litros de acelerante y un costo total del proyecto de incendios de 284 millones..."
Cada una de esas cifras puede ser discutida. Se puede argüir que no se necesitan tantos litros de acelerante o tantas cuadrillas o que no se le pagó nada a sus integrantes porque lo hicieron por vocación, militancia y hasta idealismo, pero lo indiscutible es que los incendios fueron simultáneos y por lo tanto coordinados y realizados por cuadrillas dotadas de medios. En efecto, considérese además que para iniciarlos y propagarlos con tal velocidad e intensidad se debieron por necesidad usar acelerantes y estos no llueven del cielo, sino deben fabricarse o comprarse y distribuirse. Por consiguiente la evidencia física respecto a la iniciación de esos incendios señala inequívocamente una acción organizada. Más aún, una acción de dicha magnitud no puede prepararse en un día sino como mínimo a lo largo de semanas y posiblemente meses, lo cual a su vez supone planificación, gente coordinándose, adquiriendo materiales, etc., todo lo cual deja huellas más que suficientes para hacer posible a cualquier organización de inteligencia siquiera medianamente eficaz el poder recibir información e interpretar su obvio significado. Y si esa información y su interpretación existieron, como inexorablemente lo impone la lógica de los hechos, puede inferirse que llegó a manos del presidente.
¿Por qué, entonces, Piñera no actuó a tiempo para abortar lo que sería una ofensiva insurreccional en gran escala y que él mismo, tácitamente, reconoció que existía al mentar esas fuerzas deseosas de destruir el país?
Tal vez en el momento que se le informó no quiso creerlo o tal vez le pareció que como mínimo se estaba exagerando la magnitud del peligro, pero también hay la posibilidad de que no le pareció posible enfrentar dicha amenaza y sólo restaba rogarle al Altísimo que fuera una falsa alarma. Del porqué pudo no parecerle posible enfrentar la amenaza de la que se le ponía en conocimiento lo examinaremos más adelante; por ahora veremos la naturaleza de quienes participaron en esos incendios: las "milicias de octubre".
Con esa expresión afirmamos que quienes han estado y siguen estando implicados en los hechos de violencia desde octubre de 2019 hasta marzo de 2020, pero alistándose también para otras en los próximos meses, no son miembros ocasionales y a sueldo reclutados para formar una cuadrilla de incendiarios, mucho menos ciudadanos comunes y corrientes protestando con violencia, sino reclutas de una o varias organizaciones políticas y/o ideológicas dotadas de un aparato capaz y a cargo de operaciones múltiples, algunas de las cuales se remontan desde hace al menos una década.