"INSURRECCIÓN EN CHILE 2019": LAS MILICIAS DE OCTUBRE (Parte 3)


Estas operaciones van desde el simple empapelamiento de la ciudad con consignas políticas -lo que tradicionalmente hacía la brigada Ramona Parra, el adoctrinamiento de niños y jóvenes al alcance de la presencia e influjo de profesores de la organización, la creación y administración de sitios web, el hackeo de entidades y/o personas consideradas como enemigos, la participación sistemática y disciplinada en manifestaciones o marchas que permitan hacer sentir presencia y eventualmente enfrentar la fuerza pública e incluso el reclutamiento de niños especialmente violentos para hacer las veces de combatientes al final de esas marchas; además los miembros de este "brazo combativo" han recibido algún grado de preparación para eventos de mayor envergadura en los que pueda hacerse uso de fuerza letal. La CAM, cuyo caudillo el señor Llaitul, amenaza ya al país -fines de junio de 2020- con hacerle la guerra, no es sino un caso extremo.



De estas milicias no hay una sino varias. Tienen mayor o menor número de integrantes, tienen más o menos determinación y organización, no apuntan necesariamente a los mismos propósitos, los alimentan distintas ideologías y no todas son recientes, pero comparten un enorme desprecio y rencor por el sistema social y cultural prevaleciente, por el "modelo", la "sociedad capitalista", el "estado burgués". Algunas, como el MIR, se remontan a los años previos a Salvador Allende o derivan de organizaciones hoy difuntas de esa época; otras tuvieron su nacimiento, como el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, en los años de Pinochet; las hay de quita-y-pon de acuerdo a qué "condiciones objetivas" considere el Partido Comunista que prevalecen en el país y que las harían necesarias o innecesarias; otras tienen inspiración anarquista y hay organizaciones como la CAM cuyo ideario y agenda se asocia con causas étnicas. Junto a las públicamente conocidas -la CAM es el ejemplo más obvio- hay otras de las cuales el ciudadano común ni siquiera sabe de su existencia.


Así como estas distintas organizaciones comparten, pese a sus diferencias, un irrenunciable desprecio por el sistema imperante, así también sus militantes o milicianos, cualesquiera sean sus peculiaridades doctrinarias, de género, de proveniencia social, de edad, etc., manifiestan similar contextura mental. Es la propia de esa particular categoría de temperamentos cuyas expresiones más tenues son la simple e intermitente rabiosidad de palabra y gestos contra el sistema, mientras las más extremas llevan al atentado terrorista. 

Todo los miembros de esta categoría manifiestan en diversos grados estructuras psíquicas basadas en el rencor. 

Este es difuso aunque ya lacerante en tiempos normales, pero se convierte en furioso odio en "momentos especiales". 

La mayoría son criaturas incapaces de adaptarse a la sociedad e incluso a sus medios sociales particulares. Son vástagos de familias disfuncionales y/o de bajo nivel social, a menudo herederos de historias paternas o maternas marcadas por el fracaso y el desvalimiento, a veces también de la tragedia, han sido víctimas de desprecios o desdenes, protagonistas de carreras profesionales interrumpidas, obstaculizadas o de poca valía y reconocimiento social, personas henchidas de resentimiento por la perenne sensación de que su valía no es reconocida adecuadamente. Es en respuesta a esa sociedad a la que sienten hostil, pero además como medio para sanar o anestesiar sus adoloridos egos, que terminan deseando demolerlo todo.

Es una aspiración empaquetada y legitimada con un repertorio de clichés ideológicos extraídos de doctrinas revolucionarias a menudo obsoletas. El motor de sus almas, entonces, lo que motiva casi todos sus actos, es la sed de venganza, la cual hacen presentable con un emplasto de humanitarios y benévolos ideales. Esto último redirige su afin de venganza desde blancos humanos específicos hacia enteras categorías sociales. A estas, en su fantasía, aplastan y exterminan en el Día del Juicio Final.

Del resentido común y corriente, del simple ciudadano rezongón que patea al perro y golpea a sus hijos a falta de cosa mejor, el miliciano y/o activista se diferencia porque sus impulsos destructivos, aunque mucho mayores, están bajo el relativo control prestado por su militancia e ideología; con el auxilio de esas disciplinas es capaz de convertir su ira en odio frío, calculado y calculable, programado y programable para el momento de la revolución, para la semana del motín, la rebelión, la "explosión social".

En todas partes existen numerosos contingentes de personas así, por lo cual, también en todas partes, han existido aunque sea fugazmente agrupaciones político-militares marginales, ilegales y clandestinas profesando objetivos utópicos, bombásticos o sencillamente delirantes. Reclutan en sus filas a jovencitos desorientados, a perdedores de toda edad e índole y a resentidos de infinitas variedades. En tiempos normales dichos grupos aparecen sólo muy de tanto en tanto, tienen poca o ninguna capacidad para dañar y son más bien objeto de desprecio y/o lástima, pero en tiempos revueltos se hacen más numerosos y pueden ser muy peligrosos. Se les ve aun en sociedades desarrolladas y ricas como Estados Unidos, donde según el momento y la ocasión toman la forma de supremacistas blancos, Ku Klux Klan, combatientes contra el sistema federal y sus reglas e impuestos, Antifa, etc. Últimamente en los Estados Unidos dichas agrupaciones más o menos marginales asumieron la causa del Black Lives Matter y han emprendido acciones de vandalismo, apropiación de espacios públicos, incendios, ataque a personas, saqueos, destrucción de monumentos y agresiones de toda clase contra el conjunto de la institucionalidad de esa nación. Volveremos a eso más adelante.

En tiempos normales, en cambio, estos grupos anti sistémicos no hacen mucho más que rumiar sus odios en reuniones secretas. A veces se someten a un entrenamiento paramilitar en campamentos ad hoc. En Estados Unidos, donde hay no pocos grupos de esa clase al punto de convertirse a menudo en tema de películas, sus miembros suelen rendir un culto aún mayor a las armas de lo que es habitual en ese país, veneran la bandera y otros signos patrios y tienen como referentes a héroes de no mayor densidad espiritual que Rambo. Reuniéndose en bosques o serranías, se visten como cazadores de leones o Marines en acto de servicio y afinan la puntería disparándole a botellas de whisky vacías. Entrenando de ese modo todos los fines de semana esperan el día apocalíptico en que su nación se derrumbará y entonces saldrán a descubierto a implantar un indefinido nuevo orden social basado en los balazos, el racismo, la cultura de la "identidad étnica" o cualquiera otra fantasía similar. Los grupos de izquierda, por su parte, instalan campamentos virtuales en campus universitarios y ejercen matonaje académico a base del actual discurso politicamente correcto.

Grupos más o menos de ese cariz, paramilitares o con pretensiones de llegar a serlo, aparecieron por primera vez en Chile en los años treinta, cuando el nazismo ya se había establecido en Alemania y parte de la juventud chilena lo consideraba un fenómeno atractivo. Los miembros del movimiento nazi chile- no alentaron vagos planes para promover o intentar un putsed, se contactaron con algunos oficiales descontentos-sobraban en esos años y coquetearon con grupos de derecha con tufo a dueños de fundo y caciquismo rural, pero a fin de cuentas nunca llegaron a constituir una amenaza seria, creíble, pues su membrecia jóvenes de la alta y pequeña burguesía, no estaban constituidos para un acción política que fuera más allá de entonar canciones alemanas a la hora de los postres, proferir bravatas de bar, participar en desfiles y hacer ondear banderas con la cruz gamada. Aun así a un par de docenas de ellos se les exterminó en la lla- mada "matanza del seguro obrero".