Durante el conflicto (con la Iglesia), un grupo de mujeres peronistas fundó una Congregación de Nuestra Señora Eva Duarte de Perón y se revistieron con túnicas similares a los hábitos de las religiosas. Según algunas versiones de época, incluso un busto de Evita comenzó a causar curaciones milagrosas. Desde siempre el poder ha revestido una significación sacral. Aún después del dualismo cristiano, los obispos durante mucho tiempo ejercieron funciones espirituales y temporales, por un principio de suplencia al desaparecer la autoridad civil, y también el poder político desempeñó por su parte funciones temporales y espirituales, incluso con un fundamento teológico. Esta cualidad es recordada con fuertes acentos críticos:
A su compañera de empresa se le atribuyeron asimismo virtudes de "mano santa" que curaba la miseria posándola sobre los pobres; ¡tal como los reyes de Inglaterra curaban la tiña tocando la cabeza de los niños enfermos! La verdad es que cuando ellos llegaron había en el país muchos tiñosos.
Algunos estudios han profundizado en un supuesto poder curativo o sanador vinculado a la institución monárquica: la curación de las escrófulas, una enfermedad consistente en la inflamación de los ganglios linfáticos debida a los bacilos de la tuberculosis. El trabajo de Evita en la fundación por ella creada, donde mantenía un contacto físico y directo con el pueblo, está vinculado, por su estilo de entrega irrestricta, a la imagen martirial con que sus seguidores la han entronizado en el imaginario popular.
"Esta gran samaritana del cuerpo místico de Cristo, como era de prever, caía herida en el ejercicio heroico de la caridad. Por eso, en su postración de enferma, la vemos auroleada con claros destellos de martirio".
La significación redentora de Evita está asociada a la mitología de la sanación real, por la cual, como en el pasado sucedió con los reyes taumaturgos, ella practica supuestas curaciones a sus súbditos. Ese clima de sacrificios, redención, dolor y misticismo se refleja de manera constante en una enorme cantidad de anécdotas, entre las cuales quizá la más conocida sea la del beso a una mujer enferma, escena de incuestionables resonancias evangélicas. El hecho sería presenciado por José María Castiñeira de Dios, quien lo relata de la siguiente manera:
Había en esa habitación seres humanos en ropas sucias y que olían mal. Evita ponía sus dedos sobre sus llagas abiertas, porque ella era capaz de ver el sufrimiento de toda esa gente y de sentirlo ella misma. Ella podía tocar las cosas más terrible con una actitud cristiana que me sorprendía, besando y dejándose besar. Había una muchacha cuyo labio estaba medio comido por la sífilis, y cuando yo vi que estaba por besarla, traté de detenerla. Ella me dijo, ¿Usted sabe lo que significa que yo la bese?.
En todas estas historias Eva aparece rodeada de un aura semirreligiosa. Ella puede tocar y besar a gente con enfermedades ostensiblemente contagiosas, rehusando tomar las más elementales precauciones higiénicas. Esta actitud guarda coherencia con su imagen de santa. Después de todo, Eva jamás se contagió con ninguna de esas enfermedades. Su carisma estaba basado en parte en estas cualidades casi supranaturales de las que supuestamente gozaba.
Rodeada por miles y miles de personas, caminaba entre ellas casi como un ser incorpóreo, una futura santa o una hermosa emanación del espíritu, un ser asexuado y sereno o una mujer llamada al servicio y a poner en práctica visiones que jamás fueron advertidas por nadie.
Una función intercesora adecuada a su ya recordado -y clásico- título de "Jefa Espiritual de la Nación" que le acordara el Congreso a iniciativa de Héctor Cámpora, identifica su impronta material. También Evita participaba de ese mismo mesianismo que encarnaba su marido. El título concedido no era, con todo, una mera obsecuencia: Evita era real y verdaderamente una guía espiritual para una multitud de personas. Bastantes años después de su muerte, una enfermera que trabajó a su lado emplea un concepto religioso para referirse a ese liderazgo espiritual que cambia -como en la conversión religiosa- la vida de las personas:
A mí me tomó de la mano y me sumergió en su evangelio: aquí estoy, todavía siguiendo sus pasos.
Del mismo modo, el senador Justiniano de la Zerda invoca una virtud de sanación -que recuerda a la de los reyes taumaturgos- emanada de la figura de Evita. En una sesión de homenaje de la Cámara, el senador se disculpa al comenzar su discurso por su salud quebrantada, pero al mismo tiempo expresa:
"Me siento amparado por la infinita bondad de Eva Perón, que me ayuda a superar el obstáculo que inhibe mi voz, y por el ejemplo de su pujante vitalidad que a todos nos impulsa y tiene el don de liberarnos de prejuicios y temores".
"Esta gran samaritana del cuerpo místico de Cristo, como era de prever, caía herida en el ejercicio heroico de la caridad. Por eso, en su postración de enferma, la vemos auroleada con claros destellos de martirio".
La significación redentora de Evita está asociada a la mitología de la sanación real, por la cual, como en el pasado sucedió con los reyes taumaturgos, ella practica supuestas curaciones a sus súbditos. Ese clima de sacrificios, redención, dolor y misticismo se refleja de manera constante en una enorme cantidad de anécdotas, entre las cuales quizá la más conocida sea la del beso a una mujer enferma, escena de incuestionables resonancias evangélicas. El hecho sería presenciado por José María Castiñeira de Dios, quien lo relata de la siguiente manera:
Había en esa habitación seres humanos en ropas sucias y que olían mal. Evita ponía sus dedos sobre sus llagas abiertas, porque ella era capaz de ver el sufrimiento de toda esa gente y de sentirlo ella misma. Ella podía tocar las cosas más terrible con una actitud cristiana que me sorprendía, besando y dejándose besar. Había una muchacha cuyo labio estaba medio comido por la sífilis, y cuando yo vi que estaba por besarla, traté de detenerla. Ella me dijo, ¿Usted sabe lo que significa que yo la bese?.
En todas estas historias Eva aparece rodeada de un aura semirreligiosa. Ella puede tocar y besar a gente con enfermedades ostensiblemente contagiosas, rehusando tomar las más elementales precauciones higiénicas. Esta actitud guarda coherencia con su imagen de santa. Después de todo, Eva jamás se contagió con ninguna de esas enfermedades. Su carisma estaba basado en parte en estas cualidades casi supranaturales de las que supuestamente gozaba.
Rodeada por miles y miles de personas, caminaba entre ellas casi como un ser incorpóreo, una futura santa o una hermosa emanación del espíritu, un ser asexuado y sereno o una mujer llamada al servicio y a poner en práctica visiones que jamás fueron advertidas por nadie.
Una función intercesora adecuada a su ya recordado -y clásico- título de "Jefa Espiritual de la Nación" que le acordara el Congreso a iniciativa de Héctor Cámpora, identifica su impronta material. También Evita participaba de ese mismo mesianismo que encarnaba su marido. El título concedido no era, con todo, una mera obsecuencia: Evita era real y verdaderamente una guía espiritual para una multitud de personas. Bastantes años después de su muerte, una enfermera que trabajó a su lado emplea un concepto religioso para referirse a ese liderazgo espiritual que cambia -como en la conversión religiosa- la vida de las personas:
A mí me tomó de la mano y me sumergió en su evangelio: aquí estoy, todavía siguiendo sus pasos.
Del mismo modo, el senador Justiniano de la Zerda invoca una virtud de sanación -que recuerda a la de los reyes taumaturgos- emanada de la figura de Evita. En una sesión de homenaje de la Cámara, el senador se disculpa al comenzar su discurso por su salud quebrantada, pero al mismo tiempo expresa:
"Me siento amparado por la infinita bondad de Eva Perón, que me ayuda a superar el obstáculo que inhibe mi voz, y por el ejemplo de su pujante vitalidad que a todos nos impulsa y tiene el don de liberarnos de prejuicios y temores".