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"INSURRECCIÓN EN CHILE 2019": ESCENAS INAUGURALES ( Parte 1)

LA VERDAD SOBRE LOS VIOLENTOS HECHOS OCURRIDOS EN CHILE EN 2019 QUE LOS MEDIOS MASIVOS DE COMUNICACIÓN TE OCULTARON

CAPÍTULO 1: ESCENAS INAUGURALES

EL 21 de octubre del año 2019, tarde en la noche, en televisión, millones de chilenos contemplaron la siguiente y algo surrealista escena: con un alto oficial de ejército a su izquierda, el ministro de defensa Alberto Espina a su derecha y una variada cartografía desplegada en atriles y en un muro como si se encontrara en la sala de mapas de un comando de operaciones militares, el presidente de Chile, Sebastián Piñera Echenique, le comunicó al país que estaba en guerra.

"Estamos en guerra", dijo, "contra un enemigo poderoso, implacable, que no respeta a nada ni nadie y está dispuesto a usar la violencia sin ningún límite incluso cuando significa pérdidas de vidas humanas, dispuesto a quemar nuestros hospitales, nuestras estaciones del metro y nuestros supermercados con el único propósito de producir el mayor daño posible... ellos están en guerra contra todos los chilenos..."

Lo aseveró no sólo con mucho retraso luego ya de dos jornadas de visible y brutal violencia en las calles e invisible presencia suya en La Moneda, sino además, su expresión y sus gestos no fueron diferentes a los habituales cuando se dirige a la nación, enfáticos pero -se adivina- algo artificiosos. Su presentación no estuvo en armonía con el contenido de lo aseverado. Semejó un actor aficionado recitando el más dramático parlamento de Macbeth -"La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia y que no tiene ningún sentido"- con el tono monocorde e insípido de la impericia o el pánico escénico. No parecía creer lo que estaba diciendo. O era entonces el Piñera de siempre, actuando su rol como presidente en su estilo habitual, o la incongruencia entre dicho estilo y la situación provenía de la misma catatónica incredulidad con que la ciudadanía veía, ya por 48 horas, lo salvaje, destructivo, masivo e inesperado de los eventos que se estaban desencadenando. Si acaso la población, atónita, no podía dar crédito a lo que sucedía, tampoco podía él. Esa incredulidad quizás estaba ya presente el día anterior, cuando se lo vio con su familia en una confitería de la ciudad. La demora de 48 horas para explicar qué estaba pasando y qué se iba a hacer permitió comprender el porqué de la carencia o insuficiencia de la fuerza pública para contener a los incendiarios y saqueadores; todo había sido tan inesperado, insólito e increíble como una invasión hostil desde el espacio exterior. Fue entonces, con varias ciudades de Chile literalmente en llamas, turbas saqueando supermercados y el espacio público enteramente en manos de aquellas, cuando muchos ciudadanos se hicieron la convicción de que los militares tendrían que salir a las calles.
En otros chilenos no hubo tal sentimiento.

La advertencia presidencial de estar el país bajo ataque les pareció ridícula. No examinaron su posible verosimilitud, sino simplemente no creyeron o no quisieron creer que hubiera un "enemigo poderoso" decidido a usar violencia sin límites contra Chile. En El Mercurio, el diario presuntamente más conservador y "de derecha" del país -aunque en los últimos años ha estado virando hacia una posición más amable con el progresismo, más ambigua y temerosa de Dios y de los Santos Apóstoles tal como ocurre con todos los sectores empresariales de Chile-, Carlos Peña, su más celebrado columnista, consideró que las palabras de Piñera eran "una tontería". No tan directo pero no menos opuesto al dictamen presidencial fueron las consideraciones del general Iturriaga, el oficial puesto a cargo del despliegue militar en Santiago para aplicar el toque de queda. "Yo no estoy en guerra con nadie", dijo en rueda de prensa a la mañana siguiente. Y agregó; "soy un hombre feliz". En las redes sociales la tribu progresista se dio un festín. Resume el tenor de sus comentarios el de un señor Vásquez, proferido en el sitio, en youtube, del canal ruso de propaganda política, RT:

"Pues claro que están Piñera y su círculo en guerra. Desde hace mucho tiempo esta oligarquía está en guerra contra el pueblo. Lo roban, lo explotan y lo denigran. Es una guerra a muerte, o el pueblo se revela y lo derrota o se entrega sumiso a los intereses mezquinos de una élite corrupta..."

Pero si Chile no fue objeto de un ataque, si eso era sólo una "ridiculez", ¿en qué consistieron y cuál fue entonces la naturaleza de los acontecimientos de esos días y de los muchos que los siguieron y de lo sucedido después, en la esfera política, como resultado de aquellos? ¿Fue, ha sido y es, como rápidamente se instaló en los medios de comunicación, en La Moneda y en todos los segmentos de la clase política, una "explosión de demandas sociales"? ¿O fue y es una compleja multiplicación de factores, de propósitos insurreccionales preparados desde afuera y desde adentro pero acompañados también por demandas sociales encontrando oportunidad para evacuarse en gran escala? ¿Y no habría además un tercer componente todavía más profundo, más oscuro, más bárbaro, más salvaje, una oleada de fuerzas destructivas proviniendo de los más bajos fondos de la psiquis nacional? Y todavía más, ¿qué significado adquieren al operar en conjunto, qué implican, qué anuncian, qué van a producir?

Tal vez esa multiplicación de factores que no por primera vez se hace presente, aunque ahora con mucha más fuerza, anuncia que Chile, como otras naciones de similar origen, cultura, raza e historia, tarde o temprano encuentra un techo a su crecimiento. Tarde o temprano llega a un umbral que al cruzarse gatilla reacciones automáticas instaladas en el ADN nacional. Tarde o temprano se topa con límites insalvables porque se tropieza consigo mismo. Tarde o temprano retorna hacia la casilla de partida. En una novela de ciencia-ficción -Sirio, de Olaf Stapledon- hay la siguiente escena que puede ser ilustrativa. El-¿o la?- protagonista es una cucaracha. Se encuentra en el fondo de una bañera. No se sabe cómo llegó ahí, pero intenta salir y comienza a trepar laboriosamente. Trepa entonces, pero a mitad de camino lo resbaladizo de las paredes de la bañera y la fuerza de gravedad la vence y cae de regreso al punto de partida. Entonces camina al azar de un lado a otro y luego vuelve a intentarlo y trepa y una vez más a medio camino cae de regreso de donde vino. Y así una y otra vez; trepa y cae, trepa y cae, trepa y cae, trepa...

El personaje mirando ese espectáculo sacaba la siguiente conclusión: hay criaturas incapaces de superar cierta frontera porque son incapaces de superar limitaciones que están en el meollo de su naturaleza. Bien puede ser. Bien puede entre la cucaracha y un ser humano es ser que la diferencia simplemente que aquella sigue intentándolo hasta desfallecer o morir, mientras normalmente la gente no lo intenta más de dos veces.

En esta poco atractiva versión del mito de Sísifo hay una diferencia más importante que la existente entre el nivel épico y estético de ambas historias, aunque los dos esfuerzos, el de Sísifo y el de la cucaracha, son igualmente tan infinitos como inútiles. Sísifo sufre un castigo impuesto desde afuera, por los dioses, mientras la cucaracha no tiene otro culpable de su desgracia a quien apuntar con el dedo -o con su antena- que a sí mismo, su propia condición. En Sísifo hay la grandeza de quien sufre la malévola venganza de la pequeñez de los dioses, mientras en la cucaracha -y los hombres- es su propia pequeñez la que suscita grandes fracasos. La cucaracha en la tina de baño y el hombre en sus iniciativas y proyectos sencillamente no pueden ascender más allá de lo que les permite su condición.

Este libro, escrito en gran parte en paralelo a la inicial marcha de los acontecimientos y en no menor de su trayectoria intermedia, tiene como objeto dilucidar -o siquiera intentarlo- la naturaleza de los hechos, si en verdad el país fue objeto de un ataque con alto grado de preparación y planeamiento y si hubo junto a eso un cúmulo de demandas genuinas y, finalmente, cómo esos dos factores desataron fuerzas profundas cuyo origen va mucho más atrás en el tiempo que los reales o presuntos pecados del capitalismo.