La criminalización del ejercicio legítimo de la patria potestad


Una campaña publicitaria gubernativa juega a mezclar la corrección legítima de los padres sobre los hijos con las formas más ensañadas de violencia; y caracteriza a los padres violentos como ‘pijos heteropatriarcales’, asumiendo llamativamente lo que ellos llaman ‘binarismo de género’ y olvidándose de meter en el guiso la ‘inclusividad’ babélica propia de otras campañas gubernativas, donde nunca faltan gentes de todas las razas y hasta lesbianos con barba. Evidentemente, la campaña busca estigmatizar a la parte de la población menos permeable a la ingeniería social, con la esperanza de patologizar sus relaciones, hasta conseguir que esos ‘pijos heteropatriarcales’ se avergüencen de ejercer su autoridad de padres (a la vez que sus hijos se rebelan contra ella). Y todo ello convirtiéndolos en dianas del odio de la chusma, que podrá señalarlos por reprender a sus hijos en público y denunciarlos a la policía. Se trata, en fin, de criminalizar el ejercicio legítimo de la patria potestad.

El primero de los mandamientos del Decálogo, después de los que se refieren a Dios, establece el orden jerárquico de la familia: «Honrarás a tu padre y a tu madre». Frente a este Decálogo se alzan todas las ideologías modernas, que en sus sucesivas formulaciones no reconocen –de forma más o menos explícita o solapada– la autoridad divina, ni tampoco las diversas autoridades que son imagen suya, empezando por supuesto por la autoridad paterna; y consideran los vínculos familiares formas de opresión y discriminación que deben ser eliminadas por el Leviatán, para que el individuo pueda expresarse libérrimamente, sin ataduras ni corsés. De este modo, se alcanza lo que Belloc denominaba el «aislamiento del alma», esa «pérdida del sustento colectivo, del sano equilibrio producido por la vida comunitaria» que permite al Leviatán pastorear a esos individuos desvinculados, llevándolos de la mano hasta el redil donde reformatearán su identidad.

La patria potestad ha sido siempre una institución natural odiada por el Leviatán, que para imponerse en plenitud –para que los satanes más bajos nos devuelvan a la zoología más espesa– necesita corromper y pervertir a las nuevas generaciones. Y para ello necesita antes desintegrar las pocas familias sanas que todavía no se han convertido en un vivero de odios, mediante la erosión de los vínculos, la exaltación de las formas más peregrinas de convivencia, el estímulo de la competencia entre los sexos, la promoción del antinatalismo y los derechos de bragueta, etcétera. Necesita desintegrar, en fin, las pocas familias donde todavía subsiste el principio de autoridad. No olvidemos que la ‘autoridad’ no es otra cosa sino el ascendiente, la influencia que el ‘autor’ ejerce sobre su obra para mejorarla, aumentarla y ayudarla a crecer. Y no olvidemos tampoco que el ‘katejon’ del que hablaba san Pablo a los tesalonicenses, el obstáculo que retiene al Anticristo es, a juicio de todos los exegetas, la subsistencia del principio de autoridad.

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